lunes, 6 de abril de 2020
Auga seca. Primera temporada.
Quizás las expectativas, viendo las panorámicas de las ciudades al comienzo, eran mayores para Auga seca. Una buena historia pero que no es redonda, que alarga demasiado el asunto, con algunos diálogos repetitivos y prescindibles (esa casera y las lavadoras), un Sergio Pazos (¿o es Erik Jiménez) demasiado frío... Como decía, la historia es buena, una familia más falsa que un billete de Mortadelo, policías corruptos, tráfico de armas galaico-portugués camino de África, una patrona con decenas de peinados y una pandilla de buscavidas que se meten en líos. El Infierno sigue lleno de buenas intenciones, como un bar de encuentros, ignorar lo que no es posible, barnices que esconden maderas podridas, fraternidad (mal)entendida y flujos comerciales enjambrados de mierda y corrupción y políticas que lanzan el hilo a un océano convertido en pocilga. Auga seca se queda en el camino de ser un gran producto, aunque en lo fundamental sirve para mantener la cabeza ocupada en tiempos coronavíricos.
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