sábado, 25 de enero de 2020

El Embarcadero. Segunda temporada.

Ha vuelto El Embarcadero para marcharse. Ha vuelto El Embarcadero para descifrar ese sudoku inclasificable en el que se convirtió en su primera tanda de episodios. Había que rellenar esos puntos suspensivos y lo han hecho con altibajos, con situaciones creíbles y otras rozando lo inverosímil. Es cierto que todo tiene ser completado, pero hay formas y modos, hay métodos y técnicas para hacerlo. Cuadrar el círculo no siempre es fácil y, como siempre recordaba Daniel Monzón cuando era crítico antes que director, "el Infierno está lleno de buenas intenciones". El Embarcadero es difícil de asimilar, no es una historia clásica dentro de lo inclasificable del disparatado número de series que se lanzan al mercado en la actualidad. Cuando pase la fiebre, o la moda (pantalón campana sí, pantalón campana no), tendremos que valorar si series como El Embarcadero, con una idea magnífica pero no siempre ilustrada con imágenes perfectas y recayendo en exceso en obviedades, se hubiera dividido en dos partes. No lo sé. Quizás sea una impresión, el estado febril, escuchar poca música, pero creo que pese a estar bien podría estar mucho mejor. O no. Vaya usted a saber. O falte más sangre, y más vísceras y más arroz o todo lo contrario. Lo bueno es que no hay redención, que hay que seguir para adelante. No queda otra. Coda: ¿Tiene cada uno el diablo que se merece? ¿Es tan difícil no equivocarse en esa capacidad de decisión?

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