miércoles, 20 de abril de 2016
Lelé Terol
Es lo que tiene hacer(se) mayor y recordar a los exalumnos y exalumnas y sus proyectos y sus incorformismos. Una de ellas, una de las exalumnas, es Elena Terol, que (se) hace llamar Lelé Terol y que nos deleita con su música. Cuando hace unos sábados la vi en La Puerta Falsa entonar sus coplillas (y puedo decir que iba lo suficientemente sobrio), me quedé sorprendido. Favorablemente sorprendido (quizás favorablemente se quede corto a la hora de expresarlo). Sorprendido para bien. Y no porque ponga en duda su talento (a la hora de estudiar no optimizaba sus recursos), sino porque yo esperaba algo distinto. Y la música llegó y en mitad de esa quietud y aparente sobriedad, ese sábado, disgustada porque el equipo de sonido falló al principio, y de los nervios (le faltó el saco de boxeo o algún borracho para golpear), y esas cinco canciones que escuchamos ese sábado me maravillaron en mi habitual desconcierto. Tampoco sé exactamente lo que me esperaba. Las ideas preconcebidas no son lo mío (o tal vez, sí). Esperaba algo más estándar, algo más patronímico, algo con más referencias reconocibles. No es que mis escasas neuronas reconozcan a la primera influencias claramente, pero esa sorpresa positiva llegó. No es que me llevara bien con los alumnos (y, salvo excepciones, sigue sin ser así), pero la borde de Elena y su séquito (sí, Elena tenía su pequeño grupo de secuaces) iban un poco por libre. Y hacían bien. Está bien eso de seguir camino libre (o camino sorianopañameno) y no entender de estándares en época de estándares, de ir con gaviotas o seres animados en el pecho, de buscar en territorios corsos lo que no se encuentra en casa. Volveré a intentar verla, escucharla y sentir otra vez esa sensación indeterminado que sentí hace unos sábados en La Puerta Falsa de Murcia cuando la escuché cantar esas cinco canciones entre Foster y Foster hasta llegar a la canción impar y al cerveza impar. Y todo lo demás.
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