¿Cómo nos influyen las metáforas? ¿Sabes tú cómo nos influyen las metáforas? ¿Podrías decirme tú cómo me influyen tus metáforas? Las metáforas influyen cuando perdemos el tiempo en ignorarlas.
Enfermedades de cristal, y el origen de esta pasión que siento por ti. Ella y yo, y utensilios y avances, homínidos que reptan sobre un suelo frío. Y nunca sé lo que hacer con tus pies fríos, y no sé que hacer con tus manos muertas.
Estado febril y marchas inesperadas. Explosiones de desesperación y cara de bobo, de gilipollas profundo, de imbécil con orejas rojas en el noviembre de funeral. Margaritas azules, crisantemos de esperanza en el próximo gintonic. Saltos al vacío en el centro del dolor, en la dejadez de un segundo sin sustrato. El entresijo de mi locura está arrinconado, sin novedad, en el pensamiento sanguíneo de una vena llena de esperma revuelto. La cuenta de mi pequeñez intelectual llega a la frontera de la estupidez, de la baba caída en la camisa. Sin fe miro una tele apagada, miro el crucifijo de mi pared pensada en blanco seminal. La guerra ya no da guerra. Me queda el vermouth.
La luz meridional de las estrellas crepusculares son claras ante mi bostezo, cerrándose en la esquina del desamor. Estrellas olvidadas de un infierno de vinagre en arterias abiertas. Sentimientos frustrantes de palmadas en la espalda, de sentidos pésames en el paritorio de las mentiras.
Y más mentiras, y reproducciones de imágenes repetidas. Mentiras y más mentiras. Pimientos y pepinillos, banderillas para desayunar después de la vigilia del insomnio. Te quiero y tú me olvidas. Diabetes neuronal de jeringuillas que no quieren ir a ningún lugar de tu corazón. Insistencias y borregos andantes en un paisaje repleto de campos de minas, de abominables seres, de amebas vestidas con la corbata de funcionarios inoperativos. Me quedo en esta paella repleta de ruinas entre verduras malolientes. Rayas, mil rayas. Y luego decidiré si me salto la tapa de los sesos, de mandar el paladar más allá de los Urales. Y se hace de día y sigo con este boli rojo en la mano, con las cosas que podría hacer con la ambición de esta mano. Y cortar unas rajitas, al sol, y sin cortarlas. Y el melón, y sus pipas, y las opiniones cambiantes de la concentración sobre el polen de la inflación. Todo es mentira, como siempre. Y tu opinión llévala dentro de la maleta, mentira andante.
Al sur de este carajillo de anís veo un futuro de toallas mojadas. Con la sabiduría del tonto, con el milagro de las maldiciones, sudo entre sábanas febriles y deseosas de sureñas caderas. El compás, y su movimiento, y encontrar el norte (o el sur) de una cueva casi perfecta, de la que pueda saborear mucho más.
La camiseta, el lomo, los Artic Monkeys a traca regulada, los tontos de la villa, la agenda electrónica y los subnormales sin reloj que me rodean. Y una botella de ron vacía, risas de cajas de galletas, gente excesiva, mensajes de vino rancio en mitad de esta maldita noche. Y todo lo demás.
Hola Chaval! Se ve que hay días mejores y días peores. A mi, a veces, me gustaría poder expresar lo que siento, lo que me bulle por la cabeza como tú, pero como soy un simple profe de inglés no sé. No te apures, todos los días sale el sol, y el boli rojo lo puedes cambiar por uno azul cuando quieras. Un abrazo.
ResponderEliminarNo parece un buen día. Pero bueno, siempre puedes acordarte de las cosas que te hacen reir, y tomar ese boli para escribir otra historia, como por ejemplo la de un pinball de indiana jones :-)
ResponderEliminarTe recomiendo amor universal,t pone las pilas y levanta el animo.Creeme,es lo q he venido oyendo en el bus dp d una noche en vela!!!Uy,no he puesto ni un acento,claro,como me fugo a veces.......
ResponderEliminarYo también tengo algunos días de esos. Aunque supongo que aquí el refran no funciona.Eso que dicen de que mal de muchos consuelo de tontos, va a ser que no.
ResponderEliminarLa verdad es que no que decir.
Besitos.