domingo, 6 de marzo de 2022
Donde dejé mi alma
En época de guerras, o de ruidos, de falta de silencio (cada uno llama a las cosas correlativamente o sin principios), nada como buscar refugio en frases, en historias, en guerras pasadas que también trajeron mierdas varias. Vuelvo a Jérôme Ferrari, en este caso a Donde dejé mi alma, para recrearme (y descartar) frases que no siempre consuelan pero si ayudan a entender lo que hacemos los hombres (perdón, ministra, perdón por existir) cuando el carajo se vuelve realidad y no queda otra que mirar la lluvia en el marzo de Murcia. Sí, he dicho lluvia, y van dos días seguidos. Hablando de líderes, y del Principio de Peter (aunque no sé si eso es caer constantemente en la condescendencia), nos dice JF que “la imbecilidad de este hombre da vértigo. Es absolutamente perfecta”. Hacemos continuamente un error a la vida, pero es que los trabajos, la mayoría, nos hacen peores. Y te acostumbras a ver, si pones la tele, niños de meses muerto de zambombazos y aparte de apagar el bicho no haces nada más. ¿De qué vale tanta mierda? Escribe Ferrari: “No teníamos ya fe en otra cosa más que en la belleza inútil del sacrificio”. ¿Pero no somos todos enemigos de la humanidad? ¿No eran los piratas los hostis humani generis (o algo así)? Vaya usted a saber si entre lealtad y verdad nos perdimos en mitad del charco radiactivo de esta lluvia de color extraño. Añade Ferrari: “Cada mañana hay que volver a vérselas con la vergüenza de ser uno mismo”. Y entonces, como en el politeísmo católico, la más politeísta de las religiones monoteístas, salen a relucir los mártires: “Un mártir es mil veces más útil que un combatiente”. No siempre, pero JF acierta en lo sustancial, en lo importante, en lo que no se queda en los márgenes. Y entonces te pones la música, para evitar un rato la tele, y suenan Airbag, y suena Ahí llega la decepción. Ahora que todos recuerdan a Zweig, toca hablar de decepción, y curiosamente, Ferrari nos deja otra frase para hilar en un cojín, como cuando comprobamos que la OTAN no es la chica que imaginamos que era. Pero volvamos a la decepción y a Ferrari: “La decepción no es dolorosa, al contrario. Lo vuelve todo más fácil de soportar, sobre todo a uno mismo”. El problema luego es mirar el espejo y ver lo que ves, o reflexionar en posición horizontal, o, simplemente respirar. Y la cuaresma, como síntoma de que no son doce meses los que nos ponemos medallas de buen cristiano, o el Ramadán como símbolo de consumismo, que al final, entre tanto mártir y tanta guerra, todo se confunde en este mar revuelto de dioses en el que nadie se acuerda ya de aquellos pescadores de barco gallego que se fue a la mierda no hace tanto. Recemos entonces, cada uno con sus latinejos o con su árabe de todo a cien: “El Dios al que se insiste en rezar o es más que un ídolo tiránico y bárbaro del que no se espera ya otra cosa que poder escapar un poco más a su ira sin fin ni razón”. Y creíamos, en nuestro eterno error, que nos podemos acostumbrar a lo que sea que salga por la tele, pero no es así: “Nos equivocamos al decir que uno se acostumbra a todo. La sabiduría popular no vale gran cosa”. Cero. Pero tenemos ejércitos que son sustitutos de la inacción, del mirar para otro lado, de la ineptitud de la mierda embotellada y vendida como ecosostenible. Escribe JF: “Este ejército de cobardes, este país de lacayos que renunció a su memoria y desvió la mirada vergonzosamente”. Y todo es mentira mientras los países se convierten en mataderos (aquí le sacan las vísceras que no cumplen con la estricta religión a los jabalíes antes de meterles el colmillo) y cárceles. Y no sé lo que es peor, si el matadero o la cárcel. No lo sé. “Menuda comedia y menuda vergüenza”. Pero los políticos y los militares, los de ahora y los descritos por Ferrari en Donde dejé mi alma, dan asco. Apostilla Ferrari: “La imprudencia reina hasta el punto de que una mentira ya no tiene que revestir los atributos de la verosimilitud, basta con afirmar con un guiño cómplice”. Y eso nos lleva al miedo, al pavor, y a convertirlo todo en chiste macabro y repugnante: “El miedo abyecto que se ah apoderado de los hombres ha acabado por hacerles amar la mentira”. Y mientras caen bombas o te introducen un cuchillo por cualquier sitio, no puede uno recrearse en la eternidad. No. “No se puede ser leal sin memoria”. No. Y no aprendemos, y nos da igual lo que pasó anteayer, y el año pasado, y antes de ser nadie ni nada. Escribe Ferrari: “El pasado se relega al olvido y nada puede comprarlo”. Quizás la terapia sea equivocada, y, siempre “el mundo es un pedagogo mediocre”. En fin. Donde dejé mi alma no es alentador ni optimista, pero es tan real que asusta y da miedo pensar en que nos recreamos en la belleza de la maldad. ¿O era al revés? Sentencia Ferrari: “El perfecto aplomo es un insulto insuperable”. Y yo no tengo aplomo para poner la tele hoy.
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