viernes, 19 de febrero de 2021
Capitani. Primera temporada.
“Un poli es un poli por mucho que se perfume”. Frase que aparece al final de la primera temporada de Capitani. Con Capitani toca pensar en los algoritmos que se emplean en las plataformas y emisoras para recomendar al personal. ¿Cómo una serie como Capitani está número dos en visionados en España? ¿Con ese catálogo propio y ajeno que tiene la ene roja? ¿De verdad? Recordando a Sergio Algora, siempre. Los idiotas prefieren la montaña. No sé yo. Las formas norteñas son distintas y las muertes lo alteran todo. O casi todo. Y cuando hay gemelas de por medio, más todavía. Suicidios, pérdidas, pensiones, errores, cambios de nombres, búsquedas sin éxito, huidas. El Sur y el norte, siempre con esa distinción entre mayúsculas y minúsculas, entre meridionales y septentrionales. Los sentimientos encontrados, los muertos de la vida cotidiana. Gemelismo ilustrado, desorden interior, drogas estudiantiles. Nada nuevo bajo el sol. El pasado, la lucha contra lo obvio, lo que quieres pensar de alguien y lo que de verdad piensas de alguien. Capitani hace que reflexionemos sobre como actitudes de los demás nos influyen y determinan, nos encaminan a un presente que no imaginamos nunca y a un futuro no solo incierto sino oscuro y tenebroso. Soldados, drogas, tráficos de drogas y de malas influencias, cocinillas y rastros varios. Celos, amores desdichados y nada es lo que parece en realidad. Casos pretéritos que nos salpican en lo peor de nuestro reflejo diario. Versiones, en plan Lagartija Nick. ¿Con qué versión nos quedamos de nosotros mismos? ¿Con la infernal o con la terrenal? ¿Con la de la tortura o la de la felicidad? ¿Somos capaces de diferenciar estas versiones? Institutos inclasificables, pueblos llenos de rencor y mierda, soldados que huyen porque no saben donde diablos meterse. Confianzas que fallan, porque todo puede desaparecer en cualquier momento. Trapicheos en CentroEuropa. Viva la mundialización del sarcasmo, viva el dinero negro y los agujeros del mismo color. Viva Luxemburgo sin Rosa. Y todo lo demás, también.
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