miércoles, 14 de junio de 2017

El cuento de la criada. Primera temporada.

A los 15 minutos de empezar a ver la primera temporada de El cuento de la criada sabes que hay ponerle estómago al asunto. Va de sufrir. Desde el principio. Cuando se observa, allá a lo lejos, por el Ártico sin monos, un hilillo de esperanza... se esfuma. Se va. Sale un chaíto para decir adiós y joder la marrana. En uno de los sermones del primer capítulo se dice que "el deber es un cruel capataz". Vamos, un hijoputa de los de toda la vida. De ayer, de hoy y de siempre. Coger a las fértiles en las fronteras de Yankilandia para ser fecundadas por los jefazos, jefecillos, superjefes y el boss de turno sea o no alcalde de Chicago, sea o no yerno del exgobernador del Estado. Da igual. La sensación de opresión es absoluta. Hay momentos en los que solo deseas dos cosas: apagar la tele y apagar la tele. Es lo que tiene leer La Biblia al pie de la letra: se te va la pinza, la cuerda de la ropa, la carga de la lavadora y el tendedero entero. Sacar las materias de contexto. Joder por joder y tiro porque me toca. Toca en la cabeza, vestidito rojo, espías al por mayor, al por menor y multiplicados hasta la extenuación. Cambios de nombre para resituar la mierda. Rituales hasta para limpiar(se) el culo. Ceremonias, testamentos antiguos, lágrimas y cigarrillos finos después de ver al marido intentar inseminar a la esclava de la fertilidad. Lo dicho. Estómago, mucho estómago. El cuento de la criada es una buena reflexión sobre los estigmas, las etiquetas, los chistes (mal)entendidos. Todo tiene un precio y yo quiero naranjas frescas, o atún del mes pasado o te mando a las colonias a morir más pronto que tarde. Agentes dobles. Revueltas del pasado. Niños robados. Niños perdidos. Niños ajenos a los que amamantar. Para que ocurra algo antes permitir el hecho diferencial. Partidas de juegos de mesa. Escuadrones. El día D. Hora H. Antes o después todo se va a la mierda. Leyes que cambian leyes. Sociedades que se van al carajo día tras día con el cuento de nunca acabar. Posiciones que llevan al caos. Apocalipsis de dolor. Llantos sin remedio. Una rosa no siempre es una rosa. Hay ángeles que vienen a cambiar el aire, la atmósfera, pero la contaminación moral puede con todo. Platos relucientes después de comer. Locura colectiva. A criar se ha dicho. Pero los daños colaterales son múltiples, casi como el número de asesinatos y suicidios. Y en mitad de ese caos negro, oscuro, de pronto hay un hilo de esperanza. De pronto, tragando bilis las 24 horas del día, se ve un rayo de sol. O tal vez solo sea un atisbo de lo que podría ser. Acaba la primera temporada de El cuento de la criada preguntándose la protagonista si hay que tener esperanza en la futilidad. Vaya usted a saber sí esa esperanza es posible, porque es tan posible caer en gracia o en desgracia, vivir de rodillas y morir lapidada, hacer sangre y salir mal de un intento de suicidio. Luz y oscuridad a partes iguales, Ontario en el horizonte, toca que quitar y arrodillarse bajo la nieve. Hasta la sangre tiene belleza, hasta el dolor, grandiosidad. Y todo lo demás, también.

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