viernes, 29 de diciembre de 2023
Los Farad. Primera temporada.
Los Farad, como buen cuento de licuadoras e intermediarios, va de reputación. De las que se van al carajo rápidamente, con el ajo suficiente puede estar bien pero, si te pasas un poquito, ni una canción de Julio Iglesias lo arregla. El ascenso está bien cuando pasas del Renault 18 al Rolls Royce y no hay daños colaterales. Pero cuando si hay consecuencias, el torbellino no para y las motos de cilindrada pueden derrapar. Emprender hasta encallar, porque siempre hay alguien más rico, o más timador. Sorprende en Los Farad que parece que nunca hay secretos y “el capitalismo siempre paga mejor”. Y, además, “la gente sensible, piensa”. Tiene un aire de Narcos con imágenes castristas que vuelven a hacer pensar, esta vez, en afeitarse la barba (y decir angolanos en vez de angoleños). O dejársela más larga: “Si tu quieres ganar la Guerra Fría, empieza por alimentar bien a tu gente”. Y viva el jamón y adiós a la mortadela búlgara (la de Bulgaria, no la de Valencia capital Bulgaria). Ideologías que no se entienden para vender armas. Y todo lo demás, como conseguir un continente “sin viejos ni gordos”. Y las cacerías, y el napalm, y el pasaporte diplomático, y el Yemen que haga falta y el Menotti que llegó al Atleti en el momento equivocado. Y Saddam, y Reagan (momento surf), y Jomeini, y no preguntar el precio del yate y esa Marbella convertida en casa de putas internacional. O casi. Aunque se les va la mano con el cansino intento repetitivo a lo Top Gun (la moto, la chaqueta, los viajecitos) Los Farad se hace huecos, entre codazos en la zona, entre la inmensa cantidad de ficción que existe. O que parece que existe, porque Fukuyama nos trajo algo que nunca existió. O dicen que existió.
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