miércoles, 6 de marzo de 2024

Lionel Asbo. El estado de Inglaterra.

Cuando tienes un garrulo en tu familia no hay forma de deshacerte de él (da igual el grado de parentesco, es tu familia). Siempre estará ahí. Siempre habrá una llamada de teléfono. Siempre habrá una habitación que compartir. Siempre. Siempre. Lionel Asbo. El estado de Inglaterra, es un retrato de un país, pero también de una generación, de un grupo de macarras que, por suerte o por desgracia, siempre están ahí. Y lo mejor es que, de página en página, te sale la carcajada mientras estás leyendo (“profesores; son todos una panda de perdedores”) esta foto con marco de Lionel y de su ciudad, Diston, que describe así Martin Amis: “Diston, con sus embarazos de colegialas de primaria, sus chiquillos desdentados y sus veinteañeros asmáticos y sus treintañeros artríticos y sus cuarentones lisiados y sus cincuentones demenciados, y sin sesentones”. Ese es el lugar “donde la calamidad hacía su ronda diaria, como los carteros”. Diston, la ciudad, como tantas, con enfermedades carenciales en las criaturas escolares y en la cual “como todo distoniano con la edad suficiente para caminar, Des conocía la existencia de la pornografía en la red”. Y no sólo de los que están en el cuadro, sino de los que están fuera, de los que estamos fuera, de los que estarán fuera desde la guardería: “La postura moderna estándar: caras muy inclinadas hacia terminales de telefonía móvil sostenidas a la altura de la cintura”. Ese tonto con suerte, Lionel Asbo, un Wayne Rooney a todas las luces, y que le pasa lo que a todos los que la loto premia, “que te quedas insensible, ni feliz, ni triste, insensible…”. Y esa insensibilidad, unida a lo hortera y lo macarra, describe muy bien a los que les cambia todo, porque se “sentía absolutamente feliz con el porno”: Y llega el dinero y llegan las avispas revoleteando, y las moscas de color verde metálico (vulgo, las de la mierda) y todo cambia, aunque se mantenga “el andar neolítico”. Lionel Asbo, podría pasar por ser otro animalito en su “zoo de hermanos”, pero ejerce de tío con un sobrino mestizo (“el antihéroe, el contrapadre. Lionel hablaba. Des escuchaba y hacía lo contrario), y todo se complica porque pasar de un piso 33 a una mansión no es fácil (y el ascensor solo subía hasta la altura 21). Lionel Asbo, ser pluricelular que tiene ese lugar en el momento y ese tiempo: “El único momento en que sé que respiro es cuando tengo algún lío de faldas”. Y las peleas continuas, y las entradas en la cárcel, y las viandas de taberna y los chuchos peligrosos que te meten en líos y el material robado y un montón de cosas más. He visto como amigos del colegio emborrachaban a gallinas y como le daban viagra a cerdos para que se restregaran el nabo contra la pared. Algo así es la vida cotidiana de Lionel Asbo, un tipo para el cual “el código penal era el tercer elemento de su trinidad vocacional; los otros dos eran la villanía y la cárcel”. Y hablando de cárcel, “al criminal de carrera no le importaba realmente estar en prisión”. Una buena postal de una sociedad que se fue a la mierda hace mucho.

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