miércoles, 6 de julio de 2022
Mayans M.C.: Cuarta temporada
Mayans M.C. nos dejó en su tercera temporada con una guerra que no es fácil acabar y otros muchos frentes abiertos. Y en plena paranoia, la cuarta temporada empieza con una batalla de las que se recuerdan, sin luz y con buenos cócteles, que las mezclas defensivas tienen su función. Y nada como usar el fuego contra el fuego, el trago contra el dolor y la fuga del asedio a la vieja usanza. Y buscar un plan cuando no hay plan, y el plan es a la mierda. Todo a la mierda. Nada como los rituales para pervertirlo todo, para interpretar de manera personal el infierno. Y, por encima de todo, la sangre. Vaya recital de sangre, y sangre de la buena. Sangre para meditar, sangre para reflexionar sobre los lazos y los genes, sobre la hermandad y la fraternidad, sobre la mentira de todas las mentiras. Nada como desconfiar, nada como estar rodeados de espías, nada como vivir con chivato,s nada como pasar de tortura a la felicidad una y otra vez, siempre en bucle. Y cuando todo es un desastre, es difícil que el asunto mejore. Y vaya invento el de la lealtad, otra jodienda que no tiene fin. Y podemos ser leales a lo contemporáneo, pero no podemos olvidar ese pasado que nos construyó como presente. Todo es decepción cuando te miras al espejo, o escapas, o buscas una sustitución temporal de alguien que ya no está. “El mundo no asusta tanto cuando crees en la magia”. Pero la magia es difícil de encontrar en el infierno. Pero cada uno vive su sueño a su manera. Y viendo el inicio de la cuarta temporada de los Mayans M.C. me acuerdo de Max Estrella y el principio de Luces de Bohemia: “Podemos suicidarnos colectivamente”. Los problemas del club son los problemas de todos, los problemas del liderazgo, los problemas de hacer sombra o decir las cosas en voz alta. Títulos que arrancar, melenas que cortar, errores que repetir. Y los ascensos son el futuro. En mitad de ese cambio de cromos el cielo no puede esperar porque el presente es la desesperación. Mutamos como fallos de un Dios que nos permite respirar como permite a los cactus sobrevivir en el desierto. Pero, como en la tercera temporada, hay un guion que empieza a mejorar en el quinto capítulo, se hace grande en el sexto y tiene picos de éxtasis en el séptimo. No es fácil, y, por momentos, parece superar a aquellos hijos con los que encontrarse en hospitales, disparos, muertes inesperadas, giros que no te esperas, llantos en camionetas, odios encontrados y que te hacen pensar en himnos, aunque no suenen esos himnos concretos. ¿Tan difícil es encontrar esta calidad en la inmensa factoría de ficción que tenemos en la actualidad? ¿Cuándo se pinchará la burbuja? ¿Un mosquito? ¿Un albino? ¿Por qué nadie escribe canciones así? ¿Por qué no? ¿Por qué? ¿Por? Y otra vez el recuerdo de Goya, y ese perro, y ese océano, y ese dolor por sacar el jacksontellereismo que todos llevamos dentro: lo peor de lo peor, siempre lo peor de lo peor. Guerra y violencia que no acaba nunca, porque lo que no puede acabar sigue de por vida. Viva Rosalía de Castro. Vivan las cebollas, aunque no tengamos por aquí a poetas pastores. Demasiado agente doble y ninguno trabaja realmente para nadie. Duelos que duran demasiado. Presión que no se entiende sin más presión. Fantasmas del pasado que buscan sueños imposibles. Pesadillas, una y otra vez. Hágase querer por una familia que pide sangre, hágase querer por una yonki, hágase querer por un coche color verde mierda, hágase querer por un nuevo presidente, hágase querer por un golpe de estado en toda regla. Los orígenes de la nación, de cualquier unidad estatal, de cualquier grupo, son la sangre, ya sean revoluciones francesas o norteamericanas, dando tributo a principios leales o indignos, pero la sangre llama a la sangre. Siempre. “Cada cual a lo suyo y los Mayans contra todos”. Dan ganas de unirse a esa pandilla, a ese séquito de Ezequiel, a esas palabras que van de Fuendetodos a Compostela, de hematíes o leucocitos, de cabrones que ayudan cuando hay que ayudar y que arrinconan a los cobardes que prefieren hincar la rodilla al suelo antes que luchar por unos ideales. No hay momentos para la debilidad, ni en este universo mayanístico ni en el día a día. Vivan los Mayans aunque no tengamos futuro. Y el que quiera llorar, que lo haga solo y en la oscuridad y en el silencio de todas las noches. Cuando el estertor final suene, pensad si se hizo suficiente cuando no había más que insuficiencia. O no pensad y buscad una madriguera para que no os encuentre. Larga vida al club.
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