En pleno aturdimiento, en pleno lunes por la tarde, cuando las tardes son más largas que las noches, volví a ver, después de años sin hacerlo, Solteros, de Cameron Crowe. Las películas de Crowe consiguen esa interacción entre realidad y música que no todo el mundo sabe expresar. En este caso, retrata a esa generación medio grunge, medio descreída, medio yuppie, medio un poco de todo. Con una banda sonora ejemplar, como todas las de Crowe, y con Eddie Vedder presente como vida peligrosa de fondo, la peli nos enseña los beneficios y las maldades de la soledad: el trabajo como falsa evasión, la excentricidad, la inmadurez, la pasión, la estabilidad, la lógica, el miedo. Y muchas cosas más. Y siempre con ese barniz musical. ¿Música o compañía? Incluso, como buen periodista musical que es, Crowe se pregunta si es posible vivir sin salir de casa (recordemos ciertas conversaciones telefónicas del personaje que interpretaba Seymour Hoffman en Casi Famosos). En fin, que siempre necesitamos a alguien, pero unas veces más que otras. Y encima, cuando te vayas antes de tiempo, piensa en Xavier McDaniel. Y los platos rotos siempre traen recuerdos. Aunque sean buenos.
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