jueves, 28 de agosto de 2014

Tyrant. Primera temporada

Tyrant juega a muchas barajas. El pasado y sus jodiendas de Oriente más o menos próximo, más o menos extremo. Pongamos sobre la pantalla del PC las primaveras árabes, la sodomización con bayoneta previa a la muerte del que se hacía fotos con todos los líderes europeos, el final más o menos de chiste del egipcio que más mandaba… ¿Sigo? No. No hace falta. Pero Tyrant, en sus múltiples barajas, nos mete en bodas reales, en sucesiones reales, en golpes de Estado. Un poco de todo en diez capítulos. Jodiendas que muestran a un príncipe que se marcha a Estados Unidos a estudiar medicina, ejerce de pediatra, vuelve para la boda del sobrino medio obligado y se mete en berenjenales que mezclan pasado, tradición, fuegos artificiales, asesinatos varios y un hermano al más puro estilo tarantiniano con escasas neuronas. Todo vale en Tyrant. O casi todo. Pero el pasado es presente, y el futuro, demasiado incierto. El pueblo, sus violaciones diarias, el peso del apellido, los yankis jugando a ser dioses de serie b (como suelen hacerlo, antes y después de los drones) y todo el olor a incienso que ello conlleva. ¿Poca diversión con el ejército de por medio? Todo lo contrario. Antípodas del aburrimiento. Le cuesta enderezar el asunto a esta primera temporada de Tyrant, pero lo hace y con mayúsculas.

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