martes, 28 de enero de 2014

Rompepistas

Llevo poco leyendo a Kiko Amat, sobre todo leo Bendito Atraso. Es más, Rompepistas es la primera novela suya que leo, y el aire a Todo por una chica de Hornby es saludable. Es como el Hornby español, aunque no sé si es del Arsenal, aunque a él el Deporte como que no. Junio de 1987. Recordar los meses anteriores a ser mayor de edad y todas esas bajezas. Su círculo más cercano, su grupo de amigos: Clareana, el Chopped, Carnaval. Me hace recordar la época del primer año de instituto cuando ibamos a la capital del reino valcarcil a eso de las seis de la tarde, a tomar reclutas, a bebernos tequilas, a pedir calimochos, a rogar por un súbete al árbol, a compartir los minis de tócame los huevos, a desvelarnos con las botellas de sidra de El Refugio, y los tapones de Don Chupito, y los cementerios de El Meneíto, y los futbolines de líbero, y los calibaches de Pelotazo, y las escaleras de Capítulo (dando trompicones), y los Bacardicola de Quitahipo. Vaya época, en mi caso con el Merluzo, el Pepino, el Monty, el Maike, el Pichines y todo aquella pandilla que hicimos en el único primero de REM del IES El Palmar en el que no había mujeres. Una pandilla siniestra pero de mucho reir la nuestra. Muchísimo. Digo que Rompepistas me recuerda a aquella época, aunque con una diferencia: la música. Nosotros escuchábamos una música de mierda. Una putísima mierda. En eso nos sacaban ventaja Rompepistas y sus secuaces. Antes juntaba letras e intentaba decir lo que me evoca al mejor Hornby este Rompepistas amatiano, a las anécdotas de 31 canciones, a Fiebre en las gradas, y, también hay que decirlo, a Alta Fidelidad. Me he reído mucho leyendo Rompepistas. Y lo peor/mejor de todo, es que me he reído en lugares que no son adecuados, como no fue adecuada la publicación de Juliet, desnuda. Pero eso es otro cantar. Digo que me he reído mucho en sitios inapropiados. En estos 17 días de gripe paterna, entre visita y visita al centro de salud, entre toses ferinas y gripes vocales, allí sentado esperando el turno de papá, la risa saltó. A mi ya nadie me respeta, pero el pueblo lo piso poco porque como no encuentro muchas neuronas por el camino lo evito. Pero cuando me dio la risa con Rompepistas contando las travesuras del cole de curas que hizo con Carnaval, pues el personal te mira raro. Una cosa es ir en un autobús de la ONU, ese que llevo cogiendo casi a diario desde el curso 1991/1992, entre voces en árabe y centroafricanas y de ucranianos que no sé si están a favor de Putin, y te vean con el libro rojo sin Mao; otra, muy distinta, que con los moribundos y epidémicos y griposos, terminales o no, les siente como un tiro en la rodilla que mientras esputen sangre y mocos y mierdas varias, tú estés allí pensando en pintar con tu culo las paredes del centro correcional de turno. Rompepistas deja perlitas sobre historias de abuelos, sobre el mazazo que viene o tiene que venir con la parca de protagonista principal, sobre interpretaciones de la Guerra Civil Española (no solo perdieron los buenos, perdieron todos), sobre Annual y Normandía y sobre las palizas y las puñaladas, y el tipex en la ropa, y las camisetas reutilizadas en trapos (todavía me acuerdo de lo que me hizo Isabel con mi camiseta de Depeche Mode), y los gritos y llantos de padres y madres, y los juegos con la hermana pequeña y todo lo demás. Qué buenos recuerdos me has traído a la retina y a la imaginación, Rompepistas.

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