domingo, 20 de noviembre de 2022
The English. Primera temporada.
Un retrato. Diferencias. Los ingleses. Pistolas. Palabras que acaban con todo. Caballos. Joya. Luto. Hijos muertos. Tierras robadas. “La diferencia entre lo que queremos y lo que necesitamos era algo que aún teníamos que aprender”. Era, y lo sigue siendo. 1890. Y más disparos. Indios. Crestas. Matar y seguir. Escribir relatos sobre historias de un pasado sin cimientos. Lo que merecemos y lo que nos oscurece. La verdadera América es un pájaro muerto y una diligencia en mitad de la nada de Kansas. Y Ciarán Hinds transformado, si que es que alguna vez no va transformado. Cuerdas colgantes. Sangre en las mangas de las camisas. Acordeones fuera de contexto. Acabar para intentar terminar, que no siempre es lo mismo. Inventos caseros y testosterona. Planes que no salen bien, o salen de la forma equivocada. Nada como pensar antes de morir. Menosprecio llevado a expresiones equivocadas. Criadillas para cenar. “He visto el infierno y lo creado. Y lo llevaré conmigo hasta el más allá”. Títulos que son cargas y no valen en el día a día. “No se pregunta si el resultado es dudoso” Y preguntas sobre el enemigo de los individuos y pensar en la respuesta autoimpuesta y que lleva a perfectos y pluscuamperfectos perfectos. Y frases sobre apocalipsis y éxodos: “Los ingleses escriben La Biblia, pero no dicen la verdad”. Con The English pasa lo que últimamente se repite demasiado: un inicio prometedor, un frenazo en seco, conclusiones varias sobre lo que pudo ser y no fue, sobre lo que se quedó entre Oklahoma y otros estados que cuesta escribir con el teclado de un móvil. Y de pronto, cuanto menos te lo esperas, un equipaje inesperado con el que cargar o huir, con el que aprender idiomas o creen en fuerzas y escorpiones, en harinas y cabezas de búfalo, en muertos en vida y vidas que acaban demasiado pronto en la muerte. Los caminos de la sífilis están en todas partes, como bien decía el hombre de la camisa verde. Los de la sífilis, los del chantaje, los de los lobos, los de las salas bonitas que se convierten en traumas y en mentiras que viajan por océanos y vuelven a ser símbolo de dolor. Pianos para todos en los que torturar y torturarse, melodías preciosas que suenan en los peores momentos en ese paisanaje nuestro de todos los días compuesto por asesinos y ladrones. Pero las venganzas no siempre son completas: “Esto no es el destino. Solo un montón de disparos y algún día fallaremos”. Y, quizás, acertaremos. Nunca se sabe. Al final se endereza en el último episodio, pero no roza la perfección The English, pero como esto va de derrotas, siempre hay que recrearse en ellas, en el lamento ajeno y en la aculturación nuestra de todos los segundos, mientras recordamos frases que van de indios, pero podrían ir de nosotros en nuestra falsa cotidianidad aguantando cosas que no hubiéramos aguantado hace unos años: “Les lavo la mente. Ya no veo otro camino para la supervivencia de los indios”. Vivan las derrotas.
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