lunes, 10 de marzo de 2014
True Detective. Primera temporada
Las cosas de la cabeza no mejoran. Pasan siglos pero no mejoran. Los trastornados, en el buen y mal sentido de la palabra, siempre serán trastornados. Siempre. Pero hay sitios en los que todo se combina para la maldad y, en contraposición, alguna vez, milagrosamente, para acabar con ella, aunque sea tarde y los ladridos no nos permitan oir lo verdaderamente importante. Demasiada pausa a veces en True Detective. Demasiado hablar en susurros entre ceniza, humo y ceniza, demasiados barcos impropios vistos desde las alturas, demasiada maldad canalla en la vida. Como un telediario con ganas de sangre me dijo el hombre de la camisa verde un día de lucidez a la hora de definir la vida. Unas cicatrices, abusos, carreras, facturas de bien, hijas descarriadas, latas que dan juego, negros haciendo preguntas a blancos, hermano de Nucky metido a predicador de circo, poli weeditiano más corrupto que el de los sobres, cambios en el pelo a lo largo de los años, teléfonos que no suenan, palmeras demasiado verdes, lucidez de cordonera sucia y todo lo demás.
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