lunes, 30 de marzo de 2015

House of Cards. Tercera temporada

Dejar salir. Abandonar. La cometa se enreda entre la mierda. No valen las dobles identidades. Tenemos una hasta el final de nuestras vidas. Aunque venga un cuentacuentos subvencionado, aunque una pregunta sea inquisidora, aunque un matrimonio sea arreglado, aunque un negro escriba buenos discursos, la realidad es la que es. Siempre. Podemos vestirla de luchas internas, podemos vestirla de jodiendas con Rusia y Ucrania y la ONU, podemos llamar a los secuaces del Dalai Lama o podemos ir a las antípodas a buscar suero fisiológico para anestesiar moscas. Underwood no va a cambiar a estas alturas de la House of Cards, y nada mejor que mear en la tumba de su padre para dejar el asunto meridianamente claro. Y la rehabilitadora es solo un clavo y la política internacional un globo sondo. América trabaja para que el resto se ahogue. Programa, programa, programa, en plan Anguita. Underwood, cabronazo. Dunbar, cabronaza. Todos cabrones. Todos hambrientos. Todos sedientos, todos llenos de inquina, todos buscando una alternativa a un pueblo a 30 kilómetros, a un pepinillo ruso, a un fiesta de etiqueta. Y así, hasta la eternidad, porque los resultados de Iowa solo son el principio. Y todo lo demás.

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