miércoles, 19 de abril de 2023
Nada es crucial
“Los náufragos huyen de los aviones de rescate y se esconden en la espesura cuando suenan los motores”. Nada es crucial, de Pablo Gutiérrez, empieza narrando sucesos que son reconocibles en plazas y escuelas, en iglesias y tierras yermas de orquídeas pero ricas en jeringas. Nada es crucial pone nombre, cara y hasta travelling a una película que se repite mucho pero que nunca acaba bien. No hay cuentos con finales felices. Hace mucho tiempo que no los hay. No meamos colonia ni agua bendita. No señor. Nos recuerda PG que “el tiempo es el corruptor de la felicidad”. Siguiendo a Braudel, a Bloch y a toda aquellas gentes que nos vendieron desde Francia otra historia, otras historias, podríamos hablar del tiempo, del cambio, de la duración. Aquí nos encontramos con hermanos de iglesia, que no de sangre, con pasados de sangre aún más turbia, pero también con los “viejos y temerosos cristianos de siempre, los de colegio, parroquia y domingo, esos que cuando se mueren tienen el miedo excavado en la cara, reflejada en las mamparas de la UVI”. Nos lleva PG en Nada es crucial a ese miedo de debajo de la cama, de frigorífico vacío, de odio incalculable porque no hay calculadora con tanto dígito para cuantificarlo: “Los mejor que puede hacer un niño yonqui es morirse muy pronto, morirse en el parto, en la incubadora, en los brazos de la matrona que trata de calmar los espasmos del síndrome de abstinencia”. Nada es crucial es una gran mentira disfrazada de vida cotidiana, de rencor de bata blanca y credo por rezar: “Hasta los ratones del laboratorio acaban habituándose al laberinto de metacrilato que conduce a las galletas, aunque finjan ansiedad y palpitaciones para no decepcionar a sus observadores”. Nada es crucial es la epopeya suburbial, y no tan suburbial, que recuerda, por momentos, a actividades y seguimientos del camino Neocatecumenal (en lo bueno, y en lo menos bueno), en ese limbo (no sé si con los cambios en el neocatolicismo con Sumo Pontífice con serie en Disney+ sigue existiendo el limbo) en el que todo es confuso, brumoso y beatífico hasta que deja de ser beatífico: “Los cristianos sólo creen en el dios de la cruz, peor Dios toma otros nombres y otros cuerpos y otras figuras, figuras mucho más hermosas que la de un hombre torturado. Dios se esconde detrás de cada cosa viva, hay un poco de Dios en el monte, en los ciervos y en las vacas, y hay otro poco en ti y en mí, pero tú vives de espaldas a Dios, de espaldas a Dios y a los dioses”. Nada es crucial también va de envidias, de las envidias de toda la vida, de las que juntan a mujeres con niños y a niños con mujeres: “Los débiles y fugitivos rabiaban. Ellas se echaban las manos a la cabeza, diciendo cómo puede, delante de nosotras; ellos se mordían los puños pensando cómo pudo y no nosotros”. Y en la vida siempre “es preciso buscarse un lugar, un agujero, una manta, un bocadillo, un trabajo, una distracción”. Hasta hay momentos de ilusión, creerse, o creer, o aparentar ser “feliz como un poeta del diecinueve”. Pero siempre hay un infierno peor que vivir en casa ajena, aunque tengas en el recuerdo una colección de pecas incontable o de cualquier palabra que empieza por in: “Cada uno piensa, cada uno escarba su manera de no dejarse comer por los gusanos”. Pero hay cascabeles que te atraen y tobillos que te atraen y pecas que te atraen y no dejan de atraerte, aunque escojas una carrera sin salida como Filosofía, o Historia, o lo que no tenga salida. Nada es crucial, con su uralita de fondo, de esa que se escucha cuando llueve, y se vuelve a escuchar con fondo de chispea, y los tebeos son refugios y las clases de Geografía también ayudan como pasa en la página 198. Lean, que las capas atmosféricas, sin ser del nandrolono, juegan al pie y juegan muy bien. Pero todo se tuerce, los bajos de ocupación y los pisos de estudiante, y las barrigas que llegan sin avisar porque cuando avisaron no estabas consciente: “Magui recuerda algo que apuntó en clase de Estadística: el suicidio es la primera causa de mortalidad entre las mujeres de treinta años”. Pero nos queda trinchera, porque “las guerras del siglo XXI son guerras espirituales, no políticas ni territoriales, como en el siglo pasado. Ni siquiera son guerras económicas. Es más fácil y más barato comprar un país, invertir en él a través de grandes corporaciones que invadirlo. Si se invade un país no es porque se quiera hacer negocio y ganar una fortuna sino por una idea superior”. Superior o panza, que diría Ginés Caballero. Y todo es mentira y, pese a todo, Nada es crucial.
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