miércoles, 21 de abril de 2021
The Minister. Primera temporada.
Hemos repetido más de una vez, por aquí, grito en ristre y voz atrapada: VIva Islandia. Incluso hemos dicho "Viva Islanida" hablando de Trapped. Pasamos del barco al timonel de un país. ¿Qué queremos hacer con la primera temporada de The Minister? ¿Un Borgen islandes con un primer ministro loco, bipolar, esquizofrénico e hijo de una suicida? ¿Dónde queremos ir a parar? The MInister nos lleva a las jodiendas de las aritméticas, de prometer lo que no se puede cumplir, de eslóganes repetitivos, de coaliciones antinatura. ¿Qué hace un político por mandar? ¿A qué renuncia un político para acceder a un cargo? Tiene The Miniester una narrativa atrayente pero que nos muestra una personalidad compleja en un país lleno de complejos. Y aquí, como si fuera un tema podemita, andan todos revueltos mezclando familia, política, enredos y dineros. Un poquito de todo, de ovejas descarriadas buscando pastor, de manicomios del pasado en un presente de locos. Y ahí, como siempre, el cuarto poder tiene una influencia total, un chantaje emocional que no tiene cura. Hasta de la caza de ballenas en Islandia habla The Minister. ¿Qué iban a cazar entonces? ¿Berberechos del Mar Menor? Y en política, antes, durante y después de Iván Redondo, siempre hay ventas de ideas y demagogia, mentiras y trincheras, guerras relámpagos y mentiras sanchistas. Muchas mentiras sanchistar. Empecé a ver The Minister el mismo día que el Marqués de Galapagar hizo público que decidía presentar su candidatura a las elecciones autonómicas madrileñas. Curioso, que no casual, que las casualidades no existen. Y en The MInister también hay teología y referencias varias. Acusan, como buenos acusicas (señalar es de buena educación, rígidos índices al son de Joaquín Rodríguez), de ser al tipo que todo lo come de "Profesor de Teología". ¿Qué tiene de mala la teología? ¿Y las morcillas? Y pastores en mitad de una tierra olvidada en muchos lugares de la mano de Dios, y un padre que pastorea y no siempre el rebaño acude a su ayuda, y un piano de cola real como asunto nacional, y las relaciones Iglesia-Estado (confiscaciones de tierras incluídas). De todo hay en la viña de The Minister. O de casi todo. O cualquier cosa. ¿Somos más de Sancho II o de Alfonso VI? ¿De verdad que somos más de Sancho II, no? Bueno, da igual. También tratan el tema de cambiar la constitución (que suenen violines) y de la construcción de hoteles entre pájaros, y obras del pasado que se intentan recrear en el presente. Pero el pasado es un mal aliado del presente. No se llevan bien. Hay recelo. Dudas. Y a partir del ecuador de la temporada, ya vemos que el loco está de ministro, que no es el ministro el que está temporalmente loco. No. Son cosas distintas, deportes distintos, juegos diferentes. Y salen lágrimas y mierdas varias. Y mientras la locura se apodera de la serie, se siguen metiendo (con más o menos calzador, todo hay que decirlo) asuntos de actualidad como el de los sin papeles, el de los permisos de residencia, el de la falta de personal médico... Pasa aquí, allí y en mitad de cualquier lugar medianamente civilizados. "Si la humanidad no tiene cabida en el esperpento, ¿qué supone la burocracia". De capítulo en capítulo hay moralina de pinball en The Minister. Y cuando la locura va asciendiendo en su Everest particular, sacan el tema del euro y la moneda que es mejor para Islandia, y ridiculizan a la UE (bilis para todos, que todo no es Úrsula en Turquía). O sí. ¿Qué pensaría el hombre de la camisa verde sobre la salida de la Unión de España? Nunca lo sabremos. Lástima, siempre hay que decir lástima cuando nos acercamos al inicio de Roland Garros. Visiones, dolores, niños por venir, milagros que se aparecen y salmos que recitar en mitad de recuerdos de la crisis de 2008. Monedas débiles y Tesoros vacíos y visiones irresponsables en medio de un crecimiento negativo (que vuelvan Solbes y De Guindos y Montoro...). No. Lo pienso y mejor que no vuelvan. No hace falta. Y ahora que hay que soltar la palabra "empoderamiento" en cualquier lugar, también The Minister habla de poderes sobre las personas, de incapacitar a personas, de meter en veredas a maniacos que conducen países. No sé lo que pensaran los politólogos de series como Borgen o The Minister, pero tampoco me interesa la opinión, porque "cerca de mí, Señor...". Una buena temporada la primera de The Minister aunque peque de soberbia.
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