miércoles, 10 de abril de 2019
Fleabag. Segunda temporada.
Hablaba por aquí hace bastante tiempo (y con calor) de desesperación y soledad para referirme a la primera temporada de Fleabag. Pues estamos en las mismas. En las putas mismas cosas. Estar rodeado de gente y sentir(te) solo. Aislado. Las dos agujas verticales, una más que otra a la derecha. Mentir. Centro de atención. Sangre. Familias raras. Dolor ante la soledad de estar rodeado de gente con los que no estamos bien. Plan a, plan b, plan z. Escapar. Sotana. Ruidos y cuadros que se caen. Cenas que acaban mal. Cenas que no deberían empezar. Relaciones rotas. Fagot para todos. Nunca un aborto lo empezó y lo terminó todo. Fiestas y brindis y jodiendas con vistas al desamor. Porque Fleabag reflexiona, mirando a cámara, sobre esa sensación que siempre está ahí y siempre estará, la de escapar hacia ningún sitio, la de escapar hacia la nada, la de ir a una parada de autobús y ver que faltan 46 minutos y todo es derrota. O casi todo. Siempre creemos en algo equivocado. O no creemos. O no. O.
Coda: Habrá que releer La Biblia y lo que haga falta. En la tina o donde haga falta.
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