jueves, 24 de diciembre de 2020
El Cid. Primera temporada.
El Infierno, castellano y leonés, sigue llenos (entre parias y taifas) de buenas intenciones. ¿Cómo plantear una serie como El Cid contentando al personal? Díficil, muy complicado. Pero es lo que hay. Hay que intentarlo, aunque tengas cagadas varias, echanovizando y bardemizándolo todo. Sangre fresca, batallitas, luchas por el poder, relaciones fraternales complicadas, premios y castigos, envidias y cuota de géneros (que estamos en 2020 y hay que meter con calzador la cuota de 8M correspondiente que no se enfade nadie, que sola y con Dios quiero llegar a Zamora y Toro). No solo la dificultad de iniciar una serie que tiene vocación de continuidad, sino de enlazar historias mezclando tradición, modas envejecidas y cuitas varias. Si ese infierno, antes y después del testamento de Fernando I, continúa por estos indicios, habra que tener paciencia y no caer en la tentación de santagadear antes de tiempo. O sí. No estamos en tiempos de virtud ni de buenrrollismo. No. Y si el rey de Aragón es de Puerto Lumbreras, se dice y tal que así. Y punto.
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