jueves, 24 de enero de 2013

Boardwalk Empire. Tercera temporada.

Siete y pico de la mañana, y en vez de pensar en desamortizaciones y pérdidas obtusas de tiempo, acabo de ver terminar la tercera temporada de Boardwalk Empire. Sé, a ciencia incierta y filosofía barata, que debería hacer ciertas cosas antes. Puestos a cosificarlo todo, ver esta tercera temporada (tres capítulos finales como auténticas películas) no deja indiferente. La familia, más cerca; la mafia, más canalla; los italianos, más italianos todavía desde la comida hasta la sangre; la política, como siempre, con la corrupción a mansalva; los sentimientos encontrados en mitad de un vivero ardiente; el alcohol, finlandés y de muchos sitios más. Las olas vienen cargadas de whisky, de buen whisky. Las aflicciones torturadas, siempre cicatrizando, nunca olvidadas. La felicidad, imposible. Hay claveles que antes o después vuelven de donde salieron: de un suelo muerto, de una madera reutilizada, de un italiano con un puro en la boca con sed de venganza. Hay libros que regalan las madres que en las manos equivocadas no tienen sentido. Hay mesas que hay que llevar de un sitio a otro. Hay guerras que matan familias y familiares muertas por una guerra ya olvidada. Hay tanto en Boardwalk Empire que sobran las palabras. Y todo lo demás.

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