martes, 3 de enero de 2023

Exterior Noche. Primera temporada.

Hay ocasiones en las que Exterior Noche parece un experimento, una inventiva entre cruel y sarcástica, sobre el asunto final en la vida de Aldo Moro. En el primer capítulo nos muestran al presidente de la Democracia Cristiana italiana en 1978, en el día de su secuestro, con sus rutinas (ya había alguien que se lavaba continuamente las manos antes del COVID), sus oraciones y su tranquilidad, su forma tranquila y pausada de hablar. En el último, en el final de los finales, nos lo muestran con un cura, airado y pensando en sus dudas y sus miedos, con el temor a morir y la conciencia de ser abandonado por los que consideraba sus compañeros. Exterior Noche es una historia de abandonos continuos, de traiciones considerables, de olvidos de los que no se perdonan (si es que se puede perdonar algo en la vida, que yo creo que no). En el primer capítulo, pone la serie el contexto de un debate en el que se dice que “nos han pedido que dirijamos el país, no que negociemos con nuestros enemigos”. Como si no hubiera otra cosa que enemigos en política. Ni democracia ni cristiana, que diría el otro, pero con palabras que escondían miedo y complejos, muchos complejos: “Los comunistas deben esperar cincuenta años más y demostrar que son vasallos de Moscú”. Como ahora, como siempre. Se ponen en los labios de Moro palabras que escondían medias verdades, o simples sentencias con los que únicamente estaban de acuerdo los que querían estarlo: “Dos vencedores en una misma batalla es evidente que crearía problemas”. Y la sombra yanki, contraria a acuerdos cuando todo en Italia eran pactos, cuando Italia era un pacto. Más palabras de Aldo Moro: “Sigamos unidos. Si debemos errar, será mejor que erremos juntos. Pero si acertamos sería maravillosos que estemos juntos”. Presencia, responsabilidad, pero lo rojo siempre es rojo para los que lo quieren ver rojo. O no. Ópticas para todos. Flores, misas, pintadas contra el Estado, clases con alborotadores (incluso antes de las LOGSE’s italianas), loas que olían a rancio (“puede que compre a los revisionistas del PCI, pero no al proletariado”). ¿Pero qué era el proletariado italiano en 1978? Y asesinatos varios, y palabras de Moro que se quedaron en el maldito olvido: “Yo solo pido que se me conceda una posibilidad de persuasión”. Otro gran invento el de la persuasión, casi tanto como las emboscadas. Y ministros que olvidan, y cuestiones de confianza y Roma convertida en laberinto (“cuando llevas mucho tiempo aquí no te das cuenta de su infinita belleza”), y el Cristo abrazado a la cruz del Greco en el dormitorio solitario, y el trabajo como escape y una fotografía con la que pensar, y gente que sueña con Trotsky. Y en ese cuadro imperfecto, en ese artefacto experimental que es Exterior Noche, no puede faltar el Papa, un Pablo VI que pasa del incordio al cilicio, del rencor a la súplica, del suplicio a la rémora. Y tiene su cuajo que desde el Vaticano sea el dinero definido como “estiércol del Diablo”. Viva la rendición, porque “pagar es rendirse”. O no, y como vemos al hermano pequeño, o como olvidamos nuestro pasado reciente cuando nos apoltronamos en el parlamento de turno y olvidamos el mono de trabajo y nos ponemos el trajecito: “Para nosotros los comunistas, los brigadistas son criminales sanguinarios, no forman parte de nuestro álbum familiar”. Y el revolucionario materialista, o que se cree experto en, experto de, experto en cualquier frase que continúa con una preposición. El capítulo que más me ha gustado, el cuarto, en el que se retrata a los terroristas, ya que se ha utilizado la palabra álbum, también se puede utilizar la palabra retrato, porque esto iba de retratitos y todos nos vemos en el póster con cara de extrañados y desubicados, como en una noche de navidad con gente de tu familia política en un autobús lleno de yonkis y gente extraña, terroristas y tipos que apuran el último piropo, y señoras que sueltan frases lapidarias para el obituario de un país que siempre se reinventa camorrísticamente hablando: “Si el Duce estuviera vivo, las ratas se quedarían en las alcantarillas”. Y funerales colaterales, de esos de los que nadie se acuerda, y las cartas y los mandamientos del buen revolucionario: “Estamos en guerra y las órdenes no se discuten. Primero se obedece y luego no se discute”. Y en mitad de esa locura, un cine y Grupo salvaje y frases con las que volver a pensar en lo que tenemos que hacer: “Tú no quieres ganar. Quieres morir como un héroe, como en Grupo salvaje”. Nos creemos revolucionarios, pero al final solo somos un número de DNI, un cero a la izquierda del contador del cambio. ¿De qué sirve lo que no sirve de nada? Y la renuncia a todo, o a casi todo (si es que la vida privada es casi todo), o hasta la traición del ideal primigenio: “No pienso en una Italia socialista sin capitalistas. Mi imaginación no llega a tanto. Y no soy un visionario”. Y en esa coyuntura, preguntas sobre lo que era o no era revolucionario, guerras individuales en una guerra global: “Liberadle es lo más revolucionario que podéis hacer”. Y en esas traiciones, los peor retratados en el álbum, no son los terroristas (bastante tenían con su error), sino los políticos con responsabilidad (y que siguieron en el negocio mientras tuvieron acceso a la caja) y los compañeros de partido (que eran los que controlaban la caja registradora). Y la familia, y la confesión, y los curas, y la negación del consuelo, y la negación del abrazo y el cementerio antes del cementerio, capilla en construcción, panteón en construcción. En Exterior Noche nada es casual, ni el martirio involuntario ni en el ajeno visto desde fuera: “Cuando el partido de los locos tenga la mayoría, veremos que pasa”. Pero nunca pasa nada, porque siempre ganan los mismos. Y las ilusiones que tenemos muchos (morir mientras dormimos, como si pudiésemos elegir el momento y el lugar), y el verdugo que nos toca, como AM indica: “Un profesor de derecho condenado a muerte por un puñado de gente que no reconoce nuestras leyes, nuestro Estado. Es todo tan absurdo”. Y las cartas infinitas, y los culpables en su trono, porque siempre siguen en su trono. Un buen experimento el de Exterior Noche, aunque el espejo italiano se puede trasladar a otros espejos, aunque su reflejo no siempre sea rojo sino negro.

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