viernes, 1 de enero de 2021

A teacher. Primera temporada.

La senda de Por trece razones. Ahora el tormento lo trae la relación entre profesora yanki de insituto y alumno con pretensiones. Creo que era Mejino quien decía que la escasa diferencia de edad entre profesora y alumno chirría un poco. Puede ser. Pero A Teacher no deja indiferente. Asunto que ves, que sientes, que notas que no puede acabar bien de esa forma. Los límites. ¿Dónde están los límites aparte de en las matemáticas? El tormento, decía antes. El tormento y sus múltiples variables. A teacher va también sobre las etiquetas, sobre el qué dirán, sobre la hipocresía y sobre los falsos mitos (porque en la enseñanza no estamos libres de los putos falsos mitos). Conozco compañeros que están casados con exalumnos, exalumnas y exalumnes (que de todo hay en la viña del Señor, no únicamente en Tejas con jota). Una vez abierto el melón, la rapiña estúpida de abrazafarolas (he visto más de uno últimamente por el Tontódromo) la batidora de mierda salpica sin mirar la famosa línea de separación. Salpica y punto. De ahí en adelante, todo paraece estar permitido. En A Teacher, que inicia de una forma atrayente, la historia se va diluyendo hacia un final alargado sin motivo aparente. Es verdad que hay que rellenar horas y horas de programación, que el personal ante la pandemia pasa horas y horas delante de la pantalla, pero tampoco hay que negar que más valen 5 capítulos completos que 10 episodios disolutos. O no. Tal vez tengamos que soportar la mentira institucionalizada, las búsquedas en Google, el pasado que vuelve para martirizar, la imposibilidad de encontrar un empleo después de un hecho (des)afortunado. O quizás no deberíamos ver A teacher. No lo sé.

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