Se torció su apetito. Un día quiso meter las narices en política. Otro día, ser concejal. Otro, alcalde. El gilipollas, con hambre y ascenso, se columpiaba. La vida, en drogas. Los martes, también. No le valía con la portería, no le valía con accesos improcedentes. Abrir álbumes. Cerrar puertas. Apremiaba la avaricia en todo su esplendor. Acumuló tanto dinero que no podría ni usarlo en nueve vidas. Encendió la tele pero no funcionaba. Fallo en Matrix. Su consagración espiritual se había torcido. Otro martes que no iba a misa. Se condenaría. Seguro. La distancia entre los pañales era corta pero imprevisible. Y todo lo demás.
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