domingo, 5 de julio de 2015
Braquo. Segunda temporada
Otra vez del cero al infinito. Esta segunda temporada de Braquo reinicia el caos donde lo dejó: en mitad de un jodido bosque. Pero lo bueno que tiene Braquo es que hay un (saludable) adelgazamiento de la base física de personajes: antes o después, sabemos que en todo episodio alguien la va a palmar, sea más o menos importante, sea secundario de lujo o accesorio prescindible, sea poli malo o bueno, sea político cabrón o industrial bastardo, sea mafioso armenio o turco. La muerte llega en bares, en billares, en cafés, en hospitales, en carreteras, en oficinas. Braquo, crece, se reinventa, pone caras malas a las que ya eran feas. Braquo muestra las jodiendas neocoloniales de Francia, el poder de la industria del armamento, las falsedades políticas, las jodiendas con vistas a la TE y lo que haga falta. Mala sangre, pero, de vez en cuando, hay camino a la redención. Todos, o casi todos, podemos volver a la escena paulina de Damasco. Ese camino puede cambiar según la hora. Vemos al Théo irascible pero rendido a la barriguita de turno; vemos a Roxane enfadada con el mundo e incluso con unos tacones; seguimos viendo a Walter con su difícil existencia; de Caplan, del gran Caplan, todo es posible. Mejora respecto a los últimos episodios de la primera temporada. Y todo lo demás.
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