sábado, 7 de junio de 2014

Los demonios de Da Vinci. Primera temporada

Lo poco que sé de Leonardo Da Vinci viene por el temario de oposiciones. Pero el Renacimiento eran muchos asuntos a la vez, muchos Renacimientos dentro de otros Renacimientos de muñecas una dentro de otra. Y sobre Leonardo se disparan los adjetivos hasta su muerte. Por delante y por detrás. El problema de juzgar a las personas por lo que hicieron y no por sus pensamientos y sus actitudes está siempre a la orden del día, como una canción de The Jesus and Mary Chain. O del grupo que tú quieras. O de la camiseta de Valverde. Vaya usted a sacar interpretaciones en este país y saldrá trasquilado, independientemente de que seas churro o merino. Te meten la máquina bien. Te rapan cual judío camino del campo de concentración de turno. Los ocho capítulos de la primera temporada de Los demonios de Da Vinci tienen un poco de todo, pero hay que ponerle imaginación y soñar en colores ante un universo nuevo, porque Leonardo era un universo por encima del bien y del mal. Un iluminado. Un visionario. Una caja del diablo al final de un disco mágico. Un aniversario de algo cualquier día de la semana, porque siempre había algo que celebrar. O que inventar. Roces y desencuentros, el espectro de Lorenzo el Magnífico y sus secuaces, el poder de una Roma que quería controlar toda la península Itálica, la mafia perdida y los rostros peligrosos, el cruce de culturas y nuevos continentes por conocer, draculines y hombres pintados, señales amarillas de distinción y el toque personal que siempre pone Starz en sus productos. Y, los genios, juzgados por sus obras y no por sus actos, parece utópico pero no es siempre real. Y termino de ver esta temporada el día en que se cumplen años del suicidio de Alan Turing con aquella manzana envenenada. Curioso, que no casual, que las casualidades no existen. O tal vez sí.

2 comentarios:

  1. A pesar de mostrarnos a un Leonardo excéntrico y golfante, tiene buenos momentos. Hay que empezar a ver la segunda.

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