jueves, 3 de junio de 2021

El fin de la fiesta

¿Qué nombres suenan al principio de El fin de la fiesta? Pues Jacques Coucteau, Carmen Calvo, Miguel Ángel Perera e Ignacio Sánchez Mejías. Pero además cuenta Rubén Amón que Carmen Calvo se encuentra con unos compañeros (Sánchez, Ribera, Iglesias cuando era vicepresidente) declaradamente antitaurinos. Escribe RA sobre amenazas ideológicas, culturales y normativas. Ideas preconcebidas, aunque no quede manifiestamente claro en mi entorno (o, directamente, contradictorio). Escribe RA sobre la vinculación del asunto taurino con la derecha ideológica y la España cavernaria. De mi grupo de amistades, creo que solo don Jesús López Moreno (abiertamente marxista) y Don Andrés Serrano Del Toro, se pueden considerar taurinos. Yo únicamente fui con mi padre a algún festejo a La Condomina, la mayoría, novilladas. Me acuerdo de ver en la tele de casa toros con Don José Aljibe Yeti, el cura de mi pueblo, cuando después de comer en el salón ponía los toros antes de coger su Seat 127 blanco y seguir sus andanzas. No puedo situar la balanza. No puedo. También escribe el autor sobre la amenaza normativa, que según RA el Gobierno lleva a cabo respecto al “segundo espectáculo de masas de España”. La deriva cultural lleva a hablar de “razones civilizadoras”, como esas que explico en 4º de ESO cuando hablamos del colonialismo, y del imperialismo, y de la Paz Armada. Bendita sea la Paz Armada. Y, en tiempo no sé si postpandémico o astrazénico o pfizérico, el cuarto rejón del coronavirus que llevó a una “situación crítica” a una serie de personas que van de ganaderos a subalternos y hasta los que venden pipas y Estrellas de Levante junto a La Condomina en la Puerta de Orihuela. Podríamos hablar también de los pasteles de carne no vendidos en el septiembre de 2020, pero se nos va el marco temporal y documento de texto no da para tanto. O sí. Habla RA de los toros como escándalo, porque habla de muerte. El viernes 21 de mayo, cuando empezaba a leer el libro en el bus, recordaba una tutoría en un grupo de difícil desempeño hace unos días en el instituto con los chavales de 13 y 14 años, incluso alguno de 15. Habló la profesora en un taller de adicción a las redes sociales y algunos no sabían de los suicidios de dos alumnos en los dos últimos cursos en el instituto cascalense de la capital de la CARM. No se habla de muerte ni de suicidio ni de enfermedad ni de muchas cosas y asuntos. Está mal visto. Habla el autor de los toros refiriéndose a un “acontecimiento cruento”. Pero también pone en la introducción en las líneas palabras como trascendencia o catarsis, con “la violencia redime la violencia”. También salen a relucir en la cuestión palabras como la estética o la fiesta, la liturgia o el rito. En los cursillos prematrimoniales hablaba en las cumbres de Aledo con el señor cura de los ritos, y tuve alguna controversia con él por el asunto ritual. ¿Estamos preparados para los ritos en la era de Instagram? El autor subraya, supongo que con el boli rojo (a mi que no me gusta subrayar los libros) “la relación entre la tauromaquia y el misterio eucarístico (pagano) que la convoca”. Seda y oro, y “democratización del heroísmo”. ¿Seguro que José Tomas es homérico? Homéricos mis discursos a la pared en 1º de ESO, pero no les hablaré de toros, que con el asunto del pin parental educativo nunca se sabe… Pero vuelvo a El fin de la fiesta, en el que RA incide en la situación de “animalismo sectario y dogmático” que vivimos. Y luego pone en el cóctel (aunque algunas prefieren lo que sale de la licuadora) el “acontecimiento masculino”, la virilidad y la virtud. ¿Virtud? ¿Se puede hablar de virtud en 2021? Pone énfasis RA en la incomodidad que producen los toros porque vivimos en una sociedad “inodora, incolora e insípida” y somos gobernados por tipos, tipas y tipes que llevan el prohibicionismo como bandera (¿podremos comer jamón en 2050?). Incluye también el autor de El fin de la fiesta la “tergiversación” que se hace desde partidos como Vox. Y añade el autor, con razón (o sin ella, no lo sé) que “vincularlos a la derecha es tan ridículo como condenarlos desde la izquierda”. ¿Qué éxito tuvo la ley seca en los distintos países que la pusieron en práctica? Básicamente, la fabricación de matarratas y enfermedades y corrupción y mafia y todo lo demás. Y también en la introducción aparece la palabra clandestinidad. Sí: clandestinidad. Y RA indica el problema, la infantilización de una sociedad hostil. Y acaba la introducción y cita a Juan Belmonte, del que no he leído lo de Chaves Nogales, y del modo en que su banderillero Joaquín Miranda llegó a gobernador civil de la gran Huelva. De ahí pasa a analizar la utilización política de la derecha del asunto de los toros, de Casado a Abascal. Y cuantifica empleos el autor de El fin de la fiesta: 40.000 directos y 160.000 directos si no me falla la memoria. Y a falta de que el partido errejonista se materialice, todavía no hay un partido verde en el Parlamento. ¿Es el negacionismo climático únicamete de dereches? ¿Y el ecologismo de izquierdas? Hace unos días, explicando la perestroika en 4º de ESO dije una de mis frases predilectas: “Todo es mentira”. No sé si fue por decir glasnot a las 2 y 10 de la tarde, o por la mascarilla, pero me salió. Y una alumna, Mónica, me preguntó si era un negacionista. No todo es lo que parece. O sí. Vaya usted a La Condomina y decida. Gallardón hizo un bonito discurso sobre la politización de la justicia cuando llegó a ministro y ahora, como nos recuerda Rubén Amón, se habla de la “politización” de los toros. ¿Pero hay algo que no esté politizado? Escribe el autor en El fin de la fiesta que es simple utilización. Muy simple. Cruza los Pirineos, con Poitiers en el horizonte, y recuerda los datos de la tauromaquia francesa, del show de Arlés, de los números y los nombres. En definitiva, de la industria francesa de la tauromaquia. Pone el autor de EFDLF de los aficionados catalanes que pasan a Francia a disfrutar de la fiesta en un país que los toros son patrimonio cultural inmaterial desde 2011 (y aquí preocupados por el terremoto de Lorca y la NBA). Y explica bien RA el concepto de “excepción cultural”, y esa adhesión sin complejos. Sin complejos. Dan para bastantes ensayos los complejos, antes y despúes del psicoanálisis. También cita a los Nimeños (no los conocía) y el cierre de La Monumental de Barcelona en 2011. Haciendo el Braudel, habría que analizar el tiempo (en cambios, en duración) en estos 10 años. Y daría para más ensayos, y no solo para pensar si mezclamos vacunas después de menos de 700 pruebas. Pero ese es otro cantar de gesta. Y como si un análisis labañístico se tratara, nos cita nombres que nos hielan el té caliente: “...en la reencarnación de una figura de Salzillo con las muñecas rotas”. ¿Qué sería de Murcia sin Salzillo? ¿Qué sería de España sin toros? También nos recuerda el papelón de Montilla, del Parlament y habla de tribunales y sentencias en las que me pierdo. Roca Rey si me suena, alguna vez, alguna entrevista. ¿Jon Idígoras fue novillero? También analiza Rubén Amón el asunto taurino en Vascongadas, y con detalle. Y como les digo a mis alumnos, lean, y aprenderán, y se enterarán de lo que pasó en Zestoa. Y con ese ejemplo, nos lleva el autor al debate sobre los toros, sobre los que están totalmente a favor y los que no. Números, abuso, estadística. O no. Únicamente números. O tampoco. Palabras como prohibición o plebiscito nos chirrían cuando las asociamos en una frase con los toros. Volvemos a la ley seca. ¿Consecuencias? Ejemplos de plebiscitos y chalets muy ilustrativos pone RA. Muy muy ilustrativos. Y como en la facultad me enseñaron poco (o nada) sobre Historia de España, tampoco me sonaba la crónica de un tal Mijail Koltsov, que cita RA, en una corrida el 26 de agosto de 1936 en Las Ventas. Y el Algabeño, y Manolete, y Antoñete, y la Movida madrileña. ¿Quién pijo es el tal Todorov? ¿Alguien? ¿Nadie? ¿Vida inteligente? Escribe el autor sobre los toreros atletas, sobre sus dietas y sus manías, sobre la censura sobre las imágenes taurinas (tampoco sabía lo de YouTube). Vaya berenjenal de hipócritas. Y luego, el desmadre que ocurrió tras los acontecimientos con Víctor Barrio y con Iván Fandiño. ¿En qué nos hemos convertido? La semana pasada, en pleno Ramadán, estando de guardia en el patio, tuve que separar a dos alumnos que seguían el rito. Uno de ellos me dijo que no había matado al otro porque estaba haciendo el Ramadán. Tal que así. No sé si viene a cuento, tiene relación o es la locura. Y, como buen rito, tiene sus mártires y el autor los recuerda: Paquirri, el Espartero, Joselito, Manolete, el Yiyo. En otro extremo del tablero, torres que caen como Lannisters en Juego de Tronos cuando son abucheados y salen escoltados por la policía: Curro Romero, Rafael de Paula, Curro Vázquez. Extremos e interiores, como un Bielsa loco que lanza delanteros en su once en un fútbol fuera de época en Bilbao, Leeds o Marsella. Pero te puede tocar. Resalta Amón: “No hay plaza pequeña ni toro misericorde”. Real como el coronavirus y el asunto de los sanitarios que también compara Amón. Y recurriendo a Braudel, o a Bloch, hay que ver como cambian los tiempos, que los “toreros” eran llamados los cracks del Estudiantes por su Demencia (y justo cuando leo esto y junto estas letras se la jugaban los del Ramiro ante el Burgos que, como el GBC, juega en una plaza de toros, como también lo hicieron el Estudiantes y el Real Madrid tras el incendio del Palacio de Deportes de la Comunidad de Madrid). Siempre recuerdo junio de 2005 cuando el hombre de la camisa verde quiso invitarme a la corrida en la plaza portátil (¿se dice así?) que instalaron en Aljucer en las fiestas del pueblo y no fui porque había un quinto partido entre el Baskonia y el Real Madrid y Herreros se inventó aquel triple y el Real Madrid aquella remontada. Al rato apareció el hombre de la camisa verde, Don Ginés Caballero, y me echó la monserga: “Un psicópata comó tú y no te vienes a ver la sangre y los toros”. Y venía el hombre de la camisa verde, aparte de muy puesto, con miedo en el cuerpo porque el toro decidió saltar la barrera (¿se dice barrera?) y se llevó un buen susto… En fin. Tampoco sabía que Carmena quitó la subvención municipal a la escuela de Tauromaquia. Después analiza RA las contradicciones de Navarra y la vieja Iruña de Miguel Sánchez-Ostiz, comparando a la Policía Foral de Navarra con la de la Moral, ya que el control para ir a correr delante de los toros se les ha ido de las manos en un lugar que, según el autor, ha perdido 100 millones de euros por la suspensión de los sanfermines 2020 por el coronavirus. ¿Qué supondría para Estudiantes bajar a LEB Oro si después de su derrota contra Burgos los chicos de negro de Bilbao ganan (como ganaron) su partido? ¿Desaparición? ¿Habrá plebiscito sobre el cierre de ese equipo antes de cantera y ahora convertido en ONU? ¿Hizo Barea una espantá al más puro estilo Curro Romero? Y luego subraya, ya no sé con que color, las figuras de José Tomas y de Andrés Roca Rey. Y vaya con la experiencia catártica de Gonzalo Caballero. Hay que leerla. Méjico y Sicilia, toros y Hermanos Marx, viajes oceánicos para ocultar miseria. El capítulo sobre el tabú de la muerte es, sin duda, el que más me ha gustado. En el siguiente capítulo, titulado El tótem del toro en la distopía animalista, se analizan las conductas humanas (y antihumanas) en torno a este asunto, buscando las causas de una situación que se lleva al extremo. Y nos recuerda RA algo que nos decía mucho Pumares por las noches después de García, que Disney ha hecho mucho daño. Demasiado. Ahora le digo a mis alumnos el daño que ha hecho Bob Esponja, y Dora la Explorado y de Caillou mejor ni hablar (creo que se escribe así). He visto muchos dibujos animados con mis sobrinos, y te sacas un título superior antipolítico viendo series animadas de todo tipo. Quizás haga falta más Artic Monkeys con la educación de nuestros jóvenes y menos Pocoyó. O no. Vaya usted a saber. ¿De verdad ha recomendado PETA que no utilicemos latiguillos del tipo “aburrirnos como ostras”? Vaya cosas que nos enseña Amón. En el capítulo titulado El trágico malentendido medioambiental da el autor 6 razones de esas que hay que suscribir nada más leerlas. En el siguiente, titulado El misterio y la liturgia en una sociedad secularizada, las comparaciones llegan a la actitud bergogliana al frente de la Santa Sede, a las vestimentas de la nueva política (viva el Carnaval, vivan los lunes de Carnaval). La Iglesia, los ritos, el fútbol. Todo es reconocible y hasta comparable. O no. En El escándalo de la masculinidad hace un repaso a los nombres y hechos de las mujeres que han luchado por hacerse un hueco en el difícil arte de la tauromaquia, con la política siempre (o casi siempre) poniendo piedrecitas por el camino. Hasta de la locura aquella que montó Jesulín en el Magdaleniense en una plaza con mujeres únicamente en las gradas se acuerda Rubén Amón, y de los que no salieron o no pudieron hacerlo del armario con el asunto de los toros. Muy complicado todo, incluso no olvidar la imagen del toro de Osborne como icono contemporáneo. Para acabar, el autor se pregunta: “¿Se acabó la fiesta?”. ¿Realmente se acabó o hay mecenas mejicanos suficientes y valores realmente fuertes para mantenerla en pie o dejarla que muera de forma lamentable? Las agonías largas, como las vocaciones tardías, suelen ser peligrosas. Muy peligrosas. ¿Puede la Fundación Toro de Lidia ejercer un lobby en un país en estado de crisis continua? En definitiva, Rubén Amón hace una buena síntesis de la situación actual de la tauromaquia, de su nubosidad variable en un horizonte de cambio que nos afecta a todos, a los que hace años que no pisamos una plaza nada más que para escuchar conciertos y a los más fervientes seguidores que hay que recuperar pese al miedo a la situación COVID. Un libro con el que reflexionar sobre un problema que no tiene una única solución. Una buena lectura.

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