miércoles, 31 de agosto de 2022

Mayor of Kingstown. Primera temporada.

Cada uno tiene sus propios altares, o cree tener sus propios altares, o piensa que puede llegar a tener sus propios altares. Luego llega Taylor Sheridan, con sus tiros, sus frases, sus silencios, su grupo, su familia llena de lágrimas, su hermano muerto en el primer capítulo y te cambia los altares, el descreimiento sobre los altares o los pensamientos sobre la posesión de supuestos altares propios. Todo es Yellowstone pero hay vida más allá de Yellowstone, pero al final siempre vivimos en una cárcel, en un corral ajeno. Creemos que nuestro cortijo va a ser infinito, pero en cuanto te das la espalda todo cae, todo se desmorona, todo se va a hacer gárgaras y el zumo no es de granada. Antes o después, toda la mentira sale a la luz. El problema de Mayor of Kingstown es que pone el listón excesivamente exigente (en calidad de la historia) desde el primer capítulo. Y tiene de todo, para exprimir junto a ese jugo de granada, que a veces se convierte en la hiel de la venganza o en azúcar de los dioses, porque, aunque “no hay policías buenos”, también hay policías con su corazoncito, o su pequeño hueco de honor en un mundo de deshonor. Mayor of Kingstown nos muestra los gusanos en el cementerio, pero no solo los gusanos. MOK va un paso más allá, nos muestra a las hormigas comiéndose el bicho muerto que se ha alimentado de muertos en el cementerio, y cada vez que hay zanja nueva hay bichos nuevos, hay rambla nueva que llenar con los restos viscerales de turno. “El enemigo de mi enemigo no es mi amigo, solo es otro desgraciado del que preocuparme”. Y la tentación de la venganza, y la tentación del bebé que se espera en el vientre adorado, y la tentación de exagerar una clase de historia rodeada de reclusas, y la tentación hecha Iris. MOK mezcla demasiados pasajes bíblicos en un isla de cárceles, en una sucesión de historias que no son de terror porque cualquier informativo vespertino supera al peor de los sueños de Bram Stoker. Y de repente, con Jim Morrison de fondo, antes del ecuador, nos deja TS un final de tercer capítulo de los de recordar, de los de recreo y adoración en el altar propio o ajeno, que ya está bien de hablar de altares con minúscula. Todo es una cárcel, y la cárcel el mayor de los negocios, el capitalismo puro y duro. Pero, de tarde en tarde, nos sale la vena sensible, un angelito delicado nos hace creer en la pureza de la cosas…hasta que le destrozan sus alas y hasta la última de sus plumas. “¿Sabes qué es la locura? Repetir lo mismo esperando un resultado distinto”. Quizás sea ese nuestro error, multiplicado a lo Bart en la pizarra, el de esperar resultados distintos en infiernos semejantes. “Nunca creí en el cielo o en el infierno. O en Dios o el Diablo. Sigo sin creer en Dios. Pero sí creo en el Diablo, porque me miró directo a los ojos. Y cada sueño, cada temor, cada dolor, los ignoró, y lo que pudo tomar, lo tomó. El Diablo es lo que todos somos. Tú, yo, todos somos unos malditos monstruos”. Palabra de Taylor Sheridan.

lunes, 29 de agosto de 2022

City on a Hill. Segunda temporada.

“Confío más en los libros que en las personas”. Cuando una frase así la dice Jackie Rohr es que algo ha cambiado, que hay algo nuevo bajo el sol de Boston, si es que alguna vez hubo un rato de sol continuo en Boston y no solo bruma. “Coger a alguien con otra mentira, eso es casi bíblico”. City on a Hill nos recuerda que “la mayoría hacemos cosas que juramos que nunca llegaríamos a hacer”. Y es así. Convertidos en chistes ambulantes, no vivimos lo suficiente en el presente porque suena Lenny Kravitz en vez de Pearl Jam. No siempre elegimos los himnos, y no siempre el problema del racismo son los blancos contra los negros, algunas veces son los negros contra los negros. Y encima, entrados los 90’s y en el lugar de Patriots y Celtics, surge la variante IRA, surge el despido, surge el conflicto de intereses, porque al final todo son intereses cruzados, suene o no Lenny de fondo y suenen saxofones, porque en época de Clinton sonaban saxofones, aunque no tocara. “El miedo es una brújula”, pero una brújula muy hija de puta que se pasa el imantado por el forro de su cristalito. No estamos para nortes, ni magnéticos ni de los otros, porque en City on a Hill como en cualquier parte, nacimos desnortados. Y ese pasado familiar que hace tic tac, tic tac, y hasta en la noche te tortura. Y no se fíen de las sotanas, por muy engominadas que vayan. Nunca. “Matar es pecado salvo que lo hagas en grandes cantidades y al son de las trompetas”. ¿No eran al son de saxofones? Y ya puestos, le hacemos caso a Jackie Rohr y nos saltamos toda la misa y nos encomendamos a Dios directos a la comunión. Claro que sí. Que no falten salmos que cantar, ni padres violadores que buscar, ni universidades que mandan cartas de información relevante para el futuro de niñas atormentadas. Y un espejo en el que mirarte, siempre es bueno tener un espejo en el que mirarte cuando estás viendo City on a Hill: “Todos tenemos ego. Lo importante es lo que hacemos con él”. Al final esto se trata de supervivencia, de nacer cuando se pueda, de escapar en cuanto se ponen las cosas feas, y cualquier calle oscura está llena de cosas feas, o materias oscuras que no hace falta descubrir que son bellas. Y en esa ardua tarea, la de sobrevivir, la de escoger bando o marchar a Florida, la de matar al cuñado o vender droga, la de cerrar la peluquería o añorar las venganzas en caliente, siempre hay que pensar que todo puede empeorar, porque “te crees que sales de un agujero y acabas en una cloaca”. Y si en las camas de ciertas familias había cabeza de caballo, en la de Bill Russell solo había mierda, y nunca le ves solución al asunto: “Acabamos ahorcándonos todos tarde o temprano. Y tú lo harás”. Todo es mentira. Pero esto es Boston y no Aljucer y las frases no valen para todas las longitudes, las latitudes y cualquier cosa que empiece por ele: “Esto es Boston. Solo importan tres cosas: deportes, política y venganza”. Y al final todo nos da una conclusión, una metáfora de la vida en la que Jack Rohr es el término imagen, aprendiendo de los finales más que de los principios, que siempre nos cuesta empezar y poner en práctica la frase de Jesús García Roa: “Empezar con énfasis y acabar de forma triunfante”. Bueno, la frase no era de García Roa, era de un manual que citaba García Roa, pero es que City on a Hill es una sucesión de frases y citas, apócrifas hasta el tuétano o hasta que buscan su origen… o paradero. Al final, como todo en la vida, todo es mentira: “Una conciencia tranquila es señal de mala memoria". Viva Boston.

sábado, 27 de agosto de 2022

Abisal. Libro de zonas y de figuras.

No conocía la existencia de Álvaro Cortina Urdampilleta ni de su obra Abisal. Libro de zonas y de figuras pero ya, desde el Exordio inicial, merece la pena. ¿Qué es Abisal? Se encarga el autor de presentar la obra en ese preámbulo, aunque de forma confusa y con palabras raras: habla de barroco, pero también del tiempo que perdemos en Internet, habla de conversaciones y de paseos por casa y calle, habla de autores y de citas, pero lo hace de forma atrayente, con un estilo que llama la atención y que te deja por igual sorprendido y perplejo. O perplejamente sorprendido. Al primer capítulo lo llama Todomosaico, y empieza con una cita de Hans Blumenberg en la que aparecen las palabras historia, prehistoria, recuerdo y leyenda. Y empieza con la tele e Iker Jiménez, y novelas de Houllebecq (no había leído nada de él cuando empecé Abisal). Lo de abrir la Biblia al azar ya lo hacía mi catequista de confirmación, tampoco es nuevo. Cita a San Agustín y a Dante y la confusión reina en mí. Habla el autor del problema de la concentración. Nos pasa a casi todos. Escribe el autor sobre lo oculto y las esencias hablando de Cuarto Milenio (tampoco lo he visto nunca). Como si del Todo modo sciasciano se tratara, habla de ejercicios espirituales mientras se refiere a El imperio contraataca (que, si vi, pero como si no la hubiera visto, tampoco cuenta). Aparece Robert Mitchum y Perseguido y habla de Yeats y de poetas y de canciones de Twin Peaks (vi las dos primeras, pero he querido olvidarlas). Y también encontramos a San Buenaventura, a una Internet como personaje cíclico, citas a Raymond Chandler y preguntas y más preguntas. El segundo capítulo lo titula En torno a una frase del romanticismo y empieza con una cita de Schelling, y referencias a la mitología, en la que los símbolos son importantísimos. Reflexiona sobre lo bello y lo importante, sobre Dioses con nombres concretos sobre los que edificamos una serie de contenidos (y si hay que acordarse de El fugitivo y La tapadera, el autor lo hace [esas dos si las vi y me gustaron mucho, pero es que Grisham, o los negros de Grisham, lo hacían bien]). Y a través de esa imaginación pasa de Schelling a Unamuno (del que no recuerdo si he leído nada). Y la caída de Roma y el cristianismo llegando al poder y toda una serie de mentiras institucionalizadas. Pasan por el filtro también referencias a Lucrecio, al Quijote cervantino (acaso hay otro que mis alumnos recuerden), a Goethe. Del ingenioso, leído obligado por Isabel Cuadrado, me acuerdo para mal; de las cuitas wertherianas, tampoco tengo buen recuerdo pero lo cita en CDME alguna vez. Y Beatriz, siempre Beatriz en el horizonte. Escribe ACU una frase propia de Ginés Caballero, que yo creo escuchársela al hombre de la camisa verde: “No hay arte sin obsesión”. Pero hay que poner los asuntos en valor, hay que simbolizar lo realmente importante, hay que subrayar (con boli rojo) aquello que queremos que se corrija. Subraya (no sé el color del boli) los estados de ánimo y otras cualidades que resaltan y, que poniendo ejemplos dantescos, entronizamos. Y vuelve a sacar ACU el asunto de la “barroquización” para citar a Poe y a Cronenberg, y se refiere a nosotros, sus lectores, como “postpaganos” (al que ya no nos quedan mitos mundiales o patrioteros). Y sin dioses, cada uno que se busque su estampita que adorar. Citando las confesiones agustinianas comienza el tercer apunte titulado La velocidad de los gules y el diablo de la prisa, hablando de imágenes y subjetividad, de zoológicos y bonobos, de tertulias y mensajes telefónicos del nuevo reloj, de Frankestein, Pío Baroja y Ortega, de zombies y de 28 horas después (que tampoco he visto), de la dicotomía entre infectados y zombies. De todo hay en la viña. ¿Van lentos o demasiado lentos los zombies o infectados? Gran pregunta de sobremesa, gran pregunta de tertulia, dando argumentos para ello con la gótica novela Vathek de 1782, aunque asegurando que la primera en la que se habla de zombies es La pata de mono de 1902. Por supuesto que cita a Stephen King y El cementerio de animales. Y puestos a diferenciar, el autor (de buena manera) distingue entre el que ya está en el suelo y al que casi nadie presta atención (mendigo), con el que está en proceso de caída y da con sus dientes en el asfalto o acera (al que si prestan atención, como buen ángel caído desde bici, patinete o caminata espuria). El siguiente apartado empieza citando a Paléfato y se titula Una tertulia y un fragmento de vida. Hay, según el autor, unos “tardobolcheviques letraheridos”, aparte de más personal. La que hoy es mi esposa llamaba a mis compañeros de facultad y de la licenciatura de Historia los “filósofos”, no sé si con buena intención. No lo sé, pero de bolcheviques algunos también iban, aunque no sé yo si son más leninistas, trotskystas o estalinistas. El problema de las etiquetas es atemporal, siempre estará ahí. Habla sobre la tertulia de Vallín y ¡Me cago en Godard!, y de Abisal entendida como ensayo de películas, cuadros y novelas (o eso entendí yo), y de La locura del arte y de Henry James y, con mapa incluido, de La isla del tesoro. El siguiente apartado, titulado Le dégoût de l’infini, es utilizado también para citar a José Luis Villacañas y su ensayo Los latidos de la polis y reflexionar sobre el modo en el que integran las bibliotecas a las personas (aunque según el autor algunos parecen que acompañaban a Mel Gibson en Mad Max). A diferencia de otros, se atreve a citar a Spengler (otra lectura que tengo pendiente). Detenidamente, el autor nos habla del desierto citando el Génesis, el Levítico y el Deuteronomio, pero desde un punto de vista teológico como un lugar de cultura y humanista. Después sigue con el tema del desierto en otros libros bíblicos, como el Libro de Oseas o el Evangelio de San Mateo. El siguiente apartado lleva el título de Abro Moby Dick en el capítulo 42: Macrocosmos en el que subraya la palabra soledad y los, según él, tres diablos del espíritu moderno (disolución, prisa angustiosa y tedio). Tres buenos cabrones, que diría el hombre de la camisa verde. Cita varios precedentes de la obra melvilleana en autores como Carus, Rousseau, Senancour o Lord Byron. Pasa el autor del mar al desierto, aunque yo diría en primera persona masculino singular que eso es pasar del pánico a la desolación. Se recrea en los paisajes de obras como las de Rousseau y en sus obras en las que habla de él en tercera persona (aquí Salvador Juan es el mayor ególatra, no Jean-Jacques, ese tipo que también sufre manías persecutorias por todos los costados). Cita también a Schopenhauer y vuelve a San Agustín, citando la Carta de San Pablo 13, 13-14, con aquella historia que nos dice de evitar las jaranas… Y entonces se pone con Moby Dick, con un capítulo muy atrayente, con quijotescas referencias y bíblicas consideraciones (apunto para futuras reflexiones Lo santo de Rudolf Otto). Habla de gnosticismo y de terror, con alusiones al blanco y a Poe, a albinismo y a los personajes de una novela que creo que también tengo pendiente. Abro las inquietudes de Shanti Andía por el inicio: Microcosmos es el título del siguiente apartado en el que empieza hablando de casas y hogares, aunque he leído poco de Pío Baroja (más de su estudioso Miguel Sánchez-Ostiz) y poco también de Ortega y Gasset. Indaga el autor sobre el origen, forma y contenido de la novela. Centrándose en Baroja se refiere a Jon Juaristi y Los pequeños mundos, y en la película documental de Guerín Innisfree. A continuación, titula un apartado como Un encuentro fortuito con el autor de Emporio. La cultura como rebasamiento y apropiación, en el que habla de encuentros en bares, recuerda la obra de un tal Simmel y de lo que supone la idea del todomosaico. Otros trabajos del mito. Los viajes del alma, la siguiente pieza, en la que va a Platón, el creador de esa palabra que es la mitología. Las dos simas, una parábola, es el siguiente de los apartados, en el que se recrea, otra vez, en El Quijote, más concretamente en los capítulos 32, 33 y 55 de la segunda parte, y en El resplandor, con el que acaba con el Todomosaico y da inicio a Las zonas, el capítulo II de Abisal, que empieza con citas del Génesis y de Poe, y con el apartado titulado Elogio de las cartografías. Y empezamos a cantar El mapa de Family y todo lo demás. Apela el autor a los cuentos de hadas y las geografías y mapas de autores y escritores. Y siguiendo a Ortega habla de la importancia de la caza, la guerra y la fiesta, y de los lugares que ilustramos para nuestros mitos y no está de más recordar El silencio de los corderos (la película) y aquel descenso a los infiernos (físicos y espirituales) de Clarice Starling viendo al doctor Lecter. El siguiente apartado del segundo capítulo, Todo son pantallas, empieza con un recordatorio a El día de la bestia (recuerdo que la vi en el cine Floridablanca). Y te hace pensar en el rojo de los gules, o en los gules rojos, lo que sea ese color. Y con una ilustración de 1845 de Hansel y Gretel empieza Aparece el bosque, citando a Rodríguez de la Fuente. Reflexiona el autor sobre especies animales y vegetales, sobre lindes y ese bosque germánico y su relación con el Imperio Romano, recordando la olvidada (por muchos) batalla de Teutoburgo del año 9 por el cuadro titulado Varus de Anselm Kiefer (de esta batalla tengo pendiente la serie realizada al respecto, llamada Barbarians). Siguiendo con el bosque, siguen las referencias cinematográficas que van desde David Lynch a Fritz Lang, pasando por el Parque Jurásico de tito Steven, por el Prometheus de Ridley Scott o por El proyecto de la bruja de Blair. Y aparecen comentarios sobre Wagner, sobre Hansel y Gretel, sobre Tristán e Isolda, sobre El profesor chiflado. Dedica a continuación el autor unas páginas al Twin Peaks de Lynch y su relación con el bosque, de gran interés. Y aquí, un paréntesis. Volvió el curso, o mi vuelta al curso, o a eso que llaman curso escolar y dejé olvidado Abisal en una cómoda que es envidiada por don Andrés Serrano del Toro, y no volví, como el curso, a Abisal hasta el mes de agosto, y la vuelta, otra vez, al páramo estético, y escribía entonces el autor sobre El hombre de los bosques, dejando frases sobre religiones masivas: “El cristianismo es una fuerza de restricción”. Hasta del brezo escribe ACU, ese brezo que me enseñó en El Bierzo Ana Belén Raimóndez Yebra. Y como el viento hoy en La Manga es de levante, curiosamente hay una referencia en la lectura a la España vacía: “Es más bien una pradera, aunque sin Bisontes”. Bisontes, entre otras cosas, fumaba el hermano del Pepelín (Celtas cortos sin boquilla, también), pero de eso hablaremos otro día, que ahora me pilla el recuerdo de Unamuno, de Azorín, de La ruta del Quijote, de tomillo y romero, del viaje de España a Francia en el tren de Ortega y Gasset, y de Eduardo Martínez de Pisón y su imagen del paisaje, de Zuluoaga, de Robocop y Terminator 2 (me gustan mucho las dos), de Judas Iscariote, de Danko (Calor Rojo), de Arma letal, de La jungla de Cristal. Recuerdos que llegan desde una altura 15 en un mar que es recuerdo, también, de Balzac, de Víctor Hugo y de Poe. He tenido discusiones últimamente, en este agosto de calor incesante, sobre el abandono de Murcia, y mi negación a hacerlo. Página 222: “Los hábitos nos convierten en autómatas de la ciudad”. Leo esta frase mientras escucho a Donovan y su Season of the Witch, que aparecía en la banda sonora de Dark Winds. Indios en ciudades de indios mientra ACU nos hace reflexionar sobre la ciudad subterránea, sobre las cloacas como hábitat, con alcantarillas y ratas (parece un instituto, o me recuerda a un instituto), y cita el autor a Roberto Bolaño por El policía de las ratas, y los suburbios lo vuelven a llevar Víctor Hugo. Y de ahí, a las alturas, a las azoteas como hábitat. Escribe en la página 243 el autor: “Toda ciudad desierta tiene algo de templo abandonado”. Y citas recordando a Chesterton y más frases para subrayar: “El mundo más próximo se enrarece de guerra”. La semana pasada, cuando acabó Better Call Saul, ya hablamos sobre ella. Sobre el antecedente, sobre Breaking Bad asegura ACU que “es un hecho que esta serie televisiva es un drama de piscina”. Nos vuelven los lunes por la mañana a la mente, aprovechando los huecos que dejaba el instituto (más ratas, más alcantarillas) y aquellos accidentes aéreos y aquella piscina y aquel bar y aquellos juguetes flotando. Y desde este piso 15, pienso en las escaleras como el autor lo hace recreándose con Borges, con Kafka, con Ciudadano Kane, con Fortunata y Jacinta. Y no solo escaleras, también pasillos, patios y porches: “El patio de un gran edificio es como la parte de atrás de una nevera titánica”. Y como si fuera lunes noche, o ahora viernes noche, momento Garci: “Debería meditar, en este punto preciso del porche, sobre el cine de porches de John Ford y sobre el cine de mecedoras”. Vivan las mecedoras. Y en mis oídos se filtra Beck y noche de buitres. Y en Abisal aparece la casa, y dentro de la casa, la mesa y todo lo demás: “Subimos por fin en ascensor, el ataúd vertical, la sala luminiscente de los espejos, la caja mágica”. Y recordando a barbas de distintos colores, y a la profesora Martínez Carrillo, se mezcla todo: “Toda filosofía tiene su cruzada”. El autor escribe sobre sus manías, y vuelve a Pío Baroja y a Las inquietudes de Shanti Andía, y la casa llamada Aguirreche, y el torno sigue a lo suyo: “El salón es un lugar para las colecciones, los objetos raros y también para la reminiscencia”. Y como en Breaking Bad, surgen errores, o por llamarlo a la forma de ACU, “el universo cuenta, en verdad, con accidentes felices”. Y los interiores de Poe, y los hermanos Coen, y la alfombra encumbrada por El Nota, y pensar en la censura: “Toda censura empezaría por un juicio de gusto y que todo juicio de gusto es subjetivo”. Y en esas que se mete el autor a la competencia por la inhospitalidad que se traen en el calendario noviembre y febrero y aparece el grupo genético: “Es un ambiente familiar, siciliano o catalán, con todo lo que esto implica”. Y volviendo al 15, o al 10, o al 1, reconozco mis manías, mi obsesión por la limpieza y por los pelos y no solo en el baño: “El pelo en el baño pasa de lo siniestro a lo asqueroso, de lo asqueroso a lo amenazante”. Amenaza es poco. Y como todos creemos en algo, o dejamos de creer en todo, en los refritos historicistas cabe todo, como escribe ACU al respecto:” La operación de la modernidad de procurar un nudo calor separado de las llamas prehistóricas originarias, se me hace tan retorcida como pretender extirpar la espuma de la cerveza de la cerveza”. Y en esas, o en otras, suena Copas de Yate en mi aparato de música mientras leo el papel del agua en el cine que aparece en Abisal, y las referencias a Alien, y a capítulos de la segunda temporada de Twin Peaks (16), y las penumbras de las casas (el autor se fija más en las penumbras de salones y dormitorios). Y no recuerdo El resplandor de Stanley Kubrick, pero el autor se recrea en ella, y en la novela de King: “Las casa, en especial las grandes, contienen un elemento ajeno, un rasgo no hogareño: los pasillos. Éstos remiten a dos figuras arquitectónicas: los laberintos y los hoteles. Un laberinto es un pasillo con segundas intenciones”. Y continúa el autor de Abisal en Abisal: “Los pasillos parecen todos extranjeros desarraigados, como un bolchevique agazapado, esperando a dar el golpe en un país capitalista explotador”. Cita ACU, para que visualicemos un rato, El Gatorpardo para acabar el apartado de las zonas y comenzar con las figuras. De este apartado recuerdo escribir en mis apuntes otra frase de ACU: “Es preciso mantenerse frío, tanto en la guerra como en la calle o en el herbolario”. También apunté, a continuación, otra frase de Abisal: “Lo fantástico es como una estético de lo irresuelto”. Y vuelve la presencia omnipresente de los linajes, de Kafka, y de Pío Baroja, y de Dante, y de Azorín y de condes no siempre olvidados: “Drácula es un bucle gótico: proviene de un linaje demasiado antiguo, decadente, pero al mismo tiempo, él es responsable de su propia cara, de su propio pecado”. No sé si me vale rezar lo que rezo por las noches, la verdad. Y vuelve a la familia, a la que nos desagrada: “Pensemos en un familiar ya no vergonzante, sino mas bien peligroso. Ese familiar puede representar la fatalidad en la sangre”. Y reflexiona Álvaro Cortina sobre perros y osos y sobre Deborah Kerr y sobre Vértigo y sobre Doce monos de Terry Gilliam y sobre las medias parte, o lo incompleto: “El ser a medio hacer es el monstruo de los monstruos, porque es la transformación en sí mismo”. Apostilla el autor: “Los monstruos híbridos nos recuerdan esa naturaleza a medio cocinar, origen preciso de nuestro pavor o de nuestra repulsión”. Y los gatos, y Harrison Ford en Frenético y en El fugitivo, y las ciudades, y como “las azoteas son lugares propicios para los bailes macabros” y como eso nos lleva al último concierto de los Beatles y a aquellos pantalones verdes. Y puestos a llenar el bestiario, aparece el mono, no podía ser de otra manera: “El mono es la bestia casi erguida, es un jorobado, o un tarado”. Y hasta aparece San Pablo, y la I Carta a los Corintios (7,20). Y el teatro, y volver a 2001 de Kubrick, y cita a Sartre y a Galdós y su obra Misericordia de 1897, y otra vez Pío Baroja y La Busca (ese libro lo leí varias veces en la despensa de casa de mis padres). Y cuadros que analizar, como La Pesadilla de Füssli, y su relación con Goya y con Schiller y con todo lo demás. Y después del mono, el cerdo y a ovejas asesinas, y a cerdos que no acaban nunca: “El cerdo es, quizá más que el hombre, pura carne. El cerdo es un ser cárnico. Existe la posibilidad de que este poblador de los establos sea carne que devora carne, lo cual nos lleva casi al gore”. Y cita a nuestro referente, a Ángel Ganivet, tan presente siempre antes en Gintonicdream. Y el recuerdo de Luces de bohemia y Sawa y sus reencarnaciones postmodernas. Pero no he visto Toy Story ni he leído a Vila-Matas, aunque si, y mucho, El Show de Benny Hill. ¿Qué dirían hoy nuestros políticos (y políticas, y polítiques) si se pusiese en abierto y en horario de máxima audiencia ESDBH? Y del cerdo pasa el autor al vampiro (esto me recuerda a muchos consejos de ministros de muchos países) y de ahí, a reflexiones varias: “Me figuro que todo escritor urbano ha poetizado más o menos la hospitalidad de los bares y otras cosas de los bares, que hace un siglo eran cafés”. Y de ahí, siguiente estación con parada, el zombie, y las citas a William Seabrook y referencias a figuras que emergen: “El líder, un bohemio barbado, como San Pedro, le da su bendición”. Y como en Sin perdón, siempre hay un Eastwood: “De hípsters no tienen nada: son sandinistas ortodoxos”. Y más referencias visuales, Adán y Eva expulsados del paraíso terrenal de Masaccio y El bautismo de los neófitos de , y Vasari y Breton, y Piero di Cosimo y las máquinas como insectos, y El escarabajo de oro de Poe, y la película Aladdín, y los cacharros disfrazados de máquinas, que aquí, el que más y el que menos, suscribe que está “chapado a la antigua, reaccionario agropecuario”. Y cita a Ernst Jünger y su Tempestades de acero y aparece la I Guerra Mundial, y luego surge el pantano y como “todo lo vivo tiene algo de pantano: lengua, vísceras, cerebro, aparato reproductor y aparato digestivo”. Y los aeropuertos, y Félix Rodríguez de la Fuente, y Ferrer Lerín y si sonaba Beck era por algo: “Los buitres son muy Pleistoceno y muy Medioevo al mismo tiempo”. Y el retrato de las personas, espejo en mano me valdría en primera persona masculino singular: “Debía de ser de trato complicado, como se suele decir, enfática y eufemísticamente, de los indeseables”. Y apostilla con el tema: “Este carácter difícil, como se suele decir, enfática y eufemísticamente, de estos tipos conocidos como intratables”. Y el peligro de confundir lechuzas con búhos, y las citas sobre El Mago de Oz, y El hobbit y la trilogía de Jeese Creepers que no he visto. Y David Cronenberg en su múltiples versiones, aunque para mí siempre primero La mosca o Videodrome, que para ACU “son películas somáticas, que versan sobre la carne”. Y sobre lo que pensamos y no siempre decimos: “Cuando una persona nos asquea, en un instante la olvidamos como un ser moral responsable y la pasamos a concebir, apestosa, liquidiza o salida de un agua largamente estancada”. Y Kafka, otra vez, y los bichos y el recuerdo del cine de los 80’s y su abundancia en cambios y metamorfosis. Y en el mismo espejo de antes, se refleja lo que puede reflejarse: “El cuerpo es la vía de la reproducción sexual y de la muerte natural, es el cuerpo la vereda del placer, pero también de las enfermedades incurables. Del gusto del cuerpo y de la belleza del cuerpo proceden el hedonismo, la alegría y los descendientes, y en ese sentido, es un aliado. Del cuerpo proceden las enfermedades mortales, y en ese sentido, no qué hacer con él. Tiene algo de mar, el cuerpo, que tan pronto nos eleva como nos engulle. El cuerpo es un emisario, ciertamente, de informaciones confusas, que seguramente no sean ni azar ni providencia”. Y luego llegué a las consideraciones madrepóricas y “el tiempo, eso que nadie ha visto en seco”. Y La vida de Pi, y el uso que hace Unamuno de la madrépora. Y me gusta eso de “románticos de segunda, tercera o cuarta hora”. Habla el autor del gótico literario como género “que psicologiza”. Poe, su poesía, su música y todo lo demás: “Poe quiere llevar su arte a su máximo nivel de autoconciencia, quiere licuar el gótico en una música poeniana esencial”. Y ese gótico literario y Horace Walpole y El castillo de Otranto. Sobre este asunto, ACU escribe: “Según el historiador Juan Bravo Castillo, a comienzos del siglo XVIII decir gótico o pintoresco tenía un componente crítico y despreciativo claro. Lo gótico era algo bárbaro en el mundo ilustrado inglés”. Vivan los castillos, las mansiones, Lecce, los príncipes, las prometidas sin prometido… Vivan las Cruzadas, que no nos falten nunca, siempre “lo medieval, mundo pre-ilustrado”. Y las influencias, como la de Don Guillermo Shakespeare, y hablar de lo “meduseo”, y Un cuento árabe de Beckford y esas estelas llamadas medievaloides. Me gusta de Abisal ese tono contemporáneo de comparación: “El tiempo del género gótico o de terror es un autobús que debería circular, al final del relato, muy muy rápido”. Sobre la obra cumbre de Mary Shelley, escribe: “Pero esta novela no es terrorífica, sino más bien sublime. De nuevo: ¿Nos da miedo? No. Nos impresiona”. Y apostilla ACU: “Lo sublime es, en mi imaginario, vasto, nos eleva. Lo terrorífico siempre nos aplasta”. También opina el autor sobre su libro, convertido para él (y él mismo) en formas de impertinencia), antes y después de llegar a Santiago de Compostela por alguno de sus caminos… o a La Meca. Nunca se sabe, que, hasta este próximo curso, en segundo de ESO se ve de todo… Y vuelta a lo originario: “El bautismo, por ejemplo, nos traslada al diluvio universal y la eucaristía a la última cena. Estos son rituales propiamente dichos”. El apocalipsis llegará, pero el autor nos dice su forma de afrontarlo: “Yo he escogido una manera católica furibunda y otra gótica fatalista para intentar mostrar esta música orquestal del fin de los tiempos”. Y yo me río mucho solo, quizás también sea repelente (la ex de otra medievalista ejemplar no veía con buenos ojos que me estuviera riendo, cosas que pasan antes y después de Leonor de Aquitania). Y a vueltas con Léon Bloy, y preguntas atemporales, pero de reloj en mano: “¿Cuántas veces pensamos que vamos a morir cada día?”. Y otra vez Poe, y su Eureka, y La revelación mesmérica y La verdad sobre el caso del señor Valdemar que también ilustró con sonidos Juan José Plans. Y Lovecraft, y Houellebecq, y los apocalipsis contemporáneos que a todos nos llega, aquí o en un vuelo de Ryanair. Y me he puesto, al hilo de Abisal, Desolation de Morricone de la banda sonora de La Cosa. Siempre Morricone en nuestro equipo, como aquel verano de 2007 en la plaza de toros de Lorca, hoy olvidada. Y Daniel Ausente y su Mataré a vuestros muertos, aunque yo prefiero, hablando de Morricone, Svolta Definitiva. Y con ese do menor, antes del cine de filmoteca, suena en Abisal Franco Battiato y se refiere a Mircea Eliade, y se vuelve uno contra Nietzsche y nos recreamos con Wagner y con lo que haga falta: “La ciudad, lo hemos visto, es opaca, pero tiene ventanas”. Y surge Delacroix, y perdemos mucho tiempo con esas aplicaciones que, como las mayorías de Valcárcel en su día, casi deberían estar prohibidas: “WhatsApp, el medio que nos pide tan solo 24 horas al día de nuestro tiempo”. Añade ACU que “cada poeta fabrica su vía de escape”. O lo que haga falta. Y Yeats, y Dunsay, y Joyce, y todo es mentira, hasta los agujeros del exprimidor: “Sobre el tiempo que habitamos, lector, que se esfuma cada vez que se nombra”. Y al principio del final del libro, Unamuno nos hace concentrarnos en el asunto, “de la fiera amenaza y de la esperanzadora regeneración”. Y hablando de misiones, cita también el autor a San Buenaventura, y como en el tema 20 y 21 de las oposiciones, podemos utilizar el calzador y hablar de la intrahistoria de Unamuno: “El término está ligado a la comprensión unamuniana de la historia, cuando este tema interesó al vasco, en los años 90 del siglo XIX. Creo que su rastro, su efecto de todomosaico llega, al menos, hasta sus obras de 1905, hasta su interpretación del Quijote. Es decir, sin el experimento de la intrahistoria no existiría esa boutade de libro anticervantino”. Y el recuerdo de Jon Juaristi y de Navarro Villoslada y la omnipresencia de Paz en la guerra, aquella novela sobre la tercera guerra carlista que empecé y no terminé. Escribe ACU sobre este asunto de visiones históricas: “La intrahistoria puede entenderse también como una filosofía de la historia, muy dependiente del concepto romántico de pueblo”. Y la comparación con la obra de San Agustín, y recordar fragmentos de En torno al casticismo, y los escritos de Unamuno del 1936, repensando su obra, o intentando repensar su obra, que no siempre hacemos lo que pensamos. Y Jaime Balmes, y José Donoso Cortes (en algún número de Campos de Morsas Esféricas lo citamos) y en mitad del lío, que siga el tumulto: “Unamuno gustó de confundir la intrahistoria con la ética”. Y más lío: “Unamuno sostiene que Cervantes es inferior al mito que despierta su cultura, sencillamente”. Y apostilla ACU: “Cervantes no vale lo que su Quijote, que no es suyo, sino de todos”. Y cita a Sergio del Molino y el cambio de su “España vacía” a la “España vaciada” que se ha venido utilizando por muchos, incluso en política, aunque Unamuno se refería a la “España eterna”. Cita a Pi i Margall, a Galdós, a Lucas Mallada, el epílogo de Guerra y Paz de Tolstoi y reflexiones sobre la figura del aldeano, y de esas casas que llevan dentro el olor a vaca, a estiércol, a helecho, y Annihilation, y cuadros de Zuloaga como Mujeres de Sepúlveda: “Está resignado, eso sí. En fin, como todos en la aldea, vacas incluidas”. Y Muerte de un viajante de Arthur Miller, y La ciudad sumergida, y frases que dan para varias tesis: “En Unamuno Madrid es algo así como la nueva versión de Taxi Driver”. Y recuerdos de don Federico, el primero: “En algún lugar de Más allá del bien y del mal (1886) dice Nietzsche que el espectáculo regular y doloroso en la Hisotria es ver caer a los mejores. En el mundo del joven Unamuno, los mejores son Unamunos”. Y ahora que vamos a lugares insospechados, o volvemos al lugar del crimen, o de la repetición del error, que vamos a la espera algo revelador, siempre nos queda Abisal y el recuerdo de Unamuno: “Pero Unamuno no se toma este aburrimiento muy a la tremenda (la vida como una trama huera y absurda, mera repetición de acciones vacías, alcanzará su cota de oscuridad terrible en Niebla, publicada en 1914). En la ciudad está el vicio y también está la monotonía plomiza. Esto no lo va a llenar nadie”. Y vivan los adoradores del incienso (anda por ahí una foto mía en una iglesia dándole al incienso con una camiseta de Los planetas con el planeta), y los santos bebedores, y el cuadro Un Mendigo de Pedro Irureta, y Todas las almas de Javier Marías, y las ciudades sin nombre hasta que tienen un nombre como puede ser Aljucer o la plaza de las Salesas en Madrid: viva Fernando VI. Y esa intrahistoria que nos lleva locos, siempre presente: “Yo mismo pienso en mí, con facilidad, como un futuro mendigo intrahistórico sin techo, con un todomosaico que se emborrona por la ginebra u otro alcohol de alta graduación”. Y a vueltas con las citas, el asunto o trasunto, se va cerrando con Romance de Lobos de Valle-Inclán, Misericordia, Nazarín y Desheredada de Galdós, Schelling y la pregunta del millón: ¿De verdad queda alguien vivo en España que asistió en el cine al estreno de Gilda? Al final, Abisal nos sirve para reflexionar sobre materias que nos engatusan o que odiamos pese a que nos llevan a la locura, o en palabras del autor: “No siempre uno elige lo que le influye. En realidad, para ser francos, no siempre a uno le gusta lo que le influye”. Y nunca había pensado yo ordenar mi pequeña biblioteca por… calidad. Siempre pensando, y hasta la palabra nostalgia sale al final, como Goethe, como su Werther, como Río Grande de John Ford. En definitiva, Abisal. Libro de zonas y figuras es un buen artefacto que nos lleva a pensar sobre temas y argumentos para seguir viviendo, aunque las humanidades no nos den para mucho, seamos tardobolcheviques o lo que seamos: “Ya se sabe que las letras no dan dinero. Los profesionales de las humanidades son todos, sin excepción, apocalípticos”. Lo dicho, viva Abisal, viva Morricone y viva el Apocalipsis, con o sin San Juan.

The Split. Primera temporada.

Muchas veces no nos recreamos con lo complejo, pero ponemos pegas a lo cotidiano. La superficialidad nos lleva a un recreo insano, en el que no disfrutamos del día a día, del ruido contemporáneo, de las cosas perdidas que solo añoramos cuando las tenemos delante. En ese manejo de sables que es la rutina, no todos sabemos esgrima ni somos Jaime Astarloa: solo nos preocupa sobrevivir. ¿A qué? Sobrevivir a todo, a una familia que nos condiciona desde el inicio, que marca latidos y errores, que evita catástrofes, pero lleva a batallas que degeneran en guerras y postguerras interminables. En el barniz del derecho y los asuntos de divorcios, The Split lo relaciona todo y busca las causas de los males diarios, los que nos llevan a no dormir tranquilos y robar lo que no hace falta, la deriva de lo que parece perfecto y se vuelve macabro, malentendidos que llevan a embrollos (sí, no solo Jackie Rohr utiliza la palabra embrollo) que acaban en una magdalena que no está para pespuntes. Ahora que todo es empoderamiento femenino y toda gira en torno a ministerios manifiestamente mejorables, The Split muestra las grietas de un edificio, la familia, que está cuestionado en la postmodernidad por ese refrito que no podemos comprender. Y nos lleva a la atemporal pregunta sobre la continuidad en el error, la posibilidad de cambio, la llegada de las epifanías tardías y la incertidumbre de los cambios cuando la margarita de la vida está más seca que verde. Buenas vistas y lugares reconocibles para un intento de reconciliarse con los deseos y con lo que debería ser siempre correcto. Pero en la vida, en esa mentira que vivimos con prisas y desórdenes emocionales, es imposible un grado de perfección total. Y The Split es una gran mentira, hecha con honradez y con grandes dosis de realismo, porque el infierno sigue siendo algo muy personal y no solo un nombre en una lista. Y no todo el mundo sabe aprovechar las segundas oportunidades, que es otro de los grandes temas de esta serie. Catarsis varias para una familia que es un teatro lleno de secretos y medias verdades que esconden un dolor muy difícil de soportar.

martes, 23 de agosto de 2022

City on a Hill. Primera temporada.

En la era de lo políticamente correcto en la que no se le puede llamar putas a las putas ni yonkis a los yonkis, está bien un poco de aire fresco, aunque no siempre todo el mundo se da cuenta del aire fresco. Pasamos unos años tan obsesionados con The Wire, con loas multitudinarias y autohomenajes en columnas por los columnistas que no sabían hablar de otra cosa, que parece que el resto es inmundicia. Pero no. Hay más carroña de la que hablar. Y bien. Citiy on a Hill es una buena historia construida con buenos mimbres y llevada a cabo por buenos actores y con un buen guion. O eso parece desde el principio. Es una historia de confusión, porque hay yonkis con la insignia del FBI y hay ladrones de guante sucio, pero también hay gente con inquietudes y negros con ínfulas, aunque a veces se confunden a las suegras con las perras y a las perras con las peluqueras. O no. Quizás sea todo suposición mía, quizás encontrar un restaurante iraní en Boston para alguien que solo come comida italiana sea irreal, sea ficción, sea ilustración gastronómica en un mundo que se fue a la mierda hace mucho tiempo. City on a Hill también muestra a héroes derrotados que se pasan la vida pagando facturas, y pagar facturas nunca es suficiente. No vale deslomarse en la peluquería, aunque seas una perra o que tu marido se encargue de la fruta en un supermercado aunque sea un piltrafilla para alimentar tres niños. No. Nunca es suficiente. No vale ser fiscal de distrito para un afroamericano que quiere ser alcalde de Boston. No vale el recuerdo del padre del soul. Tampoco. No vale ser un chivato en un mundo de chivatos, porque a cada cerdo le toca su San Martín. Hay muchas cosas que no valen en City on a Hill, donde se confunden citas reales o autoparódicas, citas de películas de Sidney Poitier o del tipo que le escribía los discursos a aquel líder de los derechos de los negros desde su armario bien escondido. En el zoo que es City on a Hill, “hay que ser un animal para enfrentarse a los animales”. COAH saca lo peor de cada uno: el abandono, el yonkismo (gran palabro del hombre de la camisa verde), la violación, el desastre familiar, los deseos de crecer en un mundo de gigantes cabrones, la decepción que siempre llega. Y el entierro con gaitas, que en una ecuación con Boston, policías, robos, pistolas de otros estados y del propio, hace falta un entierro y hace falta la pregunta sobre el entierro: “¿Tú nunca has pensado cómo va a ser tu entierro?”. Las preguntas los matices y todo lo demás. Y Kevin Bacon convertido en fantoche que pasa de la envidia a la pena que sientes por él, por su abandonada esposa, por su desdichada hija. Y el catolicismo mal entendido, siempre regalando consejos a destiempo, siempre equivocado en la encrucijada equivocada. En un mundo de negros, el personal aplaudía a Bird, hasta que un 18 de agosto Bird dijo basta y se largó. Los cojos también vuelan, y no es una frase del hombre de la camisa verde, es apócrifa, como todo en COAH: “Por un lado está la ley y por otro lo correcto”. Y siempre hay que brindar, aunque sea por crear problemas, por buscar problemas dentro del problema, por buscar la salida en un mundo en el que no hay solución. Y pegarle al que manda, aunque solo sea un intento. Todo es mentira, también en la aritmética de las cuotas de COAH.

sábado, 20 de agosto de 2022

Above Suspicion (Segunda temporada): La dalia roja

Oír, ver y callar. Empieza la segunda temporada de Above Suspition (La dalia roja) con un ritmo frenético de despacho, de oficina, al más puro Sorkin: todos se mueven, todos van a velocidad endiablada, ruedan las tazas de café, se piden bocadillos, suenan teléfonos, llegan cartas, hay gritos y no hay pausa. Entra el factor prensa, entra el factor del pasado, entra el factor del olvido, entra la música y la jet set, entran los jaleos familiares y de alcoba y de la peor sangre y establo. Y la tensión definitiva entre Ciarán Hinds y Kelly Reilly sigue en aumento, con choques frontales y forzados, dejando puntos suspensivos que permiten creer lo que podrá ocurrir. O no. Siguen las buenas historias y los buenos giros, ahora con una historia que no deja respirar y que atrae desde el principio. Deberían existir más ficciones como Above Suspition.

Sigue respirando. Primera temporada.

La estela de Robinson Crusoe es alargada. Saque una idea, copie una idea, adáptela a la postmodernidad y busque sombras en el pasado de la protagonista. Esta Robinsona Crusoea, la protagonista de Sigue respirando, tiene un pasado difícil: una madre pintora bohemia con problemas mentales, un padre filósofo y profesor, un medio novio que la adora pero que no es correspondido como debe, un trabajo que la absorbe, un bar donde se desfoga, un pasado que vuelve a cada momento. Y no llega a una playa, llega tras accidente de avión (Wilson, vuelve) a un valle con su río, sus compañeros muertos de avioneta, sus bolsas con dinero, su kit particular de supervivencia, sus fantasmas presentes a todas horas. A su favor tiene la duración de los capítulos, la intensidad, el desvelo continuo; en su contra, que a veces se pasa de drama, de gritos, de problemas continuados. Quizás es exagerado su éxito inmediato en el streaming, pero la balanza de los gustos no es extrapolable a nada. Un buen producto para un verano que llenar con estelas que, si se repiten en exceso, nos recuerdan demasiado a otras ficciones.

miércoles, 17 de agosto de 2022

Las guerras civiles: Una historia en ideas.

Empieza David Armitage su libro titulado Las guerras civiles: una historia en ideas citando a Víctor Hugo y Hannah Arendt, adelantando un prólogo en que habla de la “Larga Paz” que hubo tras 1945 (podríamos también entrecomillar 1945, pero no hay que llegar al cansancio tan temprano). Como precedentes de esa LP habla de los periodos comprendidos entre las guerras napoleónicas y la guerra de Crimea [1815-1853] y entre la guerra franco-prusiana y el comienzo de la IGM [1871-1914]. Pero, pese a todo, escribe DA que “nuestra era no es un tiempo de paz plenamente tranquilo”. También subraya el concepto de “guerra asimétrica”, definiéndola como “aquella en la que el Estado o sus habitantes se ven atacados por fuerzas no estatales”, apareciendo a continuación nombres como los de Al-Qaeda o Estado Islámico. Y añade el autor en el prólogo: “La Larga Paz sobrevive bajo una oscura sombra, la de la guerra civil”. Apostilla además: “Gradualmente, la guerra civil se ha convertido en la forma de violencia humana más extendida, destructiva y característica”. Habla el autor de la mayor duración de las guerras civiles contemporáneas que las guerras entre estados (hay que recordar que este libro es de 2018). Asegura DA que “el mayor legado de una guerra civil es más guerra civil”. Y él, como teórico del balón regateando entre defensas que van entre Aguirre y Suárez, escribe: “Lo único que puedo hacer como historiador es desvelar los orígenes de nuestras actuales insatisfacciones”. Asegura Armitage que nuestro mundo no es un mundo en paz, “es un mundo en guerra civil”, algo que es “esencial a la naturaleza humana”. Incide en el daño causado por estas guerras en familias, naciones y en las cicatrices que han dejado en todas ellas. Y aparece el postureo político, porque para Armitage “hoy la política democrática se asemeja cada vez más a una guerra civil por otros medios”. Y por lo que nos toca, o ha dejado de tocar, entre primitiva, QH y cupones prociegos, surge la palabra historia: “La ventaja de la historia, y tal vez la maldición de recordarla, está en el conocimiento de que la guerra civil nunca ha sido una categoría tan estable y transparente como parecería implicar su uso popular”. Deja buenas frases esta obra, Las guerras civiles: una historia en ideas. Espadas y sangre en una portada que deja un poco aséptico para el torrente que hay página tras página. Difícil asunto el de las cubiertas, casi o tanto más que el de las guerras civiles. Habla el autor de 3 momentos, uno mediterráneo, otro europeo y otro mundial de la “longue durée de la guerra civil para ilustrar su génesis, su transformación y sus aplicaciones contemporáneas. El primero es la Roma antigua, el segundo es la temprana Europa moderna y el tercero a mediados del siglo XIX”. Y pone énfasis a la hora de establecer los límites entre guerra civil y revolución: “Hay que rebautizar las guerras civiles exitosas como revoluciones, mientras que los revolucionarios negarían haber estado comprometidos en guerras civiles”. En palabras del propio autor, “Every Great Revolution is a Civil War”: La primera parte del libro la titula DA Caminos desde Roma, subrayando la importancia de la tradición romana, ya que indica que los habitantes de Roma fueron los primeros en vivir el asunto como una guerra civil, con enemigos propios que no eran extraños y que llevaron a llamar a aquello “bellum civile”. Cita y vuelve a citar los asesinatos de los Graco, pero señala que “la sucesión de guerras civiles de Roma comenzó cuando el cónsul Lucio Cornelio Sila marchó sobre la ciudad al frente de un ejército en 88AEC con lo que violaba el tabú más importante para cualquier gobernante o mando militar romano”. Aquellos jaleos entre Mario y Sila, y los seguidores de ambos, y algo que se va a repetir hasta el presente, aunque ahora los instrumentos son otros: “Las trompetas y los estandartes eran los signos visibles, la guerra convencional era el medio, y el control político, el fin”. Siempre el control político, no podía ser de otra manera. Apostilla DA: “La guerra llegó a definir la historia de la civilización romana, ya fuera como maldición que la comunidad no podía quitarse de encima, ya como catarsis de las enfermedades populares de la república que permitió la restauración de la monarquía”. Viva la catarsis. Se recrea DA con el triunvirato de César, Pompeyo y Marco Craso y las implicaciones que todo aquello trajo, incluidas las familiares entre ellos. Vuelve al segmento de ocio del Rubicón, y a las opiniones de Cicerón, fiel seguidor de Pompeyo. Y Catilina y la forma del cambio con la instauración imperial, y citas de Tácito: “La tiranía era la continuación de la guerra civil por otros medios”. Y los desastres tras Nerón, y los escritos de San Angustín. En la segunda parte, el autor habla de guerras incívicas en el siglo XVII. Ahora el recreo llega a las obras de Thomas Hobbes, las propias y las que editaba, como las reediciones de obras como las de Floro, Tácito, César o Tucídides. También hace referencia a las luchas entre pizarristas y almagristas en los territorios americanos contados por Gonzalo Fernández De Oviedo, Agustín de Zárate y Pedro Cieza de León. Y ese fenómeno histórico llevó a la creación variada: “Que en los siglos XVII y XVIII los libros produjeron revoluciones es un tema que los historiadores han debatido acaloradamente, pero de lo que no cabe duda es de que las guerras civiles producían libros”. Escribiendo sobre Hobbes, lo hace así DA: “La famosa guerra de Hobbes de todos contra todos no era en absoluto una guerra civil”. Después habla de John Locke y de las revoluciones británicas y de Algernon Sidney. Escribe Armitage: “La era de las revoluciones también fue una era de guerras civiles”. Siguiendo a Koselleck, el autor rescata la frase: “La revolución hizo su aparición a lo largo del XVIII como un concepto opuesto al de guerra civil”. Y sobre esta época, el autor recalca que los autores europeos en ese contextos hablaban de tres tipos de guerra civil, a los que denominaban sucesionista, supersesionistas y secesionista. En este sentido, subraya la labor de Emer de Vattel y su libro El derecho de gentes, que para los creadores de USA “habría de oficiar casi como una Biblia”. Y de allí pasó también a América Latina y a la Europa meridional. A continuación, vuelve a preguntarse el autor sobre la forma de llamar a lo ocurrido en Norteamérica: “La revolución fue un acto de liberación de americanos que se identificaban como tales, se sentían distantes de Gran Bretaña y exigían la autodeterminación”. En ese mismo asunto, cita La riqueza de las naciones de Adam Smith, fechada en 1776, y se recrea en las guerras civiles británicas de 1642-1645, de 1648-1649 y de 1649-1651, haciendo referencia a que otros autores también incluyen la Revolución Gloriosa de 1688-1689. De ahí pasa al estudio del asunto francés: “ El caso paradigmático acerca de la implicación mutua de revolución y de guerra civil es la revolución francesa”. Afirma Armitage: “Después de 1789, las revoluciones, en plural, se convirtieron en la revolución, en singular. Lo que había sido natural, inevitable, ajeno al control humano, se volvió voluntario, calculado, repetible. La revolución como acontecimiento dio paso a la revolución como acción”. Y le sigue dando al torno: “En los años posteriores a 1789, la revolución también desarrolló una autoridad con su derecho propio, en cuyo nombre la violencia política era legitimable”. Pero siempre hay oposición, siempre hay una media naranja en contra de la otra, y los finales alternativos se los dejamos a Airbag: “La búsqueda de la guerra civil en el corazón mismo de toda revolución es directamente contrarrevolucionaria”. Cita el autor a Furet y a Edmund Burke, y sobre el segundo escribe Armitage: “Burke fue un observador de talante hostil al desarrollo de la Revolución Francesa. Su fusión de Revolución y Guerra Civil no era una sutil puntualización histórica sobre la fusión de estas categorías, sino que se proponía socavar la legitimidad de los revolucionarios”. Después salta a Kant, a Marx, a Engels, a Lenin y a Stalin. Sobre Lenin: “Lenin sostenía que tras victoria de la revolución proletaria permanecerían al menos tres clases de guerras: las de autodeterminación nacionalista, la de represión burguesa contra los estados socialistas emergentes y las civiles”. En la tercera parte, Armitage habla sobre los intentos de civilizar la guerra civil. Empieza la tercera parte con el discurso de Lincoln en Gettysburg, y cita al abad de Bably y el recuerdo de Juan Romero Alpuente: “La guerra civil es un regalo del cielo”. Además, refleja el autor que la más importante de las obras modernas sobre la guerra –De la guerra (1832), de Carl von Clausewitz—no contiene ni una sola mención de la guerra civil”. A continuación, DA cita a Jomini, que si admite las guerras civiles y las de religión. Hasta Los miserables de Víctor Hugo aparecen en el libro. Pone énfasis el autor en el asunto gringo: “La Guerra Civil Norteamericana tuvo lugar en el seno de una capitalista global construida sobre la base del algodón y el trabajo esclavo, con ramificaciones que se hicieron sentir en el Caribe, Euripa, Egipto y el sur de Asia. También se produjo en medio de una explosión de violencia de mediados del siglo XIX”. Continúa con el asunto: “La Secesión –intento de crear un estado nuevo—lleva por tanto a la guerra civil; esto es, a un conflicto armado en el seno de un estado establecido”. Y sigue: “Con esta perspectiva de longue durée, la Revolución norteamericana parece responder a un arquetipo, mientras que la Guerra Civil Norteamericana, una vez más por su extemporaneidad que por su violencia, parece una anomalía”. Y todo eso para acabar con la pregunta de rigor: “¿Es posible civilizar una guerra civil?”. La guerra, su domesticación y todo lo demás. Llegando a la problemática de los conflictos actuales y contemporáneos, DA asegura: “El orden internacional moderno descansa en dos principios fundamentales, pero incompatibles. Uno es la inviolabilidad soberana o independencia. El otro es la obligación de respetar los derechos humanos y que la Comunidad Internacional tiene capacidad para intervenir en nombre de aquellos que persigue…”. La cita continúa, pero la entendemos todos. Vuelve a citar a Lincoln respecto al concepto de secesión (“reconoció que solo podía ser legar si era consensuado”). Cita a Francis Lieber, primer profesor de ciencias políticas en Yankilandia y habla de su código, y acaba el capítulo con otra cita de las que copiar en colores: “Como tantas otras veces, el progreso hacia la paz perpetua entrañaba una marcha a través de camposantos alimentados por guerras civiles”. El capítulo sexto, sobre el siglo XX, empieza con una cita de Jaime Torres Bodet de 1949: “Todas las guerras europeas –decía Voltaire—son guerras civiles. En el siglo XX, esta formulación se aplica al planeta entero. En nuestro mundo, que se estrecha a medida que las comunicaciones se hacen más rápidas, todas las guerras son civiles, todas las batallas son batallas entre ciudadanos, más aún, entre hermanos”. Sigue citanto, esta vez a Fénelon, a Rousseau, a Henri Martin, a John Rawls, incluso a Michael Foucault: “La política es la continuación de la guerra civil”. Escribe sobre estas diatribas DA: “A lo largo del siglo de guerra casi permanente que fue la segunda guerra de los 100 Años (1688-1815), la guerra civil europea había llegado irónicamente a significar, tanto en el continente como en sus acontecimientos imperiales, un grado de unidad cultural y a la vez una diferencia de orden civilizatorio respecto del resto del mundo”. Hablando de guerras contemporáneas cita el asunto/caso de Dusko Tadic y reflexiona sobre la guerra de Irak y su tratamiento por parte de algunos como si fuera una guerra civil. Cita a John Keegan y a Bartle Bull, y sus cinco guerras civiles del mundo moderno: inglesa (1642-1649), norteamericana (1861-1865), rusa (1918-1922), española (1936-1939) y libanesa (1975-1990). Y luego, la Guerra Fría, y, como al principio, cita a Arendt: “las consecuencias de una revolución se muestran en la forma de guerra mundial, un tipo de guerra civil que abarca el planeta entero, como una parte notable de la opinión pública consideró, y muy justificadamente, incluso la Segunda Guerra Mundial”. Añade también la más reciente expresión de guerra civil global, poniendo el ejemplo de luchas ante terroristas transnacionales como la que lleva ingleses y norteamericanos contra miembros de Al-Qaeda, sobre todo tras los acontecimientos de Nueva York de 2001, Madrid 2004, Londres 2005, Bombay 2008, Sídney 2014, París y San Bernardino 2015, y Bruselas 2016. Quizás tengamos que volver a considerar su frase, una vez más: “Tal vez en el siglo XXI todas las guerras sean realidad guerras civiles”. Para concluir, habla de guerras civiles de palabras, y empieza poniendo énfasis en el dolor: “Nuestras ideas sobre la guerra civil transmiten el dolor de dos milenios. Y ese dolor continúa perturbando nuestra política incluso hoy”. Y añade: La mera denominación de guerra civil puede dotar de legitimidad a formas de violencia que de otro modo serían reprimidas o criticadas”. Y poniendo puntos finales, escribe DA: “La guerra civil es un legado al que tal vez la humanidad no pueda escapar”. Un buen libro para reflexionar sobre hechizos convertidos en masacres, palabras traducidas en bombas, definiciones imprecisas para intentar traducir con palabras puñaladas y asesinatos.

Mi otra yo. Primera temporada.

Ayer estaba escuchando el Marcador Internacional en Radio Marca y estaban hablando del partido del Trabzonsport, y del alcalde de Estambul, y de Trebisonda y de las emigraciones masivas y me di cuenta de lo poco que sé, en primera persona masculino singular. En Marcador Internacional buscan cualquier motivo para explicar un poco la vida, la geografía, la existencia más allá del fútbol. Creo que ayer era Raúl Fuentes, pero no me hagáis mucho caso. En todo caso, viva Turquía. Todo esto viene a cuento de otro cuento, de la primera telenovela turca que he visto: Mi otra yo. Buenos sentimientos, buenas vistas al mar de la tranquilidad y como en toda telenovela, asuntos del pasado que se mezclan con el presente, divorcios, desamor, violencia, muerte, desfalcos, abortos, celos, compañía y todo lo demás. Como cualquier motivo, Mi otra yo es otra excusa cualquiera para hablar de fútbol, de la derrota de ayer del Trabzonsport y de lo que haga falta. Todo es mentira. Coda: Y es verdad, el alcalde citado no es del partido de Erdogan.

Better Call Saul. Segunda parte de la sexta temporada.

No sabía si estaba viendo Better Call Saul o los créditos de Boardwalk Empire en Atlantic City. Pero no. Sonaba música y era Better Call Saul. Otra vez, aunque esta vez para cerrar el círculo, para acabar con todas las paranoias (o empezar otras), para creer que las velas se consumen por algún motivo, para justificar muertes, para buscar asiento en el infierno ante un cadáver todavía caliente desde el final de la primera parte de esta sexta temporada. Pero hay más carreras, y más muerto, y más zanja, y más zapatos lustrados (o lustrosos, o como se diga eso de lustrar) y hay que empezar el principio del final. Limpieza, justicia, venganza. Vinos que no importan a nadie. Pajas mentales y fotos para recordar a muertos que bien muertos están. Padres hablando de hijos muertos. Lo real no siempre parece real. Renuncias que no son solo renuncias. Todo tiene una explicación. Empezar de nuevo. Escapar para poder respirar en libertad. “Que se haga justicia, aunque se hunda el cielo”. Empujoncitos para todos. Recompensas para todos. Mentiras para todos. Trato, tema y cualquier letra que empiece algo. Cronómetros para todos. Ese décimo capítulo de la sexta temporada de Better Call Saul muestra la mentira de Saul Goodman: esconder, morir, retroceder, volver a reinventarse, estudiar, actuar cuando hay que hacerlo. Y la antepenúltima píldora, con WW y JP volviendo a la escena, camionetas para todos, llamadas de teléfono, nieve y cuenta de hilo para mostrar noticias de un pasado que nos incumbe a todos. Todo mentira, todo divorcio, todo tiene una explicación menos lo que no la tiene. Yo hubiera preferido otro final, pero como todo en la vida, una cosa son las expectativas y otra cosa las mentiras. Y en Better Call Saul todo es mentira.

domingo, 14 de agosto de 2022

Above Suspicion. Primera temporada.

Hay veces que dos personas, dos rostros, dos cuerpos, lo absorben todo. Quizás la historia no es perfecta, quizás el asesino en serie se derrumba pronto y se quita rápido de cualquier sitio, pero esos dos rostros, esas dos personas, esos dos cuerpos que lo absorben todo son suficiente: Ciarán Hinds y Kelly Reilly. Vaya par. La historia de esta primera temporada de Above Suspicion es sórdida, es de vómito prieto y males varios, pero es que la vida es una sucesión de males varios, o, como diría el hombre de la camisa verde, de miles males distintos. Será por males. Nada como una zanahoria atrayente para levantar sospechas, envidias y levantamientos varios. Kelly Reilly llama la atención, tanto o más que Ciarán Hinds. Tal para cual, bajos instintos, manos largas, cenas pendientes, camisas blancas, dobles fondos en los armarios, niños y agua hirviendo, y cosas que pasan a los siete años y que no puedes olvidar. Una gran temporada, aunque parezca sencilla, la primera de Above Suspicion con esos primeros planos, con esos ojos mirando hacia arriba, con esas primeras papillas en mitad del camino, con esas mascarillas cuando no hacían falta mascarillas. Y siempre, Ciarán Hinds y Kelly Reilly en mi equipo.

Viaje alrededor de mi cuarto (Novela desordenada)

Empieza Miguel Sánchez-Ostiz su Viaje alrededor de mi cuarto (Novela desordenada) justificando la creación de este libro, en una situación excepcional como la del encierro pandémico, y, como dice el autor, no poder ir a donde uno le apetece “bajo amenaza de multa”. Pone en relación el título con la obra de Xavier de Maistre de 1794, y dice Sánchez-Ostiz que está “convertido en un anciano por decreto”. Cita a Anthony Burgess, y se refiere a la mesa del escritor, ese “espacio donde más tiempo pasa”. Además pone en una misma frase devoción, oficio y disciplina, que no siempre congenian pero que antes o después se juntan. Estos encierros me hacen recordar, no sé si bien traído, La fuga de Los Plomos. Escribe Sánchez-Ostiz que “nada es ya lo mismo de lo que fue”. Si nos ponemos a recordar esos meses de febrero y marzo de 2020, ahora parece un chiste macabro. Recuerdo en una clase de 2º de Bachillerato que, la semana antes del encierro me despedía de algunos de mis alumnos, y les dije que ya no los vería más, que el curso se acababa. Mi miraron estupefactos, no se lo creían pese a lo que nos venían. O me tomaban por loco. Y hemos cambiado mucho en estos dos años, quizás nos hemos vuelto más pesados, más irascibles. Y nos han cambiado los hábitos. Y las rutinas. Escribe Sánchez-Ostiz que “durante años me ha podido el nomadeo, las mudanzas, la provisionalidad, el desasosiego incurable”. Y es verdad, vamos dando tumbos hasta que frenamos en secos, o nos encierran en un hospital o en un manicomio o en casa, que no siempre son lo mismo pero, en ocasiones, se confunden. Cita El otoño en Crimea de Carlos Pujol, y a Simenon, y a Cabrera Infante, y a Alberto Clavería, a Proust, a Carlos Castilla del Pino, y a Conrad, y a Lao Tse, y a Gómez de la Serna, y a Carl Einstein, y a Valentí Puig, y a Borges, y a Virgilio, y a Bruce Chatwin, a Elizabet Bishop, a Tabucchi, a Patrick Mauriès, a Philippe Jullian, a Paul Morand y pone énfasis en hechos que no siempre tenemos en cuenta, como que “nada te protege del ruido de tu época”. Y es cierto que este estruendo nos ha pillado desprevenidos, muchos sin el testamento hecho y sin pensar en lo que dejaban a los suyos o a los que dicen ser suyos. Me recordó un día mi padre el ruido del agua y de todo lo que arrastraba cuando en Aljucer, en la riada del 73, se desbordó el Reguerón y arrasó con el pueblo. Esos ruidos no trajeron solo cieno, trajeron odio, y como bien subraya el autor “somos peores de lo que pensábamos, los unos para los otros”. Siempre. Y en esa nubosidad variable, se mencionan recuerdos de andadas nocturnas y de Bolivia, y de los últimos 25 años por el barrio y el cementerio judío de Bayona, y de Madrid y de San Juan de Luz y de Pamplona, y la edición de Las pirañas. Se refiere a la muerte de su amigo Alberto, como todos nos referimos a esa fecha concreta en la que alguien desaparece. El cita ese 3 de diciembre de 2012 como otros citamos el día de la romería de septiembre de 2010 cuando encontraron muerto al hombre de la camisa verde (llevaba días muerto, pero su hermana no se preocupaba por él. Me ha gustado mucho la reflexión sobre nuestra relación con los objetos, con esas “cacharrería”, y lo que encontramos en los cuartos diurnos y nocturnos, y esa imagen grabada de la primera vez que visitó el despacho de Gómez de la Serna. Tengo varios amigos que son coleccionistas, y no sé si es perversión o admiración, no sé la forma de definirlo. Escribe Sánchez-Ostiz que “no hay colección que no sea a la postre una autobiografía”. Y el recuerdo de un San Roque me lleva otra vez a Aljucer, donde también tenemos nuestra diablada personal, nuestras máscaras africanas, nuestros fetiches propios. Reflexiona, refiriéndose a Chatwin, sobre el fracaso y la soledad, y deja frase, recordando a Maux Aub y Buñuel: “Eres como te ven los demás”. Y cita a la profesora Yvette Sánchez mientras piensa sobre la fragilidad y su “entrada por la puerta grande”. Esos recuerdos también le llevan a su casa familiar de Pamplona, y la librería que tenía, y se recrea en Un viaje a España de Carlos Pujol. Dice Sánchez-Ostiz que “mi afición a la lectura está ligada a mis enfermedades infantiles”, y se acuerda también de la casa de sus abuelos, y del Lazarillo, de Salgari, y de Robinson Crusoe. Recuerdo que cuando me operaron en mayo de 1994 en la Arrixaca apareció por allí Pepe, un expolicía nacional amigo de mis padres, y me vio leyendo Tormento de Galdós y se quedó perplejo. Y me lleva a mi a recordar los libros de la colección Austral que tenían mis padres, una y mil veces prestados y que algunos no volvieron. Recuerda también el autor las farmacias familiares, y sus reboticas, y los olores que tenían, y la simpatía del abuelo por Niceto Alcalá-Zamora y la ocupación de la botica de las Brigadas de Navarra y el motivo de su supervivencia por asuntos de parentesco, y que lo citaba García Serrano en sus memorias (y hasta del último capítulo de Las pirañas se acuerda). Y de ahí a los sueños, a lo que nos traen los sueños. Al autor se le aparece todavía la casa de los abuelos paternos en sueños, a mí la chimenea de la casa en la que viví hasta los siete años. Y no solo los sueños, sino que también los olores, el ruido, la tarima y la muerte del abuelo y la casa en la que se quedó y el recuerdo de En Bayona bajo los porches. Cinco meses y veinte días después, en un trayecto entre Totana y Murcia, volví a la lectura de Viaje alrededor de mi cuarto, cuando me preparo para otra mudanza temporal, y es que VADMC(ND) va también de cambios de domicilio, de casa, de embalajes de libros y bibliotecas, de libros perdidas, y de cuentos: “De las narraciones vaso en mano y la mirada perdida más allá del espejo de la barra, hay que fiarse lo justo, pero sin ellas, qué aburrimiento”. Se acuerda el autor de Carmen Martín Gaite y de Francisco Briones, y de esos intentos de acumulación de libros: “Nada como intentar ordenar una biblioteca para dar volteretas para atrás”. También hace referencia a Gil de Biedma y se refiere a la quema de diplomas y títulos, y hablando de Ramón Irigoyen indica que “una cosa es la referencia y otra la influencia”. No he leído Moriremos nosotros también ni Cornejas de Bucarest, pero las referencias invitan a ello. Y hablando del encierro, se nos vienen muchas cosas a la quijotera: “Andamos en tiempo de memorias y de recuerdos durmientes que han despertado con el confinamiento”. Aunque no siempre son gratos los momentos que pasan por la cabeza: “Recuerdo aquella época de finales de los sesenta como algo siniestro, sombrío”. Habla de Malcom Lowry, personaje entre personajes, poniendo el recuerdo en Lunar Caustic: “Ese de Lowry es un susurro incallable para el que haría falta más alcohol o más mezcal del que en toda su vida pudo haber bebido”. Y no he probado los churros con anís, pero tendré que hacerlo. Y siguen las imágenes en la memoria: “Durante este encierro he comprobado que el perro apaleado tiene memoria y es de difícil olvido”. También cita el autor a José María Álvarez y su Museo de cera, que tomé prestado y todavía tengo sin leer, aunque no sé si por Murcia, o por Aljucer, o por La Manga, o nunca llegará a Totana enfrente de donde estaba el palacete del militar Aznar. También aparece en la historia un tal Maíz, secretario del General Mola, a propósito de algún escrito suyo. Sobre asuntos laborales, escribe Miguel Sánchez-Ostiz: “Ser sombra de ti mismo es un papel chungo de veras por muy guiñol que sea. Que lo viva otro. No estoy hecho para aguantar jefes laborales ni autoridades de rito”. Muy de acuerdo con esta afirmación. Y más litografías del pasado: “Felices ochenta, tan farloperos ellos…”. Cita el autor a Xabier Eder, del que recordamos Bajo la noche y Perro de prensa. Y poniendo el foco en el pasado y en el presente, se refiere a Pamiela, donde ha publicado más de treinta libros desde De un paseante solitario editada en 1985. Y los años de la depresión. Y las referencias a gurús de la edición de libros, sean o no “cucos de marca”. Y como siempre, marcando líneas de separación entre lo que es y lo que parece ser: “Cuanto antes admitas que los negocios de la amistad suelen ser oscuros y veleteros, mejor… los tuyos y los del prójimo”. Y pone en boca de Bernard Frank un buen principio: “No cerrar la puerta de mi casa, pero no llamar a la de nadie”. Y más frases para el subrayado en rojo: “No tengas amistad con quien puede ser tu enemigo, te conoce…”. Y en lo cotidiano, pone énfasis en lugares físicos, en objetos concretos. Y apostilla: “La mesa de trabajo, teatrillo de sombras en el tiempo de la invención, barca de navegación nocturna, a la deriva de la noche, entre páginas propias y ajenas”. Adoquines de recuerdo, y diálogos de películas entre chulos y cuadros de Fortuny, de Kitaj, de Lucian Freud, de Iturrino. Y siempre “hay lugares en los que siempre hay un embustero de guardia. Viajas para encontrarlo”. Y pone, o saca, a Modiano a relucir, o a la sombra, o debajo de la higuera que sigue dando sombras, y, a veces, higos: “Hace ya más de diez años, los suficientes decía Modiano para olvidar el estado civil de la gente que ha contado en nuestra vida”. Y los lugares que pudieron ser y no siempre lo fueron: “Para mí Valpariso es el escenario de la novela que no he escrito”. Y el viaje a Juan Fernández en marzo de 2003, y un ejercicio que algunos todavía hacemos como es el de los recortes de prensa… Y más noria, que no falte: “Feria de la memoria en el que vamos de un lado a otro”. Y el mundo literario propio, y los buenos enterradores, en este “país de galimatías y del acertijo el nuestro”. Y el ejercicio más difícil, ese que te lleva al espejo: “Para escribir de verdad de uno mismo con o sin lirismo hay que atreverse”. Y esas dedicatorias que te regalan, y que no se te olvidan nunca: “Para que aprendiera a no convertirme del todo en un adulto”. Envidia. Y más pasado que se turbia en el hoy: “Presente zarrapastroso que se ha agudizado durante la pandemia”. Y La sombra del escarmiento, y tener claro que “el tiempo conspira a favor de la desmemoria”. Y los recuerdos de los ausentes, de Javier Reverte y de Juan Marsé, y en el horizonte de la claridad dejar por escrito que “cuando se va gente con la que has vivido mucho, se va también una parte de ti”. Y frases con la que meditar: “Embalar una biblioteca es una tarea arqueológica de la propia vida”. Y también hay verdades como templos, de día a día, de las de todos los amaneceres: “Las librerías se cierran una detrás de otra, unos se echan las manos a la cabeza, pero lo que de verdad le importa a la mayoría es que cierran los bares”. Y como nada es casual, al final del libro aparece la figura de David de Jorge, que fue la persona que me llevó a Miguel Sánchez-Ostiz y a Las pirañas tras leer una entrevista que le hicieron en JotDown Magazine: “Los últimos festines fueron con David de Jorge, hombre de fogones y de libros, antigüedades y arte y vida con el que se puede conversas y reír hasta la extenuación”. En definitiva, un libro que sirve como refugio ante todo lo que se nos viene encima.

sábado, 13 de agosto de 2022

This Is Up. Primera temporada.

This Is Up no deja indiferente desde el principio. Caos, llanto, pero siempre al límite, seas o no de los Steelers, seas o no seguir de la NFL, seas o no de coger el micrófono en un bar, seas o no de citas a ciegas, seas o no de elegir grises cuando solo se ven blancos o negros, seas de escoger casa o ser un espectro de una guerra como la de Vietnam, seas más de abandonar o huir o de no volver de la II Guerra Mundial, seas o no de elegir entre telecomedia de risas en directo o de teatro, seas más de muleta o de encierro, seas de guardar cenizas o enterrarlas junto a un árbol, seas más de anorexia o de todo lo contrario, seas más de huir cuando todo se niebla o de la bruma continua, de escoger bando en mitad de la tormenta cuando el barco se hunde (siempre con el capitán), seas de hablar con el cartero o de pasear por la mañana (adiós a las carreras), seas de dimitir o aguantar el chaparrón. Una primera buena temporada, con su buena dosis de azúcar y drama, que sin azúcar ni drama no somos capaces de aguantar. O quizás, sí.

Hágase querer por la calma total

Grace. Segunda temporada.

“El pánico moral no tiene de moral”. Sigue dejando buenas frases y mejores impresiones Grace en su segunda temporada, aunque nos lleva a la diatriba moral de encontrar segundas oportunidades. También nos hace desenterrar (en más de un sentido, también el físico) viejos fantasmas, bichos repetidos, adopciones escogidas, cromos clonados, ideas que tenemos en mente y que no siempre ponemos en práctica. Nos creemos inmortales hasta que dejamos de serlo, con hígado comprado o con córneas nuevas, que nunca se sabe. “Es difícil competir con alguien que no está”. ¿Niveles? ¿Construcción innecesaria? ¿Dolores que no llevan a ningún sitio? Está bien volver al recreo con cosas sencillas, pero bien hechas, con dignidad antes que numerología, con sentido ético antes que multiplicación de panes, peces y jerarquías. Y siempre hay un momento, antes de esa inmortalidad hecha espejismo, para pensar que “si tanta gente te dice que vas borracho, quizás sea una buena idea tumbarse en el sofá”. Pero los fantasmas siempre vuelven. Siempre.

Hágase querer por una verde

viernes, 12 de agosto de 2022

Virgin River. Cuarta temporada.

Sustancia cristalina perteneciente al grupo químico de los hidratos de carbono, de sabor dulce y de color blanco en estado puro, soluble en el agua, que se obtiene de la caña dulce, de la remolacha y de otros vegetales. Así define el diccionario de la RAE la palabra azúcar. Una palabra que da para mucho, aunque a veces se indigesta. Hay que valorar la capacidad de los creadores de Virgin River de estirar la historia, de incluir nuevas tramas, de incorporar nuevos personajes, de darle drama al drama. O lo que sea Virgin River, drama, folletin en mitad del valle, escenas de bar y algodón, líos de alcoba y enfermedades y embarazos varios. No hay descanso en Virgin River. Nunca.

For All Mankind. Tercera temporada.

¿Cómo no tomarse en serio algo que nos ponen en clave de videoclip para empezar una sucesión de imágenes con Jordan, la luna, Maradona, China, Clinton, doña Margarita, Reagan, Corea del Norte o los Beatles? ¿Cómo no tomarse en serio algo que puede mezclar con diferencia de minutos el Alright de Supergrass con el Mary of Silence de Mazzy Star? ¿Cómo no pensar cuando la fusión nuclear suena a música celestial? For all Mankind va creciendo como serie a la vez que nos va a hacer replantearnos las eternas preguntas sobre la utilización y reutilización sobre si somos seres manipulables o simples fantoches que somos marionetizados desde las esferas de poder. Pasan los años, llegan los kilos y las canas, llega el turismo espacial, llega el Hotel Polaris (y yo que pensaba que en Murcia ya tuvimos varios con ese nombre) pero hay mentiras que no cambian: “La NASA debe estar cambiando, pero el espacio sigue siendo un cabrón implacable”. Esa NASA, como cualquier ente gubernamental, que “nos hace ver las cosas como quiere que las veamos”. Nos lleva esta tercera temporada a incluir en la carrera espacial al genio bezosiano de turno, pero más oscuro, a lo privado en un ámbito de maratón entre estados que no se sabe muy bien qué son: enemigos, archienemigos, enemigos íntimos, recelo cotidiano o jodienda con vistas al fin de semana o a Marte. Porque ahora toca Marte y sigue con ese empoderamiento femenino tan de For All Mankind. La astronauta metida a presidenta de Gringolandia, la latina que llega a un puesto de responsabilidad en la NASA, la exmujer del astronauta en función de jefa de hotel espacial y cuarenta referencias entre astronautas y cargos (o cargas, o cargues) que, todo hay que decirlo, cansan un poco. No se mide solo por el valor, o por el color, o por ser ruso o yanki o de una empresa privada de la que no sabemos muy bien su procedencia. Ahora que vivimos en una eterna crisis energética, For All Mankind también nos mete con calzados en el zueco (¿por qué ya no llevan zuecos las dependientas de El Corte Inglés?) el problema de los trabajadores del petróleo y el carbón que pasan al paro (¿se puede decir paro en el tiempo en el que llamamos desaceleración a la crisis galopante?). Nada nuevo bajo el sol, bajo Marte, bajo lo que haga falta con un chantaje, con una carrera electoral, con un ruso haciendo de espía, con el divorcio como emblema, con la crisis matrimonial como ejemplo, con la crisis sin misiles, pero con una cubana que cae por el bien de la humanidad. Todo es simbólico en For all Mankind, todo tiene una explicación, todo una pildorita de Oxicodona a destiempo o una visita nocturna a la piscina equivocada. Aunque no siempre podamos “construir el Partenón en un día”. ¿Entonces en cuánto tiempo? ¿Podemos volver a caer en los amores del pasado? ¿Por qué falsear una carta? ¿Por qué no querer que crezcan los que están a nuestro alrededor? Y la sucesión de desastres, porque todo lo que sale mal tiene una explicación, como cuando votas a un tipo apellidado Zapatero, Rajoy o Pérez-Castejón: lógica matemática. Todo cuadra hasta que en la cuadra hay demasiado bestiario, hay mucho cerdo comiendo cerdo continuamente, porque For All Mankind es una carrera de cerdos por llegar al establo, pero no para comer pienso sino para hincarle el colmillo a la carne humana, aunque ya esté putrefacta. Y como decía el hombre de la camisa verde, hay más antiestadounidenses en Estados Unidos que en cualquier otro lugar del mundo. Todos espías, desde el tuétano al armario, desde el destierro al nuevo amigo/enemigo, desde el espacio al último rincón terrestre. Un buen lienzo para volver a recrearnos en los peligros de la ambición y de los sueños, de la lucidez que nunca llega entre el escarmiento y la desilusión. Coda: Vivan las odas al inconformismo. ¿Por qué somos unos eternos inconformistas?

jueves, 11 de agosto de 2022

Hágase querer por una roja

El cuento de la criada. Cuarta temporada.

¿Cuánto puede alargarse una pesadilla? ¿Hay una medida exacta para una pesadilla? ¿Hay un dólar o una libra para una pesadilla? Miles de pesadillas. O no. O es todo mentira. La huída, mentira; el escape, otra mentira; el dolor, la única verdad. Decía Manuel Alcántara, o creo que decía Manuel Alcántara, que después de una buena noticia suele aparecer una que te dan un sopapo (ahora habría que escribir sopapa, o sopape, que no sé el sexo de los sopapos). Pues eso pasa con la cuarta temporada de El cuento de la criada, que crees vivir en el recuerdo del final de la tercera y te llevan un buen bofetón (o bofetona, o bofetone). Te crees que todo es del color de un Ministerio Igualitario y Ultra y es mentira. Como Cuéntame. Todo mentira. Y de golpe llegas al tercer episodio, un episodio de horror y espanto (y para más inri dirigido por Elizateth Moss) te das cuenta de que lo peor sigue siendo una cosa muy personal y que hay cicutas que saben mal y luego está ese episodio: vaya sucesión de dolor. Episodio de los cebollentos chilenos, de los de acabar en el diccionario de la RAE buscando palabras para definirlo y no repetirte, de esos de verlos y mandar mensajes y preguntar si ya lo han visto y la opinión al respecto: es un homenaje al retrato de una dictadura, de todas las dictaduras, de todos los horrores y de todas las paranoias. Y una vuelta a una especie de seminormalidad es imposible. Canadá como salida, pero salida incompleta, traumática y engañosa. Barcos al poder. Redenciones en ambos bandos. El recuerdo materno siempre presente. Declaraciones y supermercados de agobio (imagen demasiado recurrente que nos recuerda a otras cintas). Recuerdo del encierro, de cada golpe, de cada violación. La Biblia y los versículos, y las habitaciones, y las tres noches consecutivas y siempre hay un chófer como segunda opción. Y la violencia continuada y los dedos cortados y la posibilidad de una salvación imposible. Vaya invento el de la justicia a posteriori (siempre pensamos lo mismo, y frases catárticas: “Todo el mundo necesita un pasatiempo: tú disfrutas infringiendo dolor”. Todo mentira, idealizando lo macabro, buscando una catarsis: “Los ausentes caen el olvido”. Pero siempre hay buscarla, aunque no se encuentra: “A los que somos perros viejos solo nos permiten ladrar”. Y más calvario, en mitad del calvario: “No van a parar de hacerte daño, es su trabajo”. Siempre se repite que no existe la ley, que existe un tipo que interpreta la ley, pero está bien eso de criar cuervos que, antes o después, te comerán como mereces. Una gran temporada la cuarta en El cuento de la criada, aunque no sepamos utilizar muy bien las preposiciones.

sábado, 6 de agosto de 2022

The Undeclared War. Primera temporada.

Una feria sin gente. Ladrillos. Notas. Huellas rojas en un suelo. Un pasillo lleno de trastos que hay que evitar. Números. Capuzones. Herramientas varias que se repiten una y otra vez. Códigos varios. Competiciones entre los que están por encima de los demás. Habrá que preguntar en qué manos estamos, en qué bolígrafos estamos, en qué locura vivimos. 2024 es un horizonte sin horizontes. Caída de Internet en un Reino Unido peculiar, porque siempre es peculiar. Pero no de todo Internet. Las redes sociales no se ven afectadas. ¿Qué es un 35% cuando todos los números siempre mienten? Ataque cibernético. Cajeros automáticos que no funcionan. ¿Los rusos? ¿Siempre con los rusos? Malware al poder. Ríase usted de la mente de The Good Doctor. Justo en medio de una campaña electoral: el pueblo (o la gente, o esa entidad muy poco común, pero de arrebatos sanferminescos) puede cambiarlo todo. La agenda populista sale a relucir en el minuto 20 del primer capítulo de The Undeclared War: “El gobierno es una porquería. No puede organizar una meada en una cervecería”. Corrupción e incompetencia. Lo hemos visto en las últimas elecciones: la mayoría va a Internet, no lo cuentan los mítines a la hora del Telediario (o puedes ser un Zancajo de la vida y hacer una campaña lamentable basada en el resentimiento al PP y regalarle la mayoría absoluta al PP [pero no hablemos de Juan de Moreno, que esto no es Irma Vep]). ¿Podemos funcionar en el minuto a minuto con ese rendimiento del 35% habitual? Pero siempre se puede culpar a Rusia, como se dice en el sexto capítulo: “Hemos subestimado a Putin los últimos diez años”. Y más tiempo. Se puede culpar a esa Rusia, a ese Papa peronista y montonero (vivan los tópicos), pero es defecto de fábrica, que somos muy de Wojtyla y de Ratzinger y de los giros a la derecha en La Iglesia. FSB. ¿Cómo preferimos el despacho de Putin por la noche? ¿Apagado? ¿Encendido? ¿El primer ministro negro en UK? ¿Cuándo vuelve Boris y su melena rubia? ¿Cuándo vuelve UK a la UE? Ciberataques criminales para todos. Cerebritos, necesitamos vuestra ayuda. ¿La lupa cuenta como herramienta? El paro y los daños colaterales. Vuelos con retraso. Virus no conocidos. Economía por los suelos. ¿Contraataque contra Rusia? Mascarillas para todos. Dramas familiares, dramas nacionales pero sin tesoros nacionales de los que reír. Matones con teclado. Twitter y la propaganda rusa. Y siempre hay que llevar cuidado con las preposiciones y con la gramática. Los ritos, el tiempo, el retraso, el empoderamiento de dos mujeres en un mundo de hombres. Y esa frase repetida de que no existe la familia en el trabajo. Y hágase querer por un ataque un dos de mayo, que siempre hay mayos que recordar. La serie se hace esperar en el tercer y cuarto capítulos, mostrándonos a los rusos haciendo el ruso. Esa desaceleración en la trama no le viene bien, poniendo al FSB a ejercer de FSB. Además resalta el papel de las noticias falsas, la invención de un hecho, la creación de una falsa realidad, ya sea en una familia islámica en Reino Unido (llena de secretos y mentiras, o de mentiras y secretos, que nunca sé lo que va primero), la creación de una falsa realidad: “Que sea falso no es la cuestión. Es decir, todo lo que se informa es falso, de una manera u otra”. Y le dan más hilo a la cometa: “La cuestión es acostumbrar a la gente a la idea de que todo es mentira, que no existe la verdad y una vez que aceptan eso el mayor mentiroso gana”. Podríamos intentar reiniciar las relaciones internacionales, pero es imposible, solo hay una salida. O ninguna. O la guerra: “Putin quiere anular el orden mundial. Y tiene razón. Rusia tiene que salir de la dominación de Occidente si quiere crecer. Y tenemos que romper lo que tenemos aquí desde dentro, para poder construir de nuevo, algo mejor”. Y, siguiendo el lema planetario de trastocar elecciones el día de marras, sale el factor extranjería, de la negación del voto, de la manipulación del censo y el Black Lives Matters y lo que se tercie para asegurar victorias conservadoras (¿es que hay otra cosa albionísticos territorios?). La calle, la toma de la calle y las frases del hombre de la camisa verde: “¿De quién es la calle?”. Vivan las mentiras, las fake news, los muertos resucitados, los bombardeos inexistentes, los estados de emergencia, la sedición, los poderes especiales en defensa de la propiedad privada y el orden público, y el toque de queda. Siempre hay un Snowden al que culpar. Siempre. The Undeclarated War es un buen artificio para pensar en todo aquello que no es verdad, es decir, en todo. El problema de estas historias es la versión. Siempre decía el hombre de la camisa verde que debíamos pensar en la otra cara de la historia, en lo que piensan los rusos de nosotros, en el desprecio del occidental por todo lo que suena a ruski, a iglesia ortodoxa, a tradiciones orientales, en jodiendas con vistas a las plazas rojas. Una buena historia pero con matices discutibles, pero que hace pensar en distintos asuntos que todos deberíamos mejorar.

martes, 2 de agosto de 2022

The Control Room. Primera temporada.

Ya lo decía Millán Salcedo (¿o era Josema Yuste?): “La telefónica, siempre jodiendo”. Pues en The Control Room pasa eso: que suena el teléfono y se fastidia todo y te toman el pelo y te tienes que preguntar la cuestión del millón de libras: ¿Me están utilizando? Aunque siempre nos utilizan. Siempre. The Control Room, entre pregunta y pregunta, con y sin libras, nos pone en la tesitura de encontrar al enemigo en casa, a la amiga del pasado, al árbol para esconder lo que no se puede esconder, a la llama del pasado, al padre olvidado en el drama. Esperaba más de The Control Room, pero quizás ya todo nos parece poco. O muy poco. Yo lo hubiera dejado en dos capítulos. El infierno sigue lleno de buenas intenciones.

lunes, 1 de agosto de 2022

Santa Evita. Primera temporada.

Tienes un problema en el momento en el que no sabes en qué días estás. Y un problema más gordo en el que momento en el que muchos rezan por ti. O te ponen velas, o no hay rosario repetido cada diez segundos que no sea por ti. Blanco y negro. Siempre tenemos el recuerdo en blanco y negro de Evita en Madrid, y en la envidia de la esposa del Generalísimo. Nada como junio y las pieles en la Plaza de Oriente. Pero no nos desviemos, que no somos protagonistas en El silencio de los corderos. Siempre en blanco y negro. Ave María por Evita Duarte de Perón. Todo acaba en un color negro. Siempre. Antes y después del Ave María. Médicos y contratos, monumentos en proyecto (de los descamisados, vivan las metáforas) y enfermedades con proyectos, agonías que rodean de gente conocida y desconocida. Viva la palidez. Viva la rigidez ante el negro. Herejías en mitad del mitin, que todo es mitin en política y en la vida: todo es mentira, incluso el peronismo. Y no sé si es Perón, o es Berlusconi en su último injerto de pelo: alianza italoargentina (no podía ser de otra manera) con Turquía. Y los perros, antes de arder Madrid, que fue donde descansó Evita en un altillo tres años antes de descansar definitivamente en el cementerio de la Recoleta bien entrados los 70’s. Y los perros y los hijos de perra, siempre es la misma cantinela con los coroneles, y los generales y esas patulea que decide cambiar de cromos pero no de uniforme. Reflexiona Santa Evita sobre la influencia del poder en las personas, de las traiciones repetidas en el tiempo (no solo se repiten las copias del cadáver de Eva Duarte de Perón), sobre las misiones que no son misiones sino locura y de consignas que hablan de justicia divina. Argentina fue una joya que acabó en piedra sin valor, como el cadáver de Eva convertido en objeto utilizable o negociable para todos. Pero todo sigue siendo mentira. Coda: Hágase querer por una adulterina.