lunes, 13 de agosto de 2018

Succession

Hay rebaños en los que encuentras alguna oveja negra; otros, solo tienen ovejas negras y alguna blanca; por último, algunos en los que la mayoría son ovejas negras. ¿Podemos creer todo lo que nos cuentan? ¿En estas familias hay lágrimas de cocodrilos? Hace falta la muerte del patriarca para repartirse el botín. Pero todavía quedan muchas mierdas que contar. Las agonías largas son peligrosas. Confusión y todo lo demás. Succession no deja espacios en blanco, no deja espacios en negro. Succession es, directamente, el tablero de ajedrez. Y en estas fichas, todos son cazas destructores en busca de objetivo. Y mientras la agonía continúa, el emporio se desploma en bolsa y uno de los incapaces de la familia se cree que está al mando de todo. Y mientras, relaciones personales que juegan entre el chiste y el drama. Y, como en todos los rebaños, llega una oveja descarriada que pretende sumarse a la trashumancia. O como se diga. Argumentos psicópatas. Imbéciles con mucho dinero pero que pueden hacer locuras. Como cualquiera. No saben si alegrarse o morirse. Benditas mociones de censura. Solo falta el PNV para hacer redonda la mesa de juntas. No recuerdo, en los últimos años, una serie con tal cantidad de frases inteligentes, hirientes, de las de hacer sangre, tan bien unidas. No lo recuerdo. Quizás, la mala memoria. Succession aprovecha las atmósferas cerradas, el Gran Hermano emocional, la forma de darle forma de oración al dolor y la venganza. Y cuanto el ventilador de mierda empieza a salpicar, salta más allá de la tele. Lo dicho, e empezar a recordar. Y no recuerdo frases como las de esta primera temporada de Succession.

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