domingo, 5 de febrero de 2023
La divina probabilidad de los recuerdos extintos
Llevaba un mes y pico La divina probabilidad de los recuerdos extintos encima de la cómoda, en un Carlos III sin enciclopedias pero con reformismos nada borbónicos. Olvidado tras un encargo, tras algo cotidiano que hay que hacer para que no cambie nada. Perdidos en un tiempo sin ilusión, solo salvados por algún himno de los Stone Roses, por alguna bestialidad embíddica y tamizados por un disfraz de normalidad que no tiene nada de normal. Y en un día de maratones y medias distancias, volví a La divina probabilidad de los recuerdos extintos. “Un humano que trató de descubrir el sentido del vacío en un mundo no humano”. Dentro de la robotización del día a día (más bien, idiotización), está bien romper cánones no escritos (o demasiado repetitivos y copiados) y escapar por una horita: This Is The One en bucle y La divina probabilidad de los recuerdos extintos, con neblina de fondo y “su adicción a lo no pasajero”. Y un protagonista, perdido, pero buscando, reencontrando imágenes de abuelas de un pasado de éxodo: “Era una especie de pescador náufrago cuyas redes rotas solo apresaban en mares sin turbulencias”. O quizás la cita esté fuera de contexto (como todo, como el sonido y el olfato, y la imagen de Dios). Y esa orfandad en una existencia inacabada y la posibilidad de encontrar genealogías que esconden engendros. Pero siempre hay alguna mención al sol en este mundo de tinieblas, y no todo por la mañana es malo: “Se despertaba siempre con la tenue alegría de saber que por delante tenía cientos de libros que leer que ocuparían su espacio mental y que le permitirían alejarse de la soledad que lo rodeaba”. Ojalá fuera tan fácil, o ilusoriamente real. O lo que fuese: “La lectura era una operación de alto riesgo”. La gente te mira raro (no solo por la hora, pero por lo otro) cuando vas con un libro en una estación de autobuses a las 6 y pico de la mañana, y piensan lo peor en su embestida (“la lectura era una operación de alto riesgo”). Escribe Iury Lech sobre la quema de aquellos libros “que no pasaban la censura de lo intangible”. De lo intangible se habla mucho en baloncesto, y yo lo hago en mis clases, y golpeo una mesa, y está bien diferenciar lo que es y lo que no lo es, el juguete de feria y el oso que no es oso sino espuma rosa: “A sus ojos, el mundo era un absurdo museo de baratijas consideradas valiosas por los habitantes pero que les convertían en una sociedad autofágica abocada a la autodestrucción y al suicidio masivo, dado que no había una educación para afrontar el sacrificio y aún menos para soportar el dolor”. Y ese concepto de postbarbarie, para subrayar y volver a leer en voz alta, tangible o intangiblemente: “Declive hasta la actualidad, en la que se había instalado la postbarbarie, el grado cero de pensamiento, la glorificación de lo efímero e inmediato”. Y apostilla el autor: “En luchar, pero solo para no caer en los exterminios de la desolación. Una sociedad que se cree inteligente, cuando sus pensamientos no son más fluidos y decisivos que el aliento de un marsupial, se destierra en el apagón existencial que la canonizará desde las descarnadas órbitas del Homus Negator”. Todo es mentira: “Dios no ha muerto, ni siquiera lo han hecho la filosofía o la poesía. En realidad, quien ha desaparecido es el hombre. Se ha eclipsado por su desprecio hacia lo absoluto de la realidad”. Y el autor, aclara, para escépticos y seguidores del mantra televisado: “Cito a Dios no como algo aprehensible, sino como una idea del infinito universal. Cada cual tiene su dios o se cree dios. En este caso, el azar que propone la cultura antropogénica para definir su razón e Ser es la que lo ha empujado hacia el matadero espiritual. La existencia contemporánea ha abrazado la nulidad de la ontología fenomenológica y el exilio de los mejores –el de los indispensables—ya ha sucedido”. Y salen cuchillos, y gritos, y aullidos postmodernos, refritos historicistas sobre los que no queremos reflexionar porque hemos quitado la palabra reflexión de nuestro vocabulario: “Es la que ejercen los bárbaros más preparados contra las clases menos favorecidas, pero siempre reivindicando que esa misma violencia no les afecte a ellos ni a su acomodada forma de vida. Es una violencia que no reivindica nada, solo es el eco de la pulsión deicida de una sociedad elitista parasitaria”. Y si la palabra reflexión fue excluida, más todavía la de creer(se) escuchante: “Arteficial le había predicho a Wolef que los humanos fracasarían en su intento de dominar la naturaleza y que la utilización de la ciencia y la tecnología para controlar y dirigir la evolución solo desembocaría en la creación de monstruos”. No hay futuro, estamos perdidos. Pero de momento, este domingo, suenan los Stone Roses y nos creemos que son posibles los meses de domingo. Y ya, otro día, si eso, le pegamos fuego al pueblo donde nacimos. Viva el fuego y la divina probabilidad de los recuerdos extintos.
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