sábado, 17 de octubre de 2020
The Good Doctor. Primera temporada.
No. No hablo de la original coreana. O koreana. O como se diga. La primera temporada de The Good Doctor, con sus fases, con sus subidas y bajones, es de lágrima y estómago, es para tener capacidad de tragar bilis y azúcar. Un poco de todo. Una obra de grandes interpretaciones, de momentos bestiales y llegadas infernales, de pasados que vuelven a los peores presentes y a las jodiendas con vistas a San José. Viva San José. He tenido alumnos autistas en varios centros, y cada uno responde de una manera distinta. No hay patrón. Hoy, en la cola del supermercado, curiosamente (que no casualmente, que las casualidades no existen), un padre le decía a su hijo David, más alto que yo pero ni la mitad de edad que yo y autista como el buen doctor de la serie, tenían una conversación. El padre decía de ir a la playa, que hacía buen día, que no hacía frío aunque estuviéramos en invierno. Y el tal David, entre paseo y paseo por los pasillos del supermercado, le ha dicho: "Papá, no estamos en invierno, estamos en otoño". Y las cajeras y yo nos hemos mirado. Y todo lo demás, y si hay que buscar unos ratos para seguir viendo The Good Doctor, se buscaron, debajo de los hígados, de los omas de turno y de lo que haga falta. Y punto.
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