miércoles, 21 de septiembre de 2016

Ray Donovan. Cuarta temporada.

Piensan que con Ray Donovan no tienes con que sorprenderte y al final siempre te sorprenden. Viva Boston, viva la cuarta temporada, vivan las herraduras con sorpresa, vivan las galerías de arte con sorpresas, que no vivan los rusos con los que no te sorprendes, viva el vodka ruso, vivan los animales disfrazados de hombres, vivan los boxeadores del mal vivir y mejores ahogamientos, vivan las presas de las que llueven hermanas en brazos, vivan las huídas de los hospitales, vivan los dueños de casinos con piscinas, vivan los seguros por cobrar, vivan las curaciones milagrosas, vivan los judíos con buenos principios a los que hay que socorrer, vivan las redenciones carcelarias, vivan las vueltas a casa, vivan las simulaciones en coches ajenos, vivan las apuestas falsas, vivan los momentos en que las miradas se cruzan y en que Ray Donovan debe bailar. Cuando ves el bate de baseball en la mano de Ray Donovan, como en esta temporada, todo puede pasar. Aunque sea bueno. Y si canta en un karaoke, por algo será. Coda: Y disfrutar como canijos en busca de un Kojak en busca de calorías ácidas y dulces, y disfrutar con esos momentos de sopranización de los Donovan. O todo funciona, o todo se va a la mierda. Pero en familia. Como debe ser. Que todos los cuadros, con guitarra, sitar o mandolina, tienen secretos ocultos. Demasiados. Coda 2: Y rezar, en mitad del dolor extremo, para que venga, otra vez, Ray Donovan. Y nos saque del infierno. Y después del infierno, la redención. Todo evangelio acaba de manera apocalíptica, con y sin San Juan. Y todo lo demás.

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