martes, 10 de enero de 2012

Boss. Primera temporada

Me quedo casi sin adjetivos. Lo de los epítetos lo dejo para otros. Lo de Boss ha sido, junto con Justified, una de la mayores sorpresas de los últimos meses. Sorpresa para bien. Reconozco que yo no era mucho de Frasier, pero Kelsey Grammer se sale haciendo de alcalde cabrón/enfermo de la ciudad de la ventolera, de la ciudad de lo vientos...o del viento. Unos dicen de los vientos y otros del viento. En fin, que aquí soplan otros vientos. Boss es política americana en estado puro. Y, cuando hablamos de política americana, hablamos de corrupción, intereses económicos, todo tipo de redes, fotos robadas, intereses creados, conflicto interracial, "persecución a la droga", familias atormentadas, matrimonios que duermen en camas separadas, sexo en la oficina, costumbres malintencionadas, drogas a granel...En fin, que si ocurrió el Watergate, no fue por algo. Las casualidades, siempre digo, que no existen. Todo tiene una explicación. El azar no vale. De azar, en política, no hablamos, que los discursos son caros o baratos en función de quién los escriba. Y, los periodistas, también. Boss, recuerda por momentos, a la 5ª temporada de The Wire. Y, en esa disfunción que es ser el alcalde de la ciudad más importante del Estado, y ser gobernador del Estado. En este caso, Frasier es Tom Kane, alcalde de la ciudad de Chicago, y que se decide por una alternativa al gobernador de Illinois después de tres mandatos en el estado norteamericano. Pero es mucho más. La política es una hija de puta que no conoce ni a su madre...ni a su padre. No conoce ni a Dios, porque tiene sus propias reglas. Y, entre regla, escuadra y cartabón, todo es mentira, porque si algo demuestra Boss es que en la política, en primarias y en cualquier elección, quien manda es el dinero. Nuestros concejales, nuestros alcaldes, nuestros diputados, nuestros senadores, nuestros presidentes (del rey y de su yerno hoy no hablo), no pintan nada: sólo pintan las empresas, más o menos grandes, según la barriga del pescado, y el jodido dinero. Si tienes que mandar al infierno a tu hijo, lo haces; si tienes que tragarte unos cuernos, llamas al carpintero; si tienes que mandar a tu mujer a que trabaje de rodillas, lo haces. El problema, es al final, que siempre hay lágrimas. Daños colaterales, si quieres llamarlo así. Al final, esas lágrimas, esos disparos que dejan señales rojas en camisas bien planchadas, orejas cortadas por saber demasiado, entierros al amanecer y todo lo demás. Y Boss se basa en la actuación de unos actores que, salvo excepciones, se salen. De los de siempre, ya he hablado de Kelsey Grammer, del que se sabe bien su devoción por Giuliani; de las que reconocemos y sabemos que no falla, la gran Connie Nielsen hace de esposa metomentodo que maneja los hilos del poder (y las cinturas) tras ser la hija del anterior alcalde de la ciudad de Derrick Rose [sólo una pega, demasiado jovencita para ser la esposa de ese alcalde, o tal vez no]; la revelación, sin duda, ha sido la actuación de una una Kathleen Robertson que tiene sed de poder y de entrepiernas masculinas; la hija cura y drogota es Hanna Ware, apasionada y condescendiente a la vez, olvidada de todos salvo para los marrones. En fin, que ansioso espero una segunda temporada de Boss, que pasará a ser de 8 a 10 episodios en los que siempre te llevas sorpresas. Y, para lo demás, Robert Plan.

6 comentarios:

  1. de dónde sacas el tiempo? se ve que yo me administro muy mal el cansancio... mañana miércoles...

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  3. Me la apunto, cari....pero será para mi postoperatorio.

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  4. Eme, mañana ya toca corregir en plan bestia.
    Rakel, será por tiempo.

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  5. Toda Justified y cuatro de Boss.
    Mi inglés debería ir mejorando. ;-S

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  6. Elena, ayer empecé Homeland. Dos capítulos increíbles.

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