Ninguno. Creemos, durante ciertas etapas de la vida, que hemos tocado el cielo. O los cielos, en plural, que es aún más grave. Los putos cielos, ni más ni menos en operación matemática a la altura de tercero de la ESO. Y sí, mentimos, porque todo es mentira, porque vivimos entre limbos que no existen para los jeques vaticanos antimacris y buscando infiernos en los que encontrar la nueva residencia catastral.
Y a partir de ahí, solo toca repartir. De lo lindo. Aguantar y repartir, y lo que venga del cielo, del limbo o de las entrañas del infierno, da igual. Que venga.
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