domingo, 23 de agosto de 2015
No existe tal lugar
"Basta con cerrar los ojos". Así acaba No existe tal lugar. Ojalá funcionara. Lo de cerrar los ojos, digo. No siempre funciona. He leído No existe tal lugar durante julio y agosto, en la visita diaria de julio con mi madre, de lunes a sábado, al centro de salud. ¿Qué buscaba con esta lectura? Lo mismo que el protagonista: Una huída. Escapar. No siempre funciona lo de cerrar los ojos. No existe tal lugar cuenta la huída hacia adelante (cuando es posible) y el enclaustramiento (el voluntario y el obligatorio). Los años sesenta en la Umbría de Miguel Sánchez-Ostiz, y, en nuestras ciudades particulares, no fue fácil. Para nada. Y las familias que obligaban a ciertas jodiendas lo emborronaban todo. Lo ponían en plan ala de cuervo: muy negro. Escribe el autor al principio de la obra que hay en la Geografía un lugar esperándonos. Tal que así. Y tal vez sea cierto. Las atmósferas claustrofóbicas han de ser abandonadas; las familias opresoras, también. Es cierto que no siempre ese cerrar de retinas nos lleva a la escapada liberadora, pero ciertos exilios, con ciertos familiares, con ciertos libros, con ciertas mujeres, nos abren los ojos. Y una vez conocido ese universo liberador, todo parece distinto: los consejos de los abuelos, los libros de los tíos, las escapadas y los buenos licores. O tal vez, no. Espero no tener que repetir este verano otra vez, pero no me importaría releer No existe tal lugar para intentar escapar, para olvidarme de este asqueroso mundo con las caracolas rosas de las que habla Sánchez-Ostiz. Y todo lo demás.
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