martes, 2 de abril de 2013
Girls. Segunda temporada
Lena Dunham es Girls. Ideóloga y loca. Loca por atreverse a hacer una serie como Girls. Tener el atrevimiento y que salga. Salga y lo haga en la HBO. Y en esta segunda temporada, las tramas de la primera se enredan aún. Un poquito más, si es que es posible después de atropellos, bodas inesperadas y un poquito de todo lo demás. Hay encierros televisivos, cocaínas vecinales, tortugas de compañía, luces navideñas de interior, pasados omnipresentes y situaciones inverosímiles. Bichos verdes en bañeras. Artículos a doscientos dólares. Sin techo de 32 años. Y un montón de cosas más. Y los médicos (des)ocupados, y el padre griposo de Mujercitas, y los martillos que sacan púas, y los perros sin bozal, y los contenedores de basura ajenos, y las ocupa(habitaciones), y las fiestas. Y, otra vez más, Lena reflexiona sobre las etiquetas. Cuando me preguntan que soy (aparte de jugador de baloncesto), no soy nada. Las etiquetas solo sirven para las botellas: sirven para designar graduaciones, sirven para designar detergentes corrosivos que luego son carátulas de discos planetarios, sirven para que te multen en Cataluña sino tienes amigos pujolianos ni errecianos. Para eso sirven las etiquetas. El resto de etiquetas solo joden al personal, simplemente eso. No vale ladrar, no vale llorar, no valen los pijamas ajenos ni los paraguas que se los lleva el viento. Pero luego, en mitad de la noche un tímpano estalla, y todo se acaba, y se va a tomar viento. Y punto.
La serie es un éxito porque el público al que va dirigido somos mujeres, y sinceramente Girls ha logrado que nos identifiquemos las jóvenes de veintitantos años con alguna de sus protagonistas.
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