lunes, 27 de octubre de 2014
Boardwalk Empire. Quinta temporada.
Es verdad que todo lo bueno se acaba. Y se añora. Y nunca volverá a ser lo mismo. Ni las fugas. Ni las cicatrices. Ni los cambios de cromos. Y encima se hace muy corta la quinta temporada de Boardwalk Empire. Las fugas. Las citas al Eclesiastés. Las visitas inesperadas. Los martillazos en la cabeza. La Agencia Tributaria. La escoria multiplicada. Las barricadas habaneras. Las muertes tempranas. El pasado familiar. Los bichos que luego vemos en The Bridge. El pasado magnificado. ¿El salto temporal? 1931. Demasiado. Definitely Maybe. Puede ser. Y qué mas da. Lo hecho bien solo se puede enfatizar, poner con boli rojo, subrayar como el rotulador manda. O no. Nucky en un jodido altar, antes y después de la quinta temporada, aunque algún pero podríamos poner pero no es momento para ello, que mañana empieza nueva temporada de NBA y toca volver a no dormir, a pensar en la ley Volstead. Menudos inventos, pijo. Y los tocadiscos, y sus sorpresas, y el hierro que da y quita vida, y las monedas, y el Comodoro, y los hijos de los hijos de las recogidas, y las líneas privadas de teléfono, y las esperas, y las sorpresas de sobremesa, y las bolsas con dinero, y los Arquímedes de turno, y las búsquedas sin solución, y los manicomios y sus cesáreas, y las tumbas caseras, y el sombrero de rigor, y las manos ensangrentadas, y los Kennedys crápulas, y los sordos lectores, y cada pecado tiene su penitencia. O eso dicen, que ya no sé lo que es el pecado. Y todo lo demás.
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