viernes, 10 de marzo de 2023
Al final siempre ganan los monstruos
Al final siempre ganan los monstruos es una gran mentira, como todo en la vida. Al final del libro de Juarma se puede leer: “Si tengo una habilidad de la que puedo presumir en esta vida es la de saber mentir”. Por AFSGLM desfilan, de muchas formas y con muchas palabras, una serie de personajes. Personajes en el sentido de personajes, de tipos que no se sabe muy bien el motivo de que muchos estén llegando a la veintena o la treintena, pero es un éxito que estén llegando a la veintena o la treintena. Son personajes que me recuerdan al Sopas, al Pablo, al Gino, a mi primo Juan, a tipos sernísticos de la vida de mi pueblo pero que aquí son conocidos como Liendres o con nombres inconfundibles, porque la historia de AFSGLM es reconocible en latitudes diversas. Son individuos que farlopean a la vida, que han visto a sus padres pegar a sus madres, que han sentido los correazos de sus padres en sus espaldas, que han visto a sus padres morir de cirrosis o de cáncer, porque era lo que tocaba. Nombres como el Potas, camisetas de Guadulupe Plata, canciones de Romeo Santos, diazepames que te cambian las entrañas. E incluso, pueden llegar a la cuarentena “en ese nido de urracas” (hay vida más allá de Newcastle): “Me paso los días y las noches en los bares del pueblo, bebiendo con unos y con otros y metiéndome coca, que es lo que más me gusta hacer en este mundo”. Y siempre hay un lugar en el mundo, porque “mis camellos y la gente con la que alterno me aprecian. Y para mí eso vale mucho”. Demasiado. Y pizzerías con nombre de central de aquel Milan que primero fue de Sacchi y luego de don Fabio, y el bar del Cucaracha, y sueños e historiales médicos de traca. Al final siempre ganan los monstruos es un retrato hecho relato, con nombres intercambiables e historias que se solapan, pero es que la vida es eso: una partida de cartas en la que, aunque hagas trampas, siempre pierdes. Y si haces trampas, todo es mentira. Se lee al principio del libro: “Llevo unas semanas en la que no me caben más heridas en el cuerpo”. Los personajes (y dale con los personajes, Salva) de AFSGLM son carne de jarana, de pelea callejera, de bate de béisbol, de perro envenenado, de vinilos de Black Sabbath. Y ese bar del Entretenío, también reconocible, y el paisaje de marihuana y fragmentos de Rambo y del sueco que llegó de Malmo pero con sangre bosnia y que te puede dar un galletazo del que no te olvidas en la vida: “Todavía me duelen partes de mi cuerpo que ni sabía que existían”. Y el Priscos, y la peña que “dormía más que un gusano de seda”, y paisajes de hospitales y darte cuenta de que “a un lobo no puedes meterlo en una jaula”. En una puta jaula. Y frases como puñales, o como catanas con la que matar a una hermana: “La última vez que no lo vi drogado fue cuando hizo la comunión”. Y sabes que todo se va a ir a la mierda, aunque tengas un barniz falso de felicidad, una fachada más falsa que la de Xavi perdiendo contra un equipo alemán en Europa League en plena Semana Santa: “Qué extraños son esos instantes de felicidad antes de un desastre”. Pero la vida te pone en tu sitio, con o sin canción de Oasis de fondo: “Cuando entierras a tu mejor amigo piensas en esa última vez que lo viste y el mundo se te viene encima”. El hombre de la camisa verde decía que era casquería de la vida; Juarma, en AFSGLM escribe que “Nunca había sido tan consciente de lo hechos polvo que estamos todos. De lo reventados que están todos los que tengo alrededor. De cómo la cocaína nos había convertido en unos despojos”. Suena bien eso de despojos, y si le pones violines, mejor todavía. Al final siempre ganan los monstruos es una historia de personajes con dientes imperfectos, con dientes por reconstruir, con dientes hechos mistos por la ponzoña nuestra de todos los días. Y vayas o no con la camiseta de Isco del Madrid, “la muerte es una perra sarnosa”. AFSGLM reflexiona sobre la diferencia entre drogas con etiqueta de legal y de ilegal, de las que te llevan a la mentira y las que, legalmente, te hacen babear delante de la gente, arrastrar los pies con unas pantuflas llenas de pelusilla y con las suelas con más mierda que un árbitro comprado por más que un club. O clubes. O múltiples clubes. Decía EHDLCV que la reconversión industrial era como la droga: cierras una puerta oscura para meterte en un túnel sin salida. Y subraya Juarma el deterioro de una generación, genética hecha basura, con personajes que “tenían antecedentes penales del grosor de una guía telefónica”. Y no es raro encontrar a albañiles con estudios de Filosofía (de algo tenía que valer esa puta asignatura), aunque “los padres nunca van a ver los monstruos en que se han convertido sus hijos”. Y apostilla Juarma que ni dentro de un ataúd. Y personajes que piensan, o dicen, o subrayan, que me cuesta escoger el verbo, o la conjugación adecuada, que la cocaína “había sido la relación más larga que he tenido en mi vida”. Y por supuesto, “la única que he sido capaz de mantener”. Pero es lo que hay. Las frases que se leen AFSGLM no se escuchan en el Congreso ni en los telediarios, pero dan que pensar, dan para muchas mociones con o sin ancianos, para tesis de calado intelectual pero que casi nadie leerá: “Pregunta a quien tengas al lado dónde puedes conseguir coca. Y en menos de cinco minutos la tendrás en tus manos. Estés donde estés”. También AFSGLM nos deja momentos a lo Ian Curtis, y despedidas que no son despedidas porque las sombras no son más que eso. Es un libro de lectura para no olvidar el sitio en el que estamos, la falta de clase donde solo hay droga y no preguntas sobre una tilde o una mamarrachada con la que rellenar un telediario. “Al final siempre ganan los monstruos que escondemos dentro”. Y si la vida te farlopea, farlopa para todos: “Los monstruos siempre acaban escapando de tu corazón y haciéndolo todo pedazos”.
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