domingo, 4 de mayo de 2025
Mantícora
Como me ocurrió con El quinto en discordia, el principio me desconcertó. Mantícora nos va metiendo en su tela de araña poco a poco, casi sin querer. La dejé dos veces en el carricoche de mi hija, leída entre sueños de la pequeña junto al patio de un colegio que pone, a mi pesar, a Coldplay a todo trapo para los cambios de clase. Aunque la figura del profesor de Historia de EQED sigue presente, Mantícora nos lleva a la introspección, a la del personaje y a la nuestra, porque nos hace preguntarnos sobre nosotros mismos, sobre lo que nos rodea, sobre nuestra infancia, sobre nuestras experiencias (sean pagadas o no, pagadas por ajenos o en PPMS), sobre nuestro devenir lleno siempre de dificultades y del que salimos, aunque no siempre indemnes. En la página 310 se habla de la “reevaluación de una experiencia personal y profunda”, que es la que lleva el personaje central junto a la doctora encargada de ayudarle en Zúrich. En esa misma página leemos sobre el olvido, sobre las razones que nos llevan a hacer ciertos movimientos en nuestra partida de ajedrez vital (seamos ciegos o no) y en las que no siempre alcanzamos las tablas (o más quisiéramos nosotros contentarnos con las tablas, si es eso a lo que aspiramos). Pero no hay solución contra la mentira, igual que “no hay nada capaz de hacer que una bolsa vacía se sostenga en pie”. Edades y salmos, momentos en los que se desea morir. Reflexiona RD en Mantícora muchísimo sobre el valor de la bebida y de su ausencia y como “la abstinencia, o la templanza, si prefiere la versión religiosa, es una virtud de la clase media”. Sobre la riqueza y la tacañería también hay un buen número de frases en este libro, sobre los síntomas y las enfermedades antes, durante y tras las guerras. Y nos deja preguntas que nunca habíamos leído, o sobre las que es difícil quedar al margen: “Es como eso que se dice de los burros muertos: ¿Quién ha visto uno alguna vez?”. Los burros muertos y su visión. Hablando de muertos escribe el autor: “Los funerales sacan a relucir esa parte lamentable que uno tiene dentro. Uno se ha repetido durante años que no importa qué sea del cadáver, y en los cócteles, cuando llega la hora de ponerse serio, en el momento de mayor embriaguez, uno afirma que los judíos tenían razón, que los entierros más rápidos y más baratos son los más adecuados y filosóficamente más decentes”. Como si del tema 21 a Oposiciones al Cuerpo de Profesores de Secundaria en su especialidad de Geografía e Historia se tratase, se repite, una y otra vez, la historia de David y Absalón. La edad, sus consecuencias, los actos y el córner que decide el partido, estés jugando en 2014 contra el Atleti o no: “Entre los 35 y los 45, todos hemos de doblar una esquina en el camino de la vida, o bien estamparse contra una tapia de ladrillos”. También resalta Mantícora nuestras pasiones (o la falta de ellas), nuestra facilidad para ser autocomplacientes y llevándolo al extremo (sin llegar a las 72 horas), nuestras pasiones ocultas: “Pásese un día sin comer y la cuestión del alimento pasa a ser imperativa. En nuestra sociedad, el alimento no es más que un punto de arranque para el anhelo”. Y la divinidad (o su ausencia) siempre aparecen en el retrovisor, en la cueva, en el osario común olvidado hasta el día de Todos los Santos: “Así las cosas comencé yo a apensar mucho en Dios, y a preguntarme que pensaba Dios de mí”. Y puestos a pensar en Dios, pensemos en el martirio: “Entender y experimentar no son actividades intercambiables. Cualquier teólogo entiende perfectamente el martirio, pero sólo el mártir experimenta el fuego que le quema las carnes”. Continuamente, a lo largo del libro, el verbo pensar centra muchos de los diálogos y de las argumentaciones. Junto al verbo pensar, se unen los secretos. En plural. Como en EQED, todo lo que gira en torno a los secretos, lleva al lío y muchas veces es mejor mirar para otro lado (y no pensar): “Tú no hagas preguntas, que así no te dirán mentiras”. Subraya RD el ruido de la guerra y el ruido de la docencia: “Al igual que tantos profesores de enseñanza secundaria, era un bicho raro”. Y hablando de profesores, hay en algunas especialidades, algunos en concreto, que te cambián la vida: “El estudio de la Historia, decía, era en parte el estudio de los mitos y las leyendas que la humanidad ha entretejido en torno a figuras extraodrdinarias, como Alejandro Magno o Julio César o Carlomagno o Napoleón: eran todos ellos hombres, mortales, y siempre que fuera posible contrastar la realidad con la leyenda era maravilloso verificar qué les habían atribuido los aduladores y mitómanos”. Incluso nos lleva RD a 1812, a la retirada de Moscú de Napoleón contada por Stendhal. En esa profesión docente, hace hincapié en la provocación en la “incomodidad intelectual”, en la búsqueda de contradicciones que no siempre son tenidas en cuenta. Y si hay historia, RD nos dice que estemos atentos a la canción, y, en la propia canción, a los estribillos. Hasta hay referencias a la incomprensión, a la comida del martes de carnaval, a la contradicción entre riqueza, virtud y devoción (o de la forma en la que algunos llevan a cabo esa contradicción), a lo retrospectivo de la caridad y de que es importante saber que “si quieres fruta, come toda la que puedas, pero no te compres el árbol”. Sobre la supervivencia, RD nos mete, con calzador, opiniones sobre la importancia del cinismo: “Ser un cínico no es lo mismo que evitar la ilusión, pues el cinismo es otra clase de ilusión. Todas las fórmulas para hacer frente a la vida, e incluso muchas filosofías son vanas ilusiones. El cinismo es una ilusicón de las peores”. Y puestos a llegar al altar del diccionario, nos da el autor nuevas definiciones, como la de fanatismo: “Se trata de un exceso de compensación frente a la duda”. Aunque no sea martes (ni de carnaval ni el que va después de Semana Santa), toca elegir bando, toca escoger bandera, o credo, o cruzada: “Aseguraos de elegir aquello en lo que creéis, y sabed bien por qué creéis en ello, porque si no elegís aquello en lo que creéis, podéis estar seguros de que alguna creencia, y seguro que no muy de fiar, os elegirá a vosotros”. No todo es Libro de los Jueces, pero hay algo de ello en Mantícora, incluso al recordarnos, de nuevo, algo sobre ese verbo al que antes hacía referencia: “Estupendo trabajo el de pensar. Pero has de saber que también es el mayor refugio, la mayor escotilla de nuestro tiempo”. Y ya puestos a valorar, valoremos Mantícora como un libro con el que pensar en nuestras contradicciones y que no está de más asumir que “cada país tiene a los extranjeros que se merece”.
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