21

Ayer vi 21. Que quede una cosa clara: el maestro siempre puede ser un hijoputa. Hay que aprovechar las muertes ajenas. Y los anillos. Y todo lo demás. Pero siempre hay puto alumno que puede ser el más hijoputa de todos. El más.

Vaya mierda de sinopsis acabo de hacer. Será por la edad y la ausencia de alcohol. Rebobinemos el disco duro (o cómo mierda se llame eso). El listillo de la clase. Ausente, pasando inadvertido para todos. Incluso para el profe que le pone el 10. Un gris que parece gris. O, tal vez, no. Hasta que un día tiene un reflejo dorado. Y se ve su brillo. Dios dorado, que escribiría Cameron Crowe. El electrón se folla al protón, siempre. Y el protón es un jodido trucha. Y lo demás no importa.

Y entonces va el bombón (Kate Bosworth, hay que reconocerlo, todos caeríamos a sus pies). El bombón, decía, que lo lleva al redil al chico hasta entonces gris. Al redil, lo engatusa, lo encorbata, se lo lleva a la suite, y todo lo demás. Lo demás es una cuesta abajo. Un trabajo con dinero. Eso son las cartas. Un maldito trabajo con dinero. Es como la electricidad o el gintonic. Una vez que la has probado repites (los politoxicómanos que han caído dicen algo parecido de Doña Blanca, [que gran reina tuvieron en Navarra, todo hay que decirlo]).

Y entonces, el puto profe, el listillo, la guapa y los amarillos, se suben en el dólar y van cuesta, cuesta abajo, y ven la claridad, y viven en la irrealidad del superhéroe. Y las neuronas quieren más. Y yo también juego. Pero el pasado es negro ,siempre negro, y siempre se vuelve contra el profe. Las imprudencias, en materia de alcohol y juego, siempre tienen repercusiones. Otros lo llaman consecuencias. Buenas fiestas y peores resacas, dice el viejo en el bar. Cuando te hagan una estatua, preocúpate. Las segundas partes, robóticas o biométricas, siempre son malas. Pero siempre queda la anestesia mental, el crujir de huesos y la parálisis cerebral. Pero yo estoy obsoleto, y, esto, sólo me suena de oídas.