martes, 18 de julio de 2023
¡Melisande! ¿Qué son los sueños?
Lleva Hillel Halkin en ¡Melisande! ¿Qué son los sueños? el asunto a lo emocional desde el principio, a los recuerdos, a lo grande y a lo minúsculo, a lo que hemos olvidado y a lo que queremos olvidar pero no podemos. Podríamos recordar frases de José Perona, pero aquí hay otras sobre costumbre y tradición: “La costumbre se toleró y llegó a adquirir la inviolabilidad de una tradición”. En este libro se reflexiona sobre la capacidad de elegir, y las consecuencias que tiene hacerlo o no en lo personal. También lleva HH el asunto a lo político, contextualizando la novela cuando “corrían los años del macartismo”. Y puestos a historiar, indica que “los errores los cometen las personas, no la historia”. Y mete a Trotski en la historia, y la dictadura del proletariado convertida en dictadura de la burocracia (parece un asunto docente), y la falta de nuevas revoluciones que lleven al poder a los que, de verdad, trabajan y lo merecen. El libro hace referencias continuas a libros clásicos y autores que venera el autor, de Camus (“fue solo el comienzo") a Platón, de D.H. Lawrence a Sartre, de Dostoievski a Hesse, entre otros. Pero como todo es mentira, “necesitamos verdades como puños, no sentimientos hermosos”. Pero luego la realidad te lleva a hacer preguntas, más o menos incómodas, más o menos detallistas: “¿Qué hay de verdadero en una mujer hermosa o de bello en el asesinato de los kuláks a manos de Stalin?”. Y reflexiones postburdel, que diría el hombre de la camisa verde”. Entre crisis de misiles cubanos y de los otros, manifestaciones a las que no ir (“Cora quería que la acompañara a una manifestación ante Naciones Unidas. Le dije que tenía que leer. Se mostró incrédula”), simulacros que parecían reales y opiniones sobre muertes y sobre lo que cada uno se busca en la vida: “Todo el mundo hablaba de lo jovencísimo que era Kennedy, pero tenía edad suficiente para ser nuestro padre y estaba tan dispuesto como Jruschov a matarnos por Cuba. Ambos jugaban con nuestras vidas como si fuéramos piezas sobre un tablero”. Y apostilla HH: “Los parques eran más peligrosos que Vietnam”. En esta historia de relaciones y abortos, de religiones orientales y capítulos del Evangelio de San Marcos, debemos marcar distancia, debemos creer en lo que no siempre podemos creer, porque nada en la vida suele acabar bien: “Solo la historia está más ciega de lo que estábamos nosotros, porque conoce el desenlace y no puede imaginar ningún otro, mientras que nosotros marginábamos de todo menos lo que finalmente ocurrió”. Y las cuitas en los departamentos universitarios, y las amistades de billete falso (“uno no puede evitar preguntarse que ocurriría con sus amistades si hubiera más donde elegir”) y tomar conciencia de que los buenos tiempos son una cosa del pasado [si es que alguna vez fueron del presente). Cantaban Dúplex que “el amor es un invento de los centros comerciales” y en este libro se lee que “el país no se había convertido en una sucesión de centros comerciales”. Todo llega, hasta el desamor, aunque la soledad sin hijos no siempre se lleva bien: “No lo supimos al principio, igual que nadie supo que la Edad Oscura había comenzado cuando Alarico saqueó Roma”. Y la distancia, siempre marca: “Nos fuimos alejando de todo el mundo. Todos tenían hijos”. Y sentencia HH: “Nosotros éramos los únicos que no teníamos a nadie a quien perseguir, regañar, levantar, abrazar o consolar”. Y en esa frustración, te faltan referentes, espejos amigos con los que de verdad tener una conversación, porque “no todo lo que los niños llegan a ser o a hacer de mayores depende de sus padres”. Y las discusiones, y finales sin final, y creencias con las que cruzar los dedos de las manos: “Si alguien pudiera volver a enseñarme a rezar, sería Van Gogh”. Y el infierno sigue lleno de buenas intenciones.
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