lunes, 1 de agosto de 2022
Santa Evita. Primera temporada.
Tienes un problema en el momento en el que no sabes en qué días estás. Y un problema más gordo en el que momento en el que muchos rezan por ti. O te ponen velas, o no hay rosario repetido cada diez segundos que no sea por ti. Blanco y negro. Siempre tenemos el recuerdo en blanco y negro de Evita en Madrid, y en la envidia de la esposa del Generalísimo. Nada como junio y las pieles en la Plaza de Oriente. Pero no nos desviemos, que no somos protagonistas en El silencio de los corderos. Siempre en blanco y negro. Ave María por Evita Duarte de Perón. Todo acaba en un color negro. Siempre. Antes y después del Ave María. Médicos y contratos, monumentos en proyecto (de los descamisados, vivan las metáforas) y enfermedades con proyectos, agonías que rodean de gente conocida y desconocida. Viva la palidez. Viva la rigidez ante el negro. Herejías en mitad del mitin, que todo es mitin en política y en la vida: todo es mentira, incluso el peronismo. Y no sé si es Perón, o es Berlusconi en su último injerto de pelo: alianza italoargentina (no podía ser de otra manera) con Turquía. Y los perros, antes de arder Madrid, que fue donde descansó Evita en un altillo tres años antes de descansar definitivamente en el cementerio de la Recoleta bien entrados los 70’s. Y los perros y los hijos de perra, siempre es la misma cantinela con los coroneles, y los generales y esas patulea que decide cambiar de cromos pero no de uniforme. Reflexiona Santa Evita sobre la influencia del poder en las personas, de las traiciones repetidas en el tiempo (no solo se repiten las copias del cadáver de Eva Duarte de Perón), sobre las misiones que no son misiones sino locura y de consignas que hablan de justicia divina. Argentina fue una joya que acabó en piedra sin valor, como el cadáver de Eva convertido en objeto utilizable o negociable para todos. Pero todo sigue siendo mentira.
Coda: Hágase querer por una adulterina.
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