martes, 5 de abril de 2022
Peaky Blinders. Sexta temporada.
Tres cuerpos, un cuadro, un nuevo comienzo, fin de la prohibición alcohólica en Yankilandia, gambitas que vuelven, familias con odio. Años 30. Pero los Peaky Blinders de siempre. O de casi siempre. El adelgazamiento de la base física de la familia, por distintas cuestiones, mete a nuevos elementos en el asunto. Tiene la primera media hora que no sabes si seguir viendo, pero luego se endereza, y tiene un segundo capítulo teatral por completo, volviendo a viejos personajes y sacando otros que no sabes si escupir o deificar. En mitad de ese teatro, la enfermedad del padre y la hija, el pañuelo con sangre, el agua que puebla las entrañas en vez de alcohol durante cuatro años. Pero todo mentira, porque en el caos familiar, el jefe manda. Círculos políticos, agua sobre la mesa, fascismo y socialismo para engendrar otra mentira. La familia, las tormentas, la muerte que una y otra vez golpea, la huida de un fuego que busca bancada nueva, espectros que muestran tuberculomas que no solo son bichos concentrados sino epifanías por celebrar. Quizás el chicle sea demasiado largo, demasiado mentira, demasiada espera para ese bombardeo nazi que se espera pero que no ha llegado. O quizás únicamente tengamos que esperar, otra vez, un poquito más.
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