jueves, 14 de octubre de 2021

El juego del calamar. Primera temporada.

Puestos a fabular, fabulemos con la desesperación. Cuando estás desesperado, y todos lo hemos estado o estaremos, estás dispuesto a cualquier hacer cosa. Cualquier disparate. El juego del calamar reflexiona sobre la desesperación de los que antes o después caemos, de los que antes o después acabamos con una nariz rota, con los que antes o después volamos sin alas… o en plan Ícaro. O quizás, canica arriba, canica abajo, no sea simplemente una fábula, sea una sucesión de capítulos de Humor amarillo pero en serio. ¿Quién no sabe lo que es par o impar? Pues no sé. Y una sucesión de disparos y máscaras con una gran facilidad para el asesinato, para una continuación de asesinatos. También reflexiona sobre las listas, sobre si hay predestinación o no, si hay dolor o llamamiento para encender velas para un futuro entierro, o para traficar con órganos, o historias para no dormir. Aunque quizás su eclosión sea exagerada. Le ponen imaginación, pero no es Utopía o el primer Black Mirror. No lo sé. Estamos siempre con lo del rasero. Las comparaciones. Las jodiendas con vistas a la bahía. Los estados de ánimo y las variantes del vacío. Y los decorados y los nombres antes de morir. Un retratito para todos. Y luego, como con los móviles, a jugar con el vidrio templado y con los puentes mientras los apostadores vips ríen y monopolizan el asunto. En las épocas pasadas, siempre recordaba Casi famosos y aquello de que “el monopolio de la motivación no es exclusivo de nadie”. O tal vez, sí. Tal vez sí lo sea. Tal vez nuestra existencia sea una partida de cartas, un cinquillo con demasiadas sotas, un otoño sangriento pensando en deudas heredadas. Y los finalistas. ¿Quién? ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Música clásica? ¿Acantilados? ¿Comer pensando que no hay un mañana. Como en Juegos de Guerra, la única manera de ganar es no jugar.

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