jueves, 11 de abril de 2019
Love, Death & Robots. Primera temporada.
No sabes, en los cinco primeros minutos, de que va el asunto de Love, Death & Robots. Luego empiezas a hilar fino, a desenvolver la madeja, a hacer asociaciones de ideas entre chaquetas con colores y fluorescentes varios y cicatrices en la cara y gritos ronaldescos. Lucha, dolor, humillación y lo que haga falta. Combates a tripa abierta. Maquinitas. Agua que te pierde. LD&R es placer visual por placer visual, no es más que eso. Pildoritas para olvidar otros dolores, placebos en mitad de la agonía. Y la dictadura del yogur como metáfora de la modernidad y el recuerdo de los dráculas como escape hacia ningún sitio. LD&R es un instrumento para darle a la imaginación. E intentar pensar en gravedad cero, y pensar te mete en líos. Demasiado Matrix para 2019. Metamorfosis sin Kafka pero perruna, manos que salvan, vertederos (y no precisamente de Sao Paulo) que hacen pensar y muñecas de mecedora. Hay de todo en LD&R. El trigo no es la salvación, pero ayuda. El desierto convertido en oceánico oasis de dudas y escape. En definitiva, LD&R supone un intento de huida y escape, de pensamientos de evocación imposible a cierta edad, de volver a sentir que podemos cambiar (y, casi siempre) a peor. O tal vez, no. Crear para destruir, carreras que no llevan a ningún sitio, piscinas del cero al infinito. Universos en neveras. Hechos históricos distópicos. ¿La muerte de Hitler? ¿Tópico o distópico? Gelatina, el zar y FF y mierdas varias. La sociedad de ratas ya está aquí. Las ratas son de aquí. Los calamares pacíficos no existen. Yeeeepa para todos. Y por supuesto que hay civilizaciones (de ahora, de antes, de después, con guisantes y pésoles o pesoleguisantes) dentro de un frigorífico. Muchas. La guerra, la frivolidad, la nieve, la sangre, las pistolas.
Coda: ¿De verdad en libertad hay que pedir permiso para hablar libremente? Ni cadena de mando ni pepinillos en vinagre.
Coda 2: ¿Somos simplemente bestias?
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