miércoles, 15 de julio de 2020
Bedrag. Primera temporada.
En la primera temporada de Bedrag no hay medias tintas. Casi todos son malos. Yo no salvo a nadie ni llamándome Salvador Juan Bautista ( me falta el piojístico Vilar, pijo). Nadie. Todos malos. Todos quieren ir a los suyos: los malos y los menos malos. Y siempre salen ganando los mismos. O casi siempre. Después de lo de Greta la sueca, cualquier cosa es posible en torno a lo verde, a lo eólico, a lo solar, a lo no contaminante: un timo. Un gran timo. Todo es mentira. Bedrag muestra un castillo de naipes, una fortuna sobre el papel que no vale nada. Y luego te viene un octubre del 29, y a tomar viento. Mucho viento. Antes o después, todo se va a tomar viento. Pero mientras dure la mentira, que gire la hélice, y las acciones suban, y que nos sigan tomando el pelo Greta (peligro que viene la hermana pequeña), la agenda 2030 y demás pamplinas simples como el mecanismo de un juguete de madera. O de hierro. Pies de aluminio para un gigante que se oxida rápido y que no vale lo que dice valer. También pone énfasis la primera temporada de Bedrag en los daños colaterales del asunto, la utilización de los prescindibles (da igual la nacionalidad), el valor de saber decir que no, la capacidad de quitar(se) del tema y que todos no asimilan. Hasta de la enfermedad y las rupturas, y las idas y venidas en ese molino de viento que es la vida. Todo eso y mucho más en la primera temporada de Bedrag.
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