lunes, 12 de mayo de 2025
The Office (USA). Segunda temporada.
Vuelve Carrell a las andadas para empezar la segunda temporada de The Office. Tras una conversación de vecinos sobre premios que no han sido dados, el tipo con ojos de loco, corbata de piltrafilla y peinado indeterminado y cambiante, suelta: “Y al día siguiente el empleado nota un hedor que viene de la casa del vecino. El vecino se ha ahorcado. Por falta de reconocimiento”. ¿De verdad que miramos los accidentes de coches cuando ocurren? Hágase querer por un premio, por beber los posos de los floreros, por lo que dejamos en el váter al salir: “Cincuenta indicios de que tu párroco podría ser Michael Jackson”. Vaya tiempos los de los reenvíos de correos electrónicos. Se pregunta The Office, desde el principio de esta segunda entrega, por los límites del humor: “No existe el concepto de chiste apropiado; por eso es un chiste”. Claro que si haces ciertas preguntas, te das cuenta y “da mucha pena que la educación pública a muchos no les haya servido de nada”. O de casi nada. Siguen, como antes, las preguntas a destiempo entre compañeros: “¿Dónde está el clítoris? En una web ponía que está en el vértice labial. ¿Eso qué significa? ¿Qué aspecto tiene la vulva femenina?”. No. ¿De verdad quedan pelirrojas naturales? ¿De verdad un 10% de duda es duda? Y más: “Lo que me pasa es que soy el jefe y parece ser que no puedo decir nada”. Los límites, la raya. Y más límites. ¿Dónde está nuestro límite? Y claro, llegados así, solo queda repetir: “A partir de este momento ya no podremos ser amigos. Y cuando hablemos de algo aquí, solamente podremos hablar de cosas relativas al trabajo. Y podéis considerar esto mi despedida de la comedia”. Claro, “eso me dijo ella”. Besos para todos. Y si hay que contratar un abogado, se contrata. Viva la libertad de expresión (“y los pleitos por accidentes, temas laborales y píldoras adelgazantes”). O no: “Hay que llevar cuidado con lo que se dice”. O no se dice y se piensa decir, luego, en un rato, con o sin la muñeca hinchable cerca. Y si te toca la lotería ya sabes a la persona que vas a echar a la calle. Tampoco: “Si yo me comprara un ataúd me lo compraría con muros más gruesos para no tener que escuchar a los otros muertos”. Alegría: “Me encanta Halloween. No sé, es divertido. Cada año me lo paso pipa. El año pasado, vine disfrazado de teta de Janet Jackson. Estaba de moda. La gente se partía el pecho. El año anterior me disfracé de Monica Lewinsky, ese estaba chupado”. Y al empezar el capítulo siguiente, le dice a Pam: “Te noto premenstrual”. Imposible hacerlo hoy. Más: “A veces las mujeres dicen más cosas con las pausas que con las palabras”. En ese universo de chorradas bien construidas (no como la Alhambra), SC se sincera con uno de sus empleados en mitad de una sala de juntas llena: “Ahora insinúo que cuando coincidimos en el ascensor, más ve valdría coger las escaleras. Porque, joder, cómo apestas… Y yo nunca diría algo así en público, nunca lo he hecho y jamás lo haré. Pero todos debemos ser absolutamente conscientes…”. La inconsciencia, quizás sea lo mejor, o lo mejor aún está por llegar (“¡Como si el alcohol hubiera matado a alguien!”). Pero como todo es mentira, una buena muestra de ello es el amigo invisible (“Feliz cumpleaños, Jesusito, al final se armó el Belén”). Y más preguntas que nos hacen pensar: “¿Pueden 15 botellas de vodka emborrachar a 20 personas?”. Hágase querer por un baile, por un baile ajeno, por un baile de vergüenza ajena. Titanic, la trilogía de El Señor de los Anillos. ¿Carbonizarse el pie en una plancha de la comida? ¿A quién no le gusta desayunar oliendo a bacon? Y la amistad no existe, solo tenemos gente con la que pasamos ratos: “Pues no. Yo solo dono órganos a los amigos de verdad. Apáñate con un riñón de mono”. De las manos de cerdo hablamos otro día. Y puestos a comparar, siempre salen comparaciones: “Scranton es estupendo, pero Nueva York es como Scranton hasta el culo de tripis. No, de speed; no… de esteroides”. Y nada como soltar en un discurso, sin venir a cuento, después de otro orador: “Lo siento mucho, no sabía que llevaba audífono; pensaba que hablaba… un poco raro”. Y siempre podemos engañar a alguien, o soltarle un discurso de tito Benito para que lo transforme, o lo reutilice. Y cuando toca ponerse serios, no hay manera de ponerse serios: “No es que los niños me incomoden; es que, ¿para qué ser padre si puedes ser el tío gracioso?. Nadie se rebela jamás contra su tío gracioso”. Y habas chinas en germinación en un cajón de la oficina. De la maldita oficina, en la que se escucha: “Yo nunca sonrío si puedo evitarlo. Mostrar los dientes demuestra el sometimiento en los primates. Cuando alguien me sonríe, solo veo un chimpancé que no quiere morir”. Y llegando al final, desparrame sobre perros, SIDA, afganos y puros: “Hay temas que los cómicos no pueden tocar, como JFK, el SIDA, el holocausto… y hasta hace poco el asesinato de Lincoln. Antes muerto que ver esta obra”. Una temporada que, aunque deja puntos suspensivos, mejora la media docena de píldoras primigenias.
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