martes, 19 de julio de 2022
Slow Horses. Primera temporada.
He intentado enseñar Geografía a muchos tipos de individuos, individuas e individues, pero todavía no a perros, perras y perres. O quizás si había algún perro, y no me he dado cuenta. A caballos todavía no creo, pero Slow Horses, pese a un inicio confuso y desconcertante, va mejorando conforme van pasando los minutos. Siempre hay amenazas terroristas. Siempre. Hay mucho desocupado buscando problemas, originando jaleo, creando jodiendas con vistas al Canal de la Mancha. Hay tipos con pasados comunistas que se han pasado a la extrema derecha (más de los que parecen, en todas las latitudes y longitudes). Hay mucho imitador de Ernesto Sevilla que tiene la gracia en la suela de los zapatos. Y todo eso ha de ser vigilado, desde las altas esferas y desde las ciénagas más asquerosas. Necesitamos estar seguros. Necesitamos creernos seguros. Necesitamos. Slow Horses nos muestra un amplio catálogo de seres que se dedican a conseguir esa seguridad que no siempre tenemos. Gente con defectos, con muchos defectos, quizás con demasiados defectos. Pero es lo que hay. No hay perfección en los blancos acantilados de Dover ni el interior de Gran Bretaña. No hay perfección en ningún sitio. Pero es cuestión de tiempo. Siempre sale algo a relucir, y, sí es en foto, más peligro todavía: compañías peligrosas, imbéciles haciendo el nazi o el verdugo (yo soy más de verdugo) o, simplemente, el pasado en una ducha. “Solo somos caballos lentos, soldados rasos, pero si hacemos algo bien queremos saberlo”. Las cloacas de las cloacas siempre salpican mierda. Slow Horses nos muestra una pequeñísima parte de esa mierda, pero bien acicalada, bien enlatada, con una lacito para que parezca otra cosa y podamos utilizar un eufemismo para definirla. En este caso es el secuestro de un pakistaní en esa Inglaterra del Brexit, en ese paraíso en el que los que han venido de fuera se quedan lo bueno y le quitan el trabajo a los que han nacido en esas islas que pasan de la tortura al aceite recalentado en un café de 24 horas. Una buena serie, pero Gary Oldman ha vuelto a mutar, ya no es Drácula ni Lee Harvey Owald, ahora es un espía venido a menos que retiene en sus retinas y en sus viejas gafas sucias los caídos a ambos lados del muro de Berlín y que tiene las manos muy sucias de todo lo que ha tenido que hacer. Slow Horses nos ilustra a variopintos individuos que son utilizados porque siempre hay que pasar la escoba por la calle y meter debajo del camión de la basura lo que sobra. Una buena serie aunque los malos siempre ganan, que los de la corbata y traje nunca han sido buenos. Y que vivan los verdugos. Siempre.
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