jueves, 5 de diciembre de 2013

Tragando veneno un ratito

En este reino valcarcil, foralidad de integral mierda, ahora se habla de sucesión y de la chica de Algezares, de la tribu antes fraternal y ahora cainita, de confusión feroz en cuanto la fotocopiadora, ahogada y mortecina, ya no puede soportar la tuerca bernalística. Y es ahí, en mitad de la lucha entre los que se creían hermanos, cuando se demuestra quién tiene buche para pegar hachazos al que hace un rato sólo le daba abrazos. La teoría del final juliocesarístico, siempre igual, siempre bíblica, siempre reflejo de la cuadrilla, siempre garramponeando, siempre ejemplo del Tío Saín, siempre el tío del saco, siempre ferial en mitad del páramos. Y cuando las cuchillas de Albacete salen a relucir (otro día hablaremos de las de la ciudad autónoma) empezamos a medírnoslas. Sí, a medir las panzas del gánster de turno, cual carpintero al servicio de una Carmela Soprano que quiere cambiar la cocina como se cambia el tamaño y el barniz de sus uñas de diseño. Y, las manos, consejeriles o no, empiezan a gritar nombre y apellido: Chalky White. La segunda vez el grito fue aún mayor: Chalky White. Y esas manos, pedáneas o no, arrecifes de cristal en mitad de la tormenta, recuerdan también a gritos a Omar Little. La segunda vez, otra vez, gaznate de putiferio aún mayor: Omar Little. Y no acabó la fiesta así. Entre recorte y austeridad, el puticlub seguía abierto. Ya no hay políticos como mi exjefe, pensé yo. Esta patética pandilla no le llega ni a la suela de las botas antiguamente comunistas. Pero todo trago tiene su resaca y su mañana tequilística. Pero eso será mañana, esperad, esperad, no tengáis prisa que el hijo de Santa Claus nos ilustra con palabras y sonidos y catanas el fin del califato valcarcil. Y todo lo demás.

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