Vicky Cristina Barcelona.

Nada será comparable a Match Point. Ese es el problema de hacer una obra maestro. Luego todo se compara. Todo se pone en una balanza. Y no hay equilibrio posible. Eso pasa con Vicky Cristina Barcelona. Cuando tito Woody hizo esa película sabía que con posterioridad nada llegaría a ese nivel. En fin. Es lo que hay. Aunque las estrellitas no son las que más brillan. La que reluce en cada momento es Rebecca Hall. Guión sencillito. Guiris que vienen a España de vacaciones y conocen al semental de Bardem. Las amigas son las dos caras opuestas de una moneda: una defiende el amor verdadero, la otra la promiscuidad; una defiende los valores burgueses, la otra el sentimiento liberal de la vida. Y entre ellas se cruza un Bardem al que le cuesta abrir los ojos. Se pasa la peli ojeroso y despeinado, en plan pintor bohemio, un tipo categórico pero sin categoría. Y el siglo XXI es el siglo del desamor, y de las preguntas continuas, y del vacío existencial. Y la vida son sucesiones de pequeñas historias. Y la pregunta es: ¿Qué ocurre si decidimos seguir adelante con una de esas pequeñas historias? ¿Cambiaría la vida por completo o sólo una parte de ella? En fin, es lo que hay. Y, encima, en esas aparece la señorita Cruz en plan histérica y suicida, elemento de catarsis para Scarlett y el señorito Bardem. Pero a veces se confunde catarsis con Apocalipsis. Hasta a San Juan le pasó.
De vacaciones somos todos muy guay. Pero lo jodido es el día a día. Y eso es lo que se pregunta el personaje de Rebecca Hall. Si aspira a acabar su máster en identidad catalana o prefiere ser la esposa de un señor gris, con pensamientos grises, con ilusiones opacas. Y olvidarse de todo, de la pasión y de todo lo demás. Y entonces te encuentras la jodida decisión de escoger. De elegir. En fin, que vale para pasar el rato. Como las vacaciones, en las que hay ratos mejores y peores. Como en el cine, como en la vida. La perfección existencial no existe, pero ¿Te conformarías con el segundo premio?